Entrevista al escritor Jordi Sierra y Fabra

Jordi Sierra i Fabra, Barcelona, 1947. ¿Por dónde empezar? Difícil resumir el trabajo de un autor de cerca de 500 obras. Los contenidos y géneros son tan variados como la energía con la que escribe, porque es la profesión y el sentido de su vida. Todo. Es intenso, como su obra, que sale de los libros para crear fundaciones con las que ayudar a jóvenes, para que confíen en la lectura y la creación literaria. No sabe ni quiere cruzarse de brazos para descansar o enfadarse. Sólo duerme para empezar a escribir el día siguiente.

 

. ¿Por dónde empezar? Difícil resumir el trabajo de un autor de cerca de 500 obras. Los contenidos y géneros son tan variados como la energía con la que escribe, porque es la profesión y el sentido de su vida. Todo. Es intenso, como su obra, que sale de los libros para crear fundaciones con las que ayudar a jóvenes, para que confíen en la lectura y la creación literaria. No sabe ni quiere cruzarse de brazos para descansar o enfadarse. Sólo duerme para empezar a escribir el día siguiente.
Entrevista concedida a ELD y realizada por Begoña Curiel:

–Un libro, un hijo. Jordi Sierra i Fabra es padre de una familia numerosísima. ¿Es posible querer a todos los hijos por igual o el amor evoluciona?

— Siempre digo que soy libre, independiente y feliz, es decir, que escribo lo que siento, cuándo lo siento y cómo lo siento. Sería incapaz de escribir algo que no me apeteciera escribir. Así que sí, tengo 500 hijos, y para mí todos son guapos. Yo me lanzo a ciegas siempre, y lo que sale, sale. Luego los demás ya se encargan de decirte si te ha salido un hijo listo, tonto, algo, guapo, feo, blanco o negro. A mí eso ya no me importa.

–¿Qué rituales tiene cuando se sienta a escribir? ¿Necesita de un tramo horario determinado?

—Suelo empezar a escribir mis novelas en lunes, porque así, al llegar el fin de semana, ya llevo entre 70 y 90 páginas y el libro ha tomado forma. Si el sábado o el domingo paro unas horas para hacer de abuelo o ir al fútbol, no me preocupa. Si sólo llevara 20 páginas sentiría que lo estoy engañando. En cuanto a horarios: me levanto a las 10 de la mañana, me lavo, desayuno y veo el mail. Escribo de 11 a 3 (4 horas). Como, veo el informativo y leo el periódico y el libro con el que esté. Vuelvo a escribir de 4,30 a 8,30 (4 horas más). Luego ceno y voy al cine, cada noche, porque necesito que alguien me cuente algo a mí para desconectar. Si no tengo películas, por haberlas visto todas o las que quedan no me interesan, me veo una o dos en el Plus o en video. Pero siempre una peli antes de acostarme… o sueño que sigo escribiendo. Me acusto a la 1 de la madrugada, duermo 9 horas (las necesito), y vuelta a empezar. En verano, de mayo a septiembre, es distinto. Me encierro en mi casa de la montaña y entonces escribo de 11 a 1, de 1 a 3 me voy a la piscina y me paso dos horas en una colchoneta en el agua dejando vagar libremente mi mente por donde quiera. Es una terapia que sigo desde hace 35 años. Luego escribo de 4 a 7 y a esa hora otro baño, paseo por el bosque, cena y dos pelis en casa. Sólo bajo un día a Barcelona para hacer algún doblete y ponerme al día de cine. O sea que en verano sólo escribo 5 horas al día, pero lo hago 4 meses seguidos. Nunca viajo en esos meses.

Ah, y todo eso hablando sólo de “escribir”, es decir, la parte final del trabajo. Lo importante para mí es el proceso previo, pensar la historia, investigar, viajar al lugar donde sucede, hacer el guión previo…

–Su nueva novela “Tres días de agosto”, es otro caso del inspector Mascarell. ¿Es posible seguir poniendo más al límite a este investigador?

— ¡Síiiiii! ¡Claro! No es fácil, por supuesto. ¡Ya son 7 libros, y con el próximo, que ya está escrito un año antes, serán 8! Lo más complicado siempre es buscar una historia, plantear algo lógico para que un tío de 65 años, renacido, casado y de nuevo feliz, se meta en problemas. Pero por ahora me he salido con la mía. No creo que ningún arranque rechine o parezca absurdo. En el fondo es poli, siempre lo será, y le basta muy poco para que se sienta el inspector que la guerra sacó de circulación, para que reaparezca el justiciero solitario que es. Miquel es un tío integro, nada más. Íntegro y honesto. Más complicado es el hecho de que cuando resuelve los casos, no pueda detener a nadie, ni hacer justicia. El final de “Tres días de agosto”, en este sentido, me parece de los mejores. Y el del próximo libro, el de 2017, “Ocho días de marzo”, lo mismo.

–El inspector debe resolver un caso que dejó inconcluso hace doce años. ¿Es una simple fórmula para ambientar la intriga o a Jordi Sierra i Fabra le gusta mucho volver al pasado?

— Yo hago novelas policiacas, sólo eso. Pero las enmarco en un contexto histórico, en este caso la larga posguerra española, y sería una pena no aprovechar esa historia, lo que pasaba en esos años, para darle a la novela una mayor enjundia, una profundidad extra. En “Seis días de diciembre” hablo de los nazis que merodeaban por España y saco a relucir el expolio artístico de la Segunda Guerra Mundial. ¡Y lo hice antes de que George Clooney hiciera la peli de los Monument Men! En “Nueve días de abril” aparece el comienzo del reconocimiento por parte de Estados Unidos del regimen franquista, y es cuando España empieza ya a planear la venta de pedazos del territorio para que los EEUU instalen aquí sus bases. En “Tres días de agosto”  quise recuperar los salvajes bombardeos que sufrió Barcelona durante marzo del 38, y para ello hago que Miquel se enfrente a un caso que dejó inconcluso entonces. Y en el próximo, “Ocho días de agosto”, por una parte recupero la memoria de lo que pasó en Mauthausen, a donde fueron a parar miles de españoles que Franco decidió que fueran eliminados por los nazis, y por otra parte enmarco la novela policiaca en la huelga de los tranvías de Barcelona de marzo de 1951. ¿Cómo no hablar de eso y aprovecharlo como fondo de una novela policiaca? ¡Fue el primer desafío a Franco en la posguerra!

–En los títulos de la serie del inspector figuran siete meses diferentes. Después de este último de agosto, ¿tiene previsto recorrer todos los que quedan del año: febrero, marzo, junio, septiembre y noviembre?

— El problema no son los meses, ¡son los días! Cuando empecé a plantearme los libros séptimo y octavo, me di cuenta de que, salvo el 1 y el 10, sólo me quedaban el 3 y el 8. Un caso en un solo día es poco, y en diez es demasiado. Para poder plantear lo que sucede en el octavo, que es muy importante en la vida de Miquel y Patro, tuve que desarrollar el séptimo caso en tres días y en agosto (número y mes no utilizados), y así aún me costó más el próximo, “Ocho días de marzo”, porque necesitaba “encajar” toda la trama en ocho días. ¡Un verdadero trabajo de orfebrería! Pero esos son los retos que me encantan. Creo que estos dos últimos casos son de los mejores de la serie. Y ahora que Plaza y Janés ya me ha pedido que piense en el noveno, el de 2018, obviamente lo que me planteo es hacer una especie de “break”. Quizás haga una novela que se titule “Un día de junio y dos de julio”, por ejemplo. Y tras ella, volvería a empezar con los días, del 2 al 9, y cambiando los meses. ¿Lío para el lector? Vale, pues lo siento. La serie empezó así, primero con un libro, “Quatro días de enero”, luego con otros dos, y finalmente con los demás.

–Escribe mucho, bien y desde siempre. En sus entrevistas dice que vive para escribir, que nació para ser escritor, que es feliz así y que no puede parar de hacerlo. ¿Estaba predestinado –no sé si cree en el destino– o su historia personal fue determinante en su camino?

— Nací para ser escritor, es obvio. Un niño puede decir a los 8 años que será bombero, y a los 9 policía, y a los 10 veterinario. Yo a los 8 dije que sería escritor, y lo mismo a los 9, 10, 11… siempre. Nunca hubo un plan B. Cuanto peor me lo ponían (mi padre me prohibió escribir y en la escuela decían que era tonto a pesar de hacer ya libros de 100 páginas a los 10 años y una novela de 500 a los 12), más firme me sentía yo en mi vocación. Alquilaba libros de segunda mano en una librería de libros usados, y quería leerlos todos. Para mí era mejor que una pastelería. Por eso también escribo de manera compulsiva, fiándome de mi instinto, saltando de un tema a otro.

–Apabulla su tesón, impresionan los datos. Casi 500 obras, 11 millones de libros vendidos en 44 años, decenas de premios y no para. Es usted inagotable, compulsivo, apasionado. ¿Qué hace para cargarse de energía con cada nuevo proyecto?

— ¿Qué qué hago? Pues levantarme cada día con la ilusión de estar vivo, de tener la capacidad de hacer cosas, de crear algo nuevo siempre, de no aburrirme jamás. No sé si mañana se me ocurrirá la mejor idea de mi vida, así que trataré de ser feliz hoy, hacer las cosas lo mejor que pueda, acostarme en paz y estar preparado por si esa energía pasa cerca de mí y, cual camaleón, la atrapo al vuelo. Ya descansaré cuando me muera. Mientras esté aquí, en este mundo, y tenga capacidad para ser quien soy, seguiré. Incluso en una entrevista como esta no puedo ser breve o moderado. He de soltarlo todo.

Yo no quise batir ningún record, ni ser el más tal o el más cual. Sólo quise ser feliz haciendo lo que me gusta, y lo que me gusta es inventar y escribir historias. Tampoco hay que darme más mérito, porque eso es justamente lo que soy, un fabulador, un cuentista, un tipo capaz de convertir la energía en vida literaria.

–Todo esto no es posible sin disciplina. ¿Cree que los autores de hoy en día se quejan demasiado?

— Bueno, no soy quien para hablar de los demás, pero… sí, a veces me río de los intelectuales (esos que también dicen que escribo demasiado y que por lo tanto no puedo ser bueno). Yo sé que llego a la gente, que mi forma de escribir es simple y está en función de la novela, que no pretendo impresionar ni demostrar nada a nadie. Quiero que un lector mío lo pase bien. Punto. Yo disfruto escribiendo (una de mis frases dice “Escribir es el orgasmo continuo”). Cuando veo a uno de esos que sale por la tele con cara de dolor de estómago y suelta lo mal que lo pasa y lo mucho que sufre con cada novela… Y luego dice que ha tardado 5 años en hacerla… ¡Anda ya, tío! ¡Claro que la gente ve a los escritores como a bichos raros que están por encima del bien y de mal! Desde luego no es mi rollo. El arte puede llegar a ser dolor, vale. Uno no escoge a veces lo que le cae encima, y si naces artista tienes un compromiso contigo mismo, pero de ahí a darte importancia…

–La autopublicación es una fórmula creciente, un lujo que nos podemos permitir con facilidad gracias a las grandes plataformas digitales. ¿Cree que está influyendo en la calidad –en términos generales– de la literatura?

— Cada vez que hablo de esto se me echan encima, y estoy harto. Que un tipo de 30 o 40 años se autopublique, cansado de que no le hagan caso los editores, vale. Pero que lo haga un chico o chica de 15 a 20 años, con todo por delante… No, no lo acepto. Primero esfuérzate tú, no vayas por el falso camino fácil. Si no se honra aquello que se ama, nunca se será buen escritor. Hay que luchar, y luchar, y luchar. Yo publiqué mi primer libro a los 25 años, ¡y era una Historia del Rock! La primera novela llegó a los 28, y mi primer premio literario un año después. Antes de los 25 ya había hecho una docena de libros, o sea, aprendi a escribir escribiendo. Cuando le digo a un chico o chica eso, lo entienden, pero muchos optan por la vía rápida. Luego pasa lo que pasa, que encima caen en manos de falsos editores que les sacan el dinero, 3.000 euros por imprimir tantas copias, mil más porque “el libro promete” (un par de periódicos malos sacan una notita pagada con parte de esos últimos mil euros), y finalmente le dicen al incauto que no, que no se ha vendido, y que si quiere el resto son 2.000 euros más. El chico tiene en su casa cientos de libros y su padre 6.000 euros menos. A mí eso me subleva. Pero por desgracia hoy todo es prisa, vértigo, hacerse famoso a la primera, tipo Grandes Hermanos y demás gilipolleces. La cultura del esfuerzo es algo del siglo pasado, y no, no es así, y menos en el mundo del arte en general.

–Su público abarca todas las edades. ¿Quiénes son los lectores más agradecidos y entregados?

— Nunca me lo planteo. Cierto que la mayor parte de mis lectores en los últimos 35 años son jóvenes, pero también me lee gente mayor, especialmente en la última década gracias a Miquel Mascarell y pese a tener importantes premios en narrativa adulta. Agradecidos lo son todos. Lo que distingue a los jóvenes es su sinceridad, a veces brutal. Un tío mayor nunca te dirá “Tu libro es una mierda”. Un chaval de 17 años, sí. Por otra parte, lidio con algo que me parece grave y preocupante, pero de lo que no tengo la culpa: soy lectura “recomendada” (cuando no obligada) en las escuelas. ¡Pero si yo odiaba a Cervantes porque me hacían leer “El Quijote”! ¡La de personal que me odiará a mí!

–¿Le afectan, le influyen, las críticas, buenas y malas?

— No. Nunca. Lo único que me molesta es la mentira, y por desgracia de eso hay mucho en Internet, gente que habla sin más, que suelta paridas sin conocerte, que da por sentado esto y aquello. Esa caja de resonancia que son las Redes Sociales a veces asusta. Poca gente las usa para decir qué bueno eres, pero para meterse con los demás… Y que conste que tengo suerte, por lo general se me quiere.

–Con las fundaciones que llevan su nombre en España y Colombia, apoya y ayuda a los jóvenes que bucean en el mundo de las letras. ¿Cuál es el grado de orfandad que sufren los chavales en este aspecto?

— Es grave. Cuando yo era niño, si una chica le decía a su madre que quería ser artista, la madre se asustaba porque eso equivalía casi a ser puta. Todavía hoy hay padres que se asustan si un hijo lee mucho, o si dice que quiere ser pintor, escritor o músico. Siempre lo mismo: “Eso no da para comer”. O “eso es un mundo muy peligroso”. ¿Peligroso? Los límites te los pones tú. Hace muy pocos años el CIS hizo una encuesta nacional sobre qué querían los padres españoles que fueran sus hijos, y ganó médico y abogado, si no recuerdo mal. ¿Y lo que no querían que fuesen? Pues militar y escritor. ¡Escritor! Sigue siendo algo prestigioso pero que ningún padre quiere para su hijo. Mis Fundaciones están para esto, para decirles a esos chicos y chicas: ¡Eh, yo creo en ti si tú también crees en ti!

–Si tenía pocos hijos con sus libros, estos jóvenes aumentan la familia. ¿Qué supone para usted su cercanía, las ganas de los chavales, cuando la literatura está detrás de todo?

— Lo supone todo. Leer me salvó la vida. Escribir le dio un sentido. Lo mismo será con los que lean ahora y más si también escriben. El feedback que tengo con los adolescentes es único. Será porque soy más crío que ellos, pero es así. Les entiendo, sé cómo piensan, por eso me siento próximo a ellos y mis libros les dan de lleno. Ojalá lo pueda mantener por muchos años. Y es así desde que publiqué mis primeros libros de música, y luego esos llamados “juveniles”.

–“Si no llega a ser por lo que leía, no estaría aquí”, dice en una entrevista. ¿Sigue devorando tantos libros como cuando era un niño?

— Tantos no. Ahora me alcanza con leer un libro a la semana, dependiendo del tamaño. Mi problema es que siendo escritor me cuesta encontrar cosas que me gusten, o que no sepa el final de antemano. Deformación profesional.

–El cine y la música son también pasiones del Sierra i Fabra escritor. ¿En qué grado son complementos o pilares básicos en su vida?

— Ya he dicho que voy al cine cada noche, o me veo una o dos pelis en la tele. Necesito el cine, y soy hijo del cine. Por eso mis novelas se pueden rodar directamente, porque son guiones de cine. He visto todo lo que se tenía que ver, desde los inicios, el cine mudo, etc. La música sigue estando en mi vida aunque ya no sea comentarista musical. Tengo 30.000 discos, escribo con música, es mi energía. Mis amigos principales siguen siendo músicos.

–¿Escribir sigue siendo un sueño para usted o lo da por cumplido?

— Sigue siendo una necesidad, como respirar. Hasta el último aliento tienes que hacer algo en este mundo. Aspiro a vivir cien años, y morir escribiendo, con la mente lúcida y mis capacidades plenas. Ese sí es mi sueño.

UNETE



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