. Carla Montero me gustó mucho con “La tabla esmeralda”. Me dejó un buen sabor de boca, pero aunque “La piel dorada” es una lectura entretenida, no alcanza su nivel. Sin embargo, es una novela en la que hay que detenerse para analizar diferentes aspectos.
Nos situamos en Viena a comienzos del siglo XX, con unos asesinatos que coinciden en el tipo de víctimas, escenario y materiales utilizados por el autor o autora. Son modelos de artistas.Todas han tenido una relación con Hugo von Ebenthal, al que las sospechas apuntan directamente. Un aristócrata que no logra desenvolverse en el ambiente de alto postín en el que nació.
De hecho, ha regresado a Viena tras una larga y forzada ausencia y después de que su mujer fuera asesinada. Entonces, las pistas también llevaban hasta él. El inspector encargado del caso, Karl Sehlackman, amigo del sospechoso, tampoco cree en esta ocasión que él haya sido el artífice de estos asesinatos, aunque las dudas llegan en esta novela rodeada de misterio. Inés es precisamente una de esas modelos que posan para grandes artistas de la época. La ambientación de Carla Montero es buena. De hecho, es este escenario y esta temática lo que más me gusta de su trabajo. Inés no es sólo una de las musas, sino la creadora de una casa de modelos donde trata de asesorarlas y hacer que crean en sí mismas. Porque aunque las mujeres son adoradas por su belleza, el cinismo de la sociedad las sitúa a un nivel similar al de las prostitutas. Nada se dice, porque todos son muy finos, pero esa idea sobrevuela en todo momento. Con estas bases avanza la novela. La trama policiaca se intensifica al final para llegar a la resolución del caso. Para ello, Carla Montero explotará el juego del gato y el ratón. La fórmula adecuada para confundir y despistar al lector. Esa es la idea y lo consigue, porque los primeros pronósticos no se cumplen. Como debe ser. La narrativa es correcta. No tiene dificultad ninguna. La trama es buena. Como decía, me gustan las tablas del escenario en las que se desenvuelve la historia, pero chirrían algunas cosas. Es evidente que pretende despistarnos con Hugo: ángel y demonio. Ambas cosas pueden ser. Lo mismo ocurre con Inés, envuelta de un misticismo que considero, que a fuerza de repetición, llega a cansar. Como si se elevase por los cielos según camina y respira. Tan etérea y divina que a veces, tira para atrás. Como esa alfombra de suspiros que va dejando por donde pasa. El personaje está endulzado en demasiados tramos, lo mismo que está demonizado el propio Hugo. A su lado, el investigador de los asesinatos parece no dar la talla. De nuevo encontramos otra personalidad confusa, que no se sustenta bien. Pretende combinar el bimonio de la faceta del duro (debe serlo) con la del sensible (demasiado para lo que tiene entre manos). En mi modesta opinión y sin desmerecer por supuesto, el trabajo de ambientación de la época -que me encanta-, así como el desconocido mundo interior de esas modelos a las que admiran y a la vez vapulea la sociedad más clasista, los personajes principales no funcionan. No por ello, considero que no haya que recomendar “La piel dorada”. Es amena. Pero, nada que ver con la calidad de “La tabla esmeralda”. Los lectores tendemos a comparar entre las obras de un mismo escritor, aunque nuestra intención no sea la de desmerecer el esfuerzo realizado y aunque un trabajo no tenga nada que ver con el otro.