En relación con nuestro país, la oleada de conflictos que sacude al mundo
árabe y también a Irán, tiene por lo menos dos dimensiones básicas: una
política, referida al efecto demostración de la lucha contra las autocracias
continuistas; y otra económica, asociada al aumento de los precios petroleros
que se está produciendo por la insurgencia en Libia, y el potencial de
inestabilidad en otros países exportadores de crudo, como Argelia o Irán y, en
especial, Arabia Saudita.
En cuanto a la primera dimensión, la política, el régimen de Chavez no ha
podido escaparse a las respectivas analogías, y sobre todo con el más que nunca
impresentable Gaddafi; “el Simón Bolívar de Libia”, según afirmara no hace
mucho su colega y camarada miraflorino. No han faltado los comentaristas
venezolanos que atisban la reproducción venezolana de la masiva rebelión
ciudadana en Túnez, Egipto, Bahrein o la patria de Gaddafi. Quizás una
consideración aventurada, y no tanto por la falta de despotismo vernáculo sino
por la habilidad es empaquetarlo de democracia.
Al respecto, el señor Chávez había tratado de colocarse en la acera de las
rebeliones, hasta que le tocó el turno al “hermano Gaddafi”, y se le descolocó
tanto el discurso que aún no ha salido a quebrar lanzas a su favor, como sí lo
han hecho Fidel Castro y Daniel Ortega. Y de hacerlo, es probable que el tono
no sea tan exultante como cuándo le obsequiara la réplica de la espada del
Libertador.
Pero lo ominoso del frente político se compensa, y con creces, frente a lo
auspicioso del efecto económico. Nada más grato para la voracidad fiscal de un
sistema mono-dependiente de los precios petroleros, que éstos se eleven en los
mercados internacionales. Y están subiendo gracias a la incertidumbre generada
por los acontecimientos revolucionarios del norte de África y de la península
Arábiga.
Lo que supone, al menos a corto plazo, una suerte de “bonanza en la
bonanza”, porque si ya la vecindad de los 80 ó 90 dólares por barril
representaba una cotización estupenda para la cesta petrolera venezolana, el
incremento en pleno desarrollo produce un estimable “windfall” o una ganancia
inesperada para las apretadas arcas del fisco bolivarista. Variable que
contribuye a surtir las taquillas de la revolución, sobre todo cuando comienza
una nueva temporada electoral.
Como Venezuela no se encuentra en el Mediterráneo ni en el Golfo Pérsico
sino en la Cuenca del Caribe, las crisis políticas de los países petroleros de
aquella región tienden a beneficiar las expectativas fiscales de nuestro
petro-estado, así sea que la “conducción económica” esté en manos de Giordani y
compañía, acaso el peor equipo económico gubernamental de los 192 Estados que
integran a las Naciones Unidas.
No obstante, el revolcón de satrapías que acontece en esa parte del
planeta, bien podría tener consecuencias expansivas hacia destinos lejanos en
la geografía, pero cercanos en naturaleza despótica. Sólo el paso de tiempo
podrá confirmarlo, pero en cambio ya se verifica que la subida de precios es
una noticia que no perjudica los afanes continuistas del jeque venezolano.