La información es mucha e impacta, pero en lo cotidiano la vida continúa y estamos, sin darnos cuenta, transitando la tercera guerra mundial y no importa lo que creamos, conozcamos o ignoremos, en algún momento se nos impondrán alineamientos y deberemos asumir como país la real politik. En relaciones internacionales no hay amigos permanentes, sólo intereses permanentes.
Quizás no saber, no mirar noticias, política del avestruz, sea una forma de sobrevivencia, porque así solamente te ocupas de tu entorno mínimo o de ti mismo, asumiendo como inevitable aquello que no controlas, que está lejos de nuestras capacidades. En general, las familias creen en la paz, practican las relaciones afectivas, luchan por los que aman, sin importar dónde o en qué idioma, todos quieren vivir en paz. Sin embargo, amplios territorios de Siria ya están en poder del Estado Islámico, lo mismo en el norte de Irak o en áreas de África donde los Estados han sido aniquilados por guerras tribales donde las Naciones Unidas no pueden hacer nada.
Como telón de fondo de esta crisis geopolítica en medio oriente y Europa, aparece el fenómeno climático, colocando en forma recurrente tragedias ambientales que destruyen naturaleza y desplazan población, frente a lo cual no ha habido una reacción razonable de los países que generan el mayor nivel de contaminantes. Y en este escenario, los tiempos se terminan y el cocktail augura una tormenta perfecta. Son los límites dramáticos del crecimiento económico al que ha apostado el modelo depredador imperante.
¿Y qué ocurre cuando esa paz se viene abajo, cuando tu ciudad es bombardeada? ¿Cuando turbas enceguecidas de odio masacran, degüellan, violan, torturan, asesinan por gusto, sólo para ser temidas y así ocupar y despojar a naciones enteras de su tierra? ¿Quién puede explicar a esos pueblos pacíficos que la muerte se les viene como golpe de hierro y nadie hará nada por ellos?
El individualismo corroe los tejidos sociales y es la esencia del modelo neoliberal. A ello se agrega que la globalización ha debilitado al Estado Nación. Por la fuerza se impone hegemonías imperiales, hay escasos márgenes de maniobra, pero el poder todavía está disperso en lo económico, comercial y financiero. Pero en lo político -militar la ley de la selva ha ido rompiendo los débiles pilares del Derecho Internacional. Las guerras preventivas, conflictos inventados por conveniencia del imperio, terrorismo que termina limitando las libertades públicas de los ciudadanos, que terminan siendo víctimas del poder policía que debiera protegerlos. Países pequeños que se encuentran amenazados por poderes supranacionales, que son capaces de crear ejércitos mercenarios, porque sus organizaciones son dueñas de la industria bélica, sectas que deciden en función de sus intereses, donde y cuando aparecen nuevas guerras.
Las guerras siempre son contadas o filmadas por los vencedores; pero acá aparece la sociedad mediática global y lo que tenemos es el terror al instante, literalmente hablando, con videos terroríficos que muestran la peor crueldad, si es que hubiera categorías para el mal. Estremece estar en medio de este mundo donde demuelen construcciones, inventan y apoyan a grupos terroristas que luego se convierten en enemigos incontrolables. En este juego de muerte, circula el tráfico de drogas y de personas. Del caos profitan las mafias, la muerte actúa contra el pago a sicarios o a mercenarios. Se mata a control remoto, la muerte es un juego de video, un dron o bien un hackeo cibernético; se saca del medio a quienes se oponen, los periodistas mártires suman decenas y, así, el sistema global se sigue moviendo. Las ruletas de los intereses juegan a diario, se especula, se canjean territorios, se perfilan nuevas reconstrucciones que son bienvenidas porque significan más dinero. Todo vale en el horror de la guerra y la verdad es siempre la primera víctima.
El Estado que se supone debe ser el bastión protector de la nación y su territorio ¿Será capaz de defender a un país cuando la marea de muerte lo invade? Las alianzas en seguridad son, por tanto, indispensables y por ello la cooperación regional debe ser prioritaria, pues podemos ser blanco apetecido de quizá qué ambiciones. Poderes fácticos que actúan en forma soterrada, que corrompen o usan sicarios, que pueden desestabilizar un gobierno o preparar asonadas golpistas. En forma extrema, esos poderes pueden absorbernos como sociedad, haciéndonos desaparecer, si eso les reditúa. Somos un puñado de gente en un rico territorio con recursos estratégicos, como agua, minería de cobre, oro o litio; territorio de baja densidad y con un extendido litoral.
Es necesario fortalecer el Estado para articular una nación sólida y un territorio que revierta el centralismo perverso. Son cambios de fondo para permanecer como país en la vorágine de un planeta en crisis. Estar preparados para lo peor es la función propia de un Estado Responsable. Cuando esto no se asume con unidad nacional y visión de largo plazo, estamos hipotecando el futuro de las siguientes generaciones. Si ponemos sentido nacional por encima de la coyuntura y las dinámicas estrechas del poder local, los problemas de concentración de la riqueza y del poder político podrían solucionarse con sensatez, porque todo está en riesgo. Con racionalidad se encontraría una salida país en un nuevo pacto social. Sin eslóganes mezquinos, procurando ideas de Estado, podríamos con mayor factibilidad surfear y sobrevivir a los escenarios duros que se avecinan. Porque aplicaríamos todos, en la diversidad, la tolerancia y una real democracia, una mínima cuota de sentido común y de realismo, en el contexto descrito.
Periodismo Independiente, 10 de Septiembre de 2015. @hnarbona en Twitter.