Cuando luchábamos
desde la civilidad por recuperar la libertad, en plena dictadura, terrorismo de
Estado, exclusión y exilio, escribí en mi poemario Miedo al Miedo: "mi
pena es sepulcro de coigüe, manta de Temuco, carnaval de gredas y derecho a
voto"
Hoy mi pena es esa sensación de agobio urticante frente a la traición.
Compañeros de ruta vendidos al becerro de oro, al dinero, al poder, nos robaron
la esperanza. Pese a que intuíamos que los arreglos secretos sonaban a colusión
y entreguismo, hoy abundan las evidencias de ello. Por lo cual, estamos sumidos
en una depresión existencial, "los doctores no entienden, de nada sirven
sus burdos antibióticos".
La pena hoy es por la falta de confianza, por presenciar
la profunda mentira que nos envuelve, por la pérdida de cultura cívica,
por la calidad de borregos que nos han impuesto, por el individualismo y egoísmo
consecuente, por la corrupción que cruza una sociedad enferma, por el
conformismo de los que bajaron los brazos, por la abulia de los que se dicen apolíticos,
por la dispersión, por la falta de unidad y por no entender que estamos tocando
fondo.
Todo esto enferma, aprieta hígado y vesícula, retuerce las entrañas, estresa. Es
la toma de conciencia de muchos que choca con la inercia, con la
pasividad, con la soberbia y descaro de los delincuentes público-privados de
cuello y corbata. Enfermos al presenciar la estupidez que se difunde en los
medios oficiales, por las mentiras que se dice sin escrúpulos, por
la demagogia generalizada en tiempos de elecciones.
Sin ser psiquiatra, desde el periodismo de análisis
y opinión y el sentido común, puedo declarar que estamos viviendo al borde de
la histeria, con sensación de desprotección, acumulando bronca, en una caldera
social que avisa de una convulsión febril, con síntomas de descontrol que
aparecen frente a un partido de fútbol o de una marcha pacífica, con marginales
"nini" que ni estudian ni trabajan, que no aceptan el esfuerzo
y lo quieren todo, aquí y ahora, sin límites, llenos de resentimiento y
rabia, lo que se expresa en vandalismo y hordas de depredación. Todo esto tiene
enfermo a Chile, como también lo enferma la demagogia que genera expectativas
que luego se convierten en frustración y más descontento visceral.
Enferma la represión metódica a los mapuches en la Araucanía,
las acciones policiales para servir los intereses de los que usurparon sus
tierras, sin intención de explorar medidas de compensación y justicia históricas.
Hoy ese pueblo indómito está estigmatizado
y sin poder ejercer el control de la prensa, un conflicto soterrado, con abusos
y secretismo.
Enferma constatar cómo el poder en forma transversal se comparte con cinismo, mientras nos venden izquierdas y derechas en cartón piedra. Irritan las maniobras para volver al oscurantismo, deprime constatar que vivimos una mascarada de democracia,
Padecemos una depresión cívica y necesitamos asumirlo
para poder salir del trauma, poder curarnos en unidad, en un propósito de recuperación ética de
nuestras instituciones, para una convivencia sin miedos, con una justicia que
funcione, sin esta desconfianza constante, sin esta carga de agresividad,
volviendo a confiar en el vecino, sin encerrarnos en nuestras propias cárceles.
Periodismo Independiente 08.04.2016
@hnarbona en Twitter.