Cuando uno lee la historia del café se encuentra con una
serie de enigmas y leyendas sobre sus orígenes que se remontan allá por el
siglo XIII, en la lejana Abisinia, donde
como en muchos otros “descubrimientos” de significancia mundial, fue la reina
casualidad la que jugó un papel determinante y es que una de estas leyendas
atribuye a un místico sufí yemení, mientras viajaba por la hoy Etiopía, el
haber observado con curiosidad a unas aves que mostraban una vitalidad fuera de
lo común y al comer las mismas bayas que tales criaturas aladas, experimentó esa misma
sensación vigorizante; y otra leyenda,
para mi gusto más creíble, menciona a un pastor Etíope que contempló como las cabras
de su rebaño experimentaban esa misma
transformación energética de las aves de nuestro místico en mención, por
lo que tomó los granos rojos y
brillantes que habían comido y los llevó a un monasterio musulmán, donde una vez más el azar jugaría un papel
central, ya que al no gustarle el sabor
de los granos a un clérigo y venerado musulmán, los arrojó con desdén al fuego,
donde el calor hizo lo suyo y convirtió aquellas rojas bayas en granos tostados
que desprendían un intenso y agradable aroma, lo que llevo a nuestros
protagonistas a mezclar los granos con agua y sal ( el azúcar no era usual) preparando así
la primera taza de café del mundo.
Luego el Café, que proviene de la
palabra turca qahve y a su vez de la palabra árabe qahwa (vigorizante), seguiría una lenta
aunque constante evolución, extendiéndose su consumo, en primer lugar por
Arabia y luego por Persia, Egipto, Africa Septentrional y Turquía,
donde en 1475 se abriría la primera
cafetería, en Constantinopla.
En muchos de estos lugares el
consumo de café fue mal visto y encontró una férrea oposición principalmente por
parte del clero y de algunos gobernantes, que veían en su consumo un motivo
que podía amenazar las raíces de su propia religión, en cuanto a la prohibición
de bebidas y sustancias estimulantes, pero que finalmente la razón de su sabor
y de su personal experiencia, permitieron que continuará su crecimiento, hasta que hacia el año 1600 de nuestra era, mercaderes
europeos que andaban a la caza de especias y nuevos productos , llevaron el valioso grano y la consecuente bebida hasta Europa, abriéndose así un camino de expansión
y difusión que no estuvo exenta de casi las mismas vicisitudes religiosas y
hasta políticas de Oriente Medio y África, en cuanto se le veía como una
sustancia capaz de concentrar alrededor de su consumo y de sus cafeterías a
intelectuales, contestarios y liberales que animados por su poder energizante, podían
amenazar la religión y la política.
Así primigeniamente se le prohibió entre los
católicos, hasta que el Papa Clemente VIII al probarla, gusto tanto de ella que la bautizo inmediatamente, declarando con
sabiduría “ que dejar solo a los infieles el placer de esta bebida sería una lástima”,
con lo cual le quito el estigma de amenaza satánica endilgada por algunos
recalcitrantes clérigos, lo cual sin duda impulso su consumo. Igual suerte correría el
café y las cafeterías que se multiplicaban en la Inglaterra del rey Carlos II,
quien emitió un edicto cerrando las
cafeterías, generando una serie de reacciones en contra por quienes agitaban las banderas de la defensa del consumo libertario, motivando que el Monarca diera marcha atrás en su
prohibición e igualmente sucedió en
Rusia donde su consumo se castigaba con cárcel y mutilación hasta que
seguramente sus bondades fueron reemplazando la ignorancia, los miedos y temores infundados.
La globalización de un buen
producto no es característica de nuestra
época, lo ha venido siendo hace cientos o miles de años y en el caso del café,
poco a poco fue ganando espacios y consumidores, cubriendo prácticamente todos
las áreas donde se le podía cultivar, gracias a lo cual hoy tenemos una intensa
actividad productiva basada en este grano, que nos permite, a quienes lo
consumimos con agradecimiento, contar con una serie de variedades y mezclas que
hacen del café una bebida imperdible, que viene dando sustento a muchos países y a muchas personas,
pues la economía basada en la explotación y consumo del café ha sido de una
expansión y competencia impresionante.
Hablar del café más allá de su
rica e interesante historia, que ha dado lugar incluso a la composición de
la célebre Cantata al Café por Johann Sebastián Bach (1734), es una cuestión de gustos sin duda, empezando
por ese intenso aroma que desprende y que despierta los sentidos y los recuerdos
“dormidos” que se relacionan y que como un sello distintivo, han sido guardados
en nuestra mente para revivir cuando nuestras células olfativas reciben las
moléculas aromáticas que lo distinguen, iniciando así ese discurrir de placer
que se va intensificando cuando junto con el aroma que lo domina todo, se saborea con agrado ese ligero amargor
endulzado, como es la vida misma, que se
siente al tomarlo, mientras su
tersa espuma va desapareciendo entre los
labios de quien lo bebe sorbo a sorbo, poquito a poco, para que su sabor y espiritual efecto se diluya lentamente, como todo lo que
uno disfruta plenamente.
Y entre ese sorbo y sorbo, sumido en el gozo de experimentarlo vendrá por añadidura la
conversación que fluye con mayor dinamismo y soltura ya que la exaltación y animo que produce beber
una buena taza de café, motiva la claridad de nuestras ideas y la comprensión
de la otras y si no es posible esta visión alturada de la relación
interpersonal, siempre tendremos la
alternativa de concentrarnos en nuestra
bebida para tomar nuevamente bríos y tratar de llevar la conversación por el
rumbo de la satisfacción.
Beber café es un deleite de
amplia difusión y felizmente exento de exclusividad, pues no hay escala social
ni económica que no pueda disfrutar de un buen café, solo basta estar dispuesto
a disfrutarlo y a vivir lo que conlleva, a dar rienda suelta a nuestros
sentidos olfativos y gustativos que nos llevaran, cuando se comparte, a
transitar por ese sentimiento de comunión que invita a la conversación y al
intercambio de ideas y cuando la soledad sea
nuestra ocasional compañía, despertará esos recuerdos que emergerán del
sabor y aroma de la impenetrable bebida que parece guardar en su esencia los
secretos del tiempo y de la historia del azar de su descubrimiento primigenio hasta hoy, en que gracias al comercio internacional y al
esfuerzo de su cultivo y selección, se ha convertido para nuestro disfrute en el