Los buenos demoledores abundan más
que los malos arquitectos.
B.
Pérez Galdós, Prim.
Buscaba en la mar un barco, en la
tierra un hombre, y ni hombre ni barco parecían.
B.
Pérez Galdós, Prim.
Cuando salí de mi habitación
aquella mañana del cálido mes de Enero, ya estaba doña Paquita en
la sala de lectura, con el periódico acabado de llegar, abierto ante
sus ojos. Tenía el ceño fruncido y la expresión de quien lee
atentamente una noticia. Era una expresión seria y adusta. Me
intrigó.
-Buenos días -la saludé- ¿Algo
que valga la pena? -pregunté señalando al periódico y sentándome
a su lado.
-Nada o todo -respondió mirándome
por encima de las gafas-. Depende de cómo se lo tome usted.
-Pues como no sé de lo que me
habla, quizás lo mejor sea, como siempre, tomárselo con
deportividad. Es decir, lo importante no es ganar sino participar.
Aquí quien no se consuela es porque no quiere.
-Una postura muy estoica la suya,
¿no cree? Por cierto, ¿los estoicos decían algo sobre la risa?
¿Qué opinaban al respecto?
-Buena pregunta. No lo sé, la
verdad. Pero imagino que si consideraban que la muerte es desdeñable,
también lo debe ser aquellas cosas que nos producen alegría. Quizás
la alegría y la tristeza sean indiferentes porque ni nos hacen
mejores ni peores.
-No estoy de acuerdo.
-Yo tampoco. Creo que la risa sí
que nos hace mejores. Deberíamos reírnos más a menudo.
-Eso pienso yo también. Y, desde
luego, viendo los periódicos, no nos faltan motivos para la risa.
Ahora, como usted sabe, no todas las risas son iguales.
-No, desde luego. Hay gente que
llora cuando la alegría es excesiva para sus entendederas. O, como
se dice, hay quien ríe por no llorar. Y hay periodistas que son
maestros en incitar a la risa.
-Pues algo así me está pasando a
mí con la situación del país.
-Nihil
novum sub sole. Y
a estas alturas, ¿todavía le da importancia usted a esas
triquiñuelas?
-¡Ah, sí, por supuesto que sí! Si
su Séneca dijo que nunca se es mayor para estudiar y aprender, no sé
porqué alguien tiene que serlo o parecerlo para ocuparse de la
situación de la república.
-Tiene razón. Ocupémonos de la
república, pues, y esperemos que nos sea tan útil, esa ocupación,
como si estuviéramos estudiando filosofía. ¿Sobre qué quiere que
disertemos? -pregunté con cara de resignación- ¿Cataluña y las
nacionalidades? ¿El nuevo parlamento..? ¿Los nuevos peinados?
Porque el resto suena, como siempre, a cosa sabida, dicha, hablada y
criticada.
-Yo casi comenzaría por hablar de
don Ramón María del Valle-Inclán. Y del esperpento, por supuesto.
-A mí el esperpento -dije- nunca me
ha hecho reír, aunque no me ha dejado indiferente, desde luego.
-Estaba
tratando de recordar -me respondió en tanto meditaba con la vista
perdida- si en los esperpentos hay muertes... No, en algunos no la
hay. Las
galas del difunto, por
ejemplo... Perdóneme esta distracción. Por unos momentos no he
sabido si definir la situación actual del país como esperpéntica o
como un vodevil o una astracanada. No es lo mismo.
-¿A qué se refiere usted?
-¡Ay! Mire, yo soy una persona
mayor. Y dicen que los mayores nos volvemos conservadores.
-Yo también lo soy, mayor quiero
decir. Y conservadores y reaccionarios los he conocido de todos los
pelajes y de todas las edades. Así que no tenga miedo a decir lo que
piensa. Hay por ahí pollos de veinte años que parecen tener
ochenta, y no por el talento ni la experiencia.
-No tengo miedo. Al fin y al cabo no
es lo mismo hablar entre nosotros que opinar a través de twiter o de
como se llame eso. O comentar noticias en un periódico. Es cuando
una se percata de que vive en un mundo de sabios: todo el mundo que
participa en esos medios sabe de todo, y todo el mundo opina de todo
y tiene razón en todo cuanto dice. Y llena de improperios a quien no
piensa como él, que es lo propio de este santo país.
-Como dice el refrán, el que no
quiere polvo que no vaya a la era. No comente nada, ni escriba nada,
ni lea nada de eso porque además nada de eso sirve para nada, y no
se disgustará. Además, ¿qué falta le hacen esas tonterías
pudiendo tener conversaciones aquí con gente más o menos
inteligente y educada?
-En eso tiene razón. Y yendo ya al
más nimio de los asuntos, ¿no le parece que cada ocasión requiere
un lenguaje determinado, y cada circunstancia una forma de vestir?
-Sí, tiene usted razón. Yo, cuando
era profesor, tuve que recibir a alguna que otra madre con escotes
que, por propia caridad, mejor hubieran estado cerrados. Hasta con
bañador me vino un padre... Ahora bien, tenga en cuenta que la
historia es como los dientes de una sierra. O dicho de otra forma:
todo lo que sube, baja. Es posible que los hijos o los nietos de
estos vuelvan a las corbatas y a los trajes elegantes sencillamente
para distanciarse de sus progenitores.
-¿Usted cree? Yo no lo veo tan
claro.
-Ni yo tampoco; pero mientras sepan
legislar qué más da como vayan vestidos.
-Ahonda usted en mi pesimismo.
Oyéndolos hablar me percato de que la distancia entre abuelos y
nietos no es tanta...
-Nunca lo ha sido. Por desgracia
avanzamos muy poco. Se ha montado el circo con la entrada de algunos
jóvenes en el parlamento, nos hemos reído un poco, hemos hablado de
vestimentas, rastas, coletas, pelos, piojos y bebés. Y ya está.
Dentro de unos días todo volverá a la normalidad, es decir, me lo
temo, que hemos cambiado lo cambiable para que no cambie nada. Dicho
de otra forma, hoy estoy inspirado, el hábito no hace al monje.
-¿Y a usted eso no le produce
desazón y tristeza?
-No. ¿Quién se enfada porque un
mulo pegue pares de coces?
-¡Hombre! Vistas las cosas así...
Fíjese, yo tenía algunas esperanzas, pequeñas, pero esperanzas al
fin y al cabo, en que esto iba a cambiar un poco. Pero veo que no.
Mucho folclore, aunque parte de él, como el de la madre amamantado a
su hijo en el parlamento, no es más que demagogia, ¿no le parece?
-Mire, en esta vida todo tiene la
importancia que le queremos dar. Mi madre tenía una tienda, y a mí
me amamantaba en su lugar de trabajo, hace casi un siglo de esto. Eso
sí, cuando yo empezaba a berrear, ella se retiraba a la trastienda.
A lo mejor en el parlamento no la tienen. Y qué más da, la tengan o
la dejen de tener. Eso es una solemne tontería. Como lo de llevar
corbata o dejar de llevarla. Ahora bien, tiene razón en que hay
lugares y momentos, y momentos y ocasiones.
-No sé. Tal vez tenga razón usted.
Al fin y al cabo también don Ramón María iba por ahí con sus
barbazas y con alguna que otra extravagancia.
-¿No decía usted que hay que
reírse? Ríase. No creo que saque otra cosa en claro.
-Pero
¿usted cree que la situación está para eso? Parte de los catalanes
proclamando la república catalana, una parte importante de antiguos
militantes del partido en el gobierno, juzgados por ladrones, una
infanta juzgada por corrupción, -la máxima de esta gente parece que
era aquella famosa de a
tuerto o a derecho, mi casa hasta el techo- el
rey casi atado de pies y manos... Pobrecillo. Esta noche he soñado
con él. ¿Sabe? Yo de él haría como Amadeo de Saboya: entregaría
el cetro y la corona y me marcharía. No creo que le haga falta la
monarquía para vivir. Me recuerda mucho a Isabel II, no por la
rijosidad, pobre, sino por la corrupción, la familia y demás. Se
podría ir a vivir a París. Allí tiene ópera, cine, teatro,
museos, conciertos...
-Oiga, y ya que ha sacado el asunto,
¿cuándo empieza surgir todo esto de los nacionalismos? Al principio
de los tiempos parece que éramos nómadas, luego ciudadanos del
imperio romano, o auxiliares y esclavos; más tarde cristianos...
¿Cuándo empieza todo esto de las nacionalidades? A mí me parece
que es una fiebre de hace cuatro días. Algo así como el acné.
-Las enfermedades de cuatro días
también pueden matar.
-No le quepa duda. Del estribo a la
silla se da la caída. ¿Sabe? -dije volviendo al tema anterior-. Al
menos estos chicos nuevos que han ocupado el parlamento no tienen
mucha pinta de ir a robar o a saquear. Porque lo que es asqueroso,
señora mía, no son los pelos y las vestimentas sino que hayamos
tenido un parlamento y un senado con corruptos que además estaban
protegidos y comandados por un partido que, en fin, deja mucho,
muchísimo, que desear. Y no porque todos hayan sido corruptos, sino
porque la linea a seguir ha sido la protección de los suyos antes
que los intereses de la patria. ¿Me estoy poniendo demagago?
-pregunté tras unos segundos de silencio.
-No -me respondió sonriendo- más
bien mitinero. Le voy a contar una cosa -me dijo como si estuviera
haciéndome una gran confidencia- dice una periodista que estos
chicos, los nuevos parlamentarios, huelen mal.
-No me lo creo. Pero aunque sea así
eso no es ningún problema. Es ser tradicional, muy tradicional, que
es lo que será esta periodista. Esta señora se tenía que haber
sentado al lado de Cicerón después de que a este le lavaran la
toga. Por si no lo sabe lo hacían con orín humano. Ya se lo puede
imaginar.
-Hombre, pero los tiempos cambian.
-¿Usted cree? El senado romano no
dejaba pasar ni una. Se cargó a los Gracos, a Catilina, a César,
impidió todo tipo de reformas que aliviara las cargas de las clases
medias, si se puede hablar de clases en Roma, que ya sé que no...
Ahora hay una persona en Madrid, non grata para el senado en
funciones, que estornuda, y al día siguiente casi toda la prensa la
saca en primera página porque no ha estornudado como Dios manda. Y
no la matan porque, sí, los tiempos cambian, que no por falta de
ganas. Pero todo se andará.
-No me asuste. Espero que no tenga
usted razón. De todas formas, lo mejor de los periódicos de esta
mañana es un artículo que le recomiendo que lea -dijo alargándome
el diario-. Se dice en él que cierto muchacho está tan pagado de su
persona que, al salir del parlamento, se produjo un relámpago, y él
creyó que Dios le estaba haciendo una foto con flash. Por lo menos
todavía hay ingenio y algo de educación.
-Yo me conformo con que no roben y
legislen un poquito bien. Fíjese a qué niveles hemos llegado. Pero
me parece que es pedir mucho para el país. Entre otras cosas porque
van a encontrar impedimentos por todas partes, hasta dentro de sus
propias formaciones. La vieja historia de la izquierda española.
-Tal
vez es ahí donde esté lo peor. Las grandes tragedias siempre han
sucedido en el interior de la propia familia.