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@Joaquin_PereiraCuando
tu instructor de manejo te dice que ya no tiene nada más que enseñarte
sientes la misma desolación de cuando tu madre te dijo que no podía
ayudarte con un ejercicio de matemática en 5to grado. Es el momento de
asumir tu soledad existencial y echar pa´lante como sea. Pero
para eso están los huecos, los grandes maestros que siempre encontrarás
en tu camino y que no te abandonarán como tu instructor de manejo.
Ellos son algo más que un recordatorio de que no debes volver a votar
por esa alcaldesa cuyo único logro tangible fue adelgazar luego de
practicarse un baypass gástrico. Los
huecos son inevitables y te enseñan una simple y profunda lección:
debes soltar la molestia de haber caído en ellos lo más rápido posible
para que no se enturbie el resto del camino. Hay que seguir adelante sin
llevar peso extra. He
descubierto que para manejar por Caracas hay que asumir dos actitudes:
la del niño y la del autista. Los niños son expertos en superar
problemas. Pueden llorar y armar un berrinche pero a los cinco minutos
ya están jugando de nuevo, rápidamente se incorporan nuevamente al
camino. El ser un
poco autista te sirve para que no te afecten los demás conductores con
sus provocaciones o el instructor con sus dramas mexicanos: “No me haces
caso”, “Yo digo una cosa y haces otra”, “Así no se puede”, “Me vas a
desbaratar el carro”. Toda
una novela que se soluciona con dos frases: “Yo pagué por esta clase y
te la calas”, y “Este carro no es tuyo sino de la escuela de manejo”. En
definitiva conducir un vehículo no tiene ciencia: pocas neuronas se
deben activar para echar adelante una máquina tan simple. Lo que cuesta
es manejar los temores que surgen de la falta de experiencia y aguantar
estoicamente el maltrato de de los otros conductores. Del
resto manejar es un placer que podría hacerte sentir como en Suecia si
no fuera por los huecos que te recuerdan a cada momento que vives en
Venezuela, que sobrevives en Caracas y que en Miraflores un tipo merienda dulce de lechosa desde hace doce años, y quiere seguir haciéndolo por lo menos por seis años más.