Sin
duda es positivo el saldo de la visita de Francisco, el Papa, a México. Podemos
decir que la salió barato a Peña Nieto y su gobierno. Hay dos vertientes desde
donde puede analizarse la visita: la cuestión política y el asunto religioso.
En lo
que respecta a lo político fue un éxito para el Gobierno. No hay duda que le
salió barato y excelente a Peña Nieto y al gobierno en general. El Papa hizo
alarde de gran habilidad y sensibilidad política, mostró respeto y, de manera tangencial
se refirió a temas espinosos como seguridad, migración, violencia, pobreza,
desigualdad, indígenas o corrupción de forma más bien genérica. No recibió a
los padres de Ayotzinapa, no mencionó el episodio, no se refirió a ningún otro
caso específico de violaciones a derechos humanos, y no habló públicamente del
tema como un problema que sólo acontece en México. Tampoco habló del Chapo
Guzmán, aunque sí hizo referencia al narcotráfico y cómo debíamos ocuparnos
enfáticamente de los jóvenes para que no caigan en sus redes o no se conviertan
en sicarios. Clap, Clap, Clap para los operadores del Gobierno.
Algo
muy interesante pero que desde mi punto de vista es un error de enfoque
“oportuno” del Papa que pasó desapercibido en el ambiente público, es que, aún
y cuando la violencia que se genera entorno al narco ha sido en los últimos
años por una política de estado errónea (combatir frontalmente con la fuerza
militar a los narcos), Francisco condenó solo a los narcotraficantes por ello,
sin tocar un ápice el enfoque de política pública tal como lo ha hecho en otros
países. Es decir, en el discurso del Papa fue omiso entorno a decisiones de
estado equivocadas para combatir la delincuencia. En el mismo sentido, también
fue omiso cuando habló del maltrato a migrantes centrándose en la frontera de
Estados Unidos y México: no habló sobre las deportaciones y el maltrato que
hacemos de centroamericanos en nuestra frontera sur. Y tampoco habló sobre los
casos de sacerdotes pederastas en nuestro país. Insisto, le salió barato a Peña
Nieto y eso hay que reconocerlo.
En la
parte religiosa, en cambio, Francisco sí fue disruptivo. En lo subsecuente
veremos los estragos que causó su visita al cuestionar abierta y fuertemente a
los obispos y sacerdotes católicos en nuestro país. Recordemos que parte de la
labor de Francisco es devolverle bríos a la comunidad católica, recuperar
preponderancia y credibilidad, esa fue la encomienda desde su llegada al
pontificado. No es gratuito que el Papa visite al segundo país con más
católicos en el mundo (México), solo después de Brasil y que va a la baja, hay
que decirlo. De haber 95% de población católica en México, en los últimos diez
años ha descendido a 80%, amén del descredito por los escándalos de pederastia
y excesos en lo que se han visto inmiscuidos algunos de sus representantes.
Fiel a
su origen jesuita, hizo hincapié en los votos de humildad, austeridad y
transparencia con la que deben conducirse los obispos y sacerdotes. Fue
enfático en el tema de la familia y la obsesión por lo lujos y el materialismo
de la curia eclesiástica tradicional, esa a la que está combatiendo desde el
interior del seno del catolicismo y que no está muy de acuerdo con la
veneración que se hizo a Samuel Ruíz, en San Cristóbal de las Casas. Para mi
gusto aún se queda corto respecto a los fundamentos y papel de la Compañía de
Jesús fundada por San Ignacio de Loyola, pero, no hay duda de que está
generando un sisma al interior del catolicismo.
Quedan
los momentos emotivos, por supuesto: las misas, las calles, sus recorridos y su
paso por entidades emblemáticas en ciertos aspectos de nuestro territorio:
Michoacán, Chiapas, Chihuahua, Estado de México y la Ciudad de México. Queda
también, para el olvido, la proliferación del político que en búsqueda de
reflectores se toma la foto con el Papa, le besa la mano o hasta recibe la
comunión olvidando que hay un tema de simple respeto y laicidad que el estado
debe guardar para con todo tipo de expresión religiosa. En fin.
Sin
duda es positivo el saldo de la visita de Francisco a México. Podemos decir que
la salió barato a Peña Nieto y su gobierno porque hubo trato de cordialidad y
civilidad eminentemente política. En la parte religiosa, en cambio, Francisco
sí fue disruptivo.