.
Son chilenos y chilenas que no están de
acuerdo con la forma en la que se da acceso a la educación, que creen que todas
las parejas tienen los mismos derechos y que la Patagonia no debe
tener represas. No están dispuestos a que el gobierno decida qué es lo
correcto, y están preparados para movilizase pacíficamente de todas las formas
posibles, a tomar las calles, los colegios, las embajadas, las sedes de
partidos políticos y a invitar a todos a participar en acciones de todo tipo
– desde artísticas hasta ridículas- para llamar la atención de los medios
de comunicación internacionales y nacionales, mostrando un extraordinario
despertar ciudadano.
¿Qué significa esta nueva dinámica social para
las fuerzas políticas de Chile? ¿Qué significa para el diseño de
políticas en Chile?
En el papel, la democracia volvió a Chile
hace 20 años, pero parece que solo hoy la ciudadanía ha resuelto que es
ella la que deciden y que nadie puede decidir por ella. La democracia, en
su concepción clásica, es un proceso constante, impregnado en el quehacer de
cada día, en cada ciudadano, y no solo en el simple acto de votar.
En este ideal democrático ya no basta con que los elegidos por voto
popular argumenten a favor de una decisión; la ciudadanía exige que su
opinión sea considerada.
Si bien esta forma de proceder de la
ciudadanía se puede ver como un fracaso de los partidos políticos en representar,
cristalizar y expresar el sentimiento ciudadano, conclusión que se derivaría en
que la solución es un nuevo partido que represente el sentir actual, de esta
crisis de representación también se puede deducir que lo que está pasando es
una nueva forma de hacer democracia, donde el voto espaciado ya no es
suficiente.
Esta crisis puede ser el fin de la
democracia representativa como la entendemos de manera clásica y el
potencial nacimiento de la democracia basada en la antigua virtud cívica, donde
las decisiones se toman con la gente y no únicamente para la gente.
Esta es una fuerza nueva e
increíblemente poderosa que, de no ser considerada, tiene un gran costo
político para sus adversarios u oponentes, como lo han mostrado las
cifras de rechazo al gobierno y a la oposición en Chile, las incansables
acampadas de la civilidad en España o las violentas manifestaciones populares en
Grecia. Visiblemente, quienes sean capaces de entender y canalizar estas
visiones, serán los que puedan emplear esta nueva fuerza de manera constructiva
en vez de luchar contra ella.
Esto tiene importantes consecuencias
para la forma en la que se ejerce el gobierno y se administra el poder. La políticas
que en su diseño no incluyan la participación ciudadana vinculante serán,
sin duda alguna, una fuente de conflicto permanente y de gran costo
político para quien sea que este en gobierno.
Hoy se encuentra en discusión los mecanismos
de participación ciudadana en políticas ambientales y evaluación de proyectos
con impacto ambiental en Chile. Esta es una gran oportunidad para
incorporar estas nuevas fuerzas ciudadanas en un tema sensible como es el
medio ambiente y comenzar a diseñar una nueva forma de hacer políticas. Si los
actores de gobierno lograrán incorporarlas efectivamente es una pregunta
abierta, pero lo que sí está claro es que la democracia participativa,
preanunciada hace algunos años por las ciencias políticas, al fin llegó para
quedarse.