Ayer se despidió de todos nosotros un hombre desconcertante. Un hombre de silencios contenidos durante doce años en el Parlamento que llegó a la cúspide de la política con el sano y firme propósito de consensuar ideas y proyectos, gracias a su talante, un talante que con el tiempo se fue difuminando, hasta quedarse, sin duda, en su más estricta íntimidad.