Personas humanas (I) por Ramón Sanchis

Mi buen amigo M. Antonio Lozano es un idealista anónimo, profundo y generoso. Desde hace veinticinco años, cada día, cuando termina su trabajo, apoya cualquier actividad en pro del ser humano y la cultura. Reserva las noches a zambullirse en los libros de historia, filosofía y psicología. Dedica sus fines de semana a colaborar con un grupo de voluntariado en acciones sociales y humanitarias. Consagra sus navidades a preparar campañas solidarias para los más desfavorecidos. Muchos niños le deben sus zapatos y juguetes, e incluso su sonrisa.

 

. Antonio Lozano es un idealista anónimo, profundo y generoso. Desde hace veinticinco años, cada día, cuando termina su trabajo, apoya cualquier actividad en pro del ser humano y la cultura. Reserva las noches a zambullirse en los libros de historia, filosofía y psicología. Dedica sus fines de semana a colaborar con un grupo de voluntariado en acciones sociales y humanitarias. Consagra sus navidades a preparar campañas solidarias para los más desfavorecidos. Muchos niños le deben sus zapatos y juguetes, e incluso su sonrisa.
Pertenece a un club de lectura, en donde descubrió las bondades de los libros, esas que hoy trasmite a otros con elocuencia y convicción. Escribe desinteresadamente en revistas y dicta cursillos sobre temas muy diversos; lo hace con un tono preciso, certero, ejemplificando sus palabras con anécdotas y citas diversas.

Hace unos años, se cansó de trabajar en tiendas de ultramarinos, en tiendas de muebles capaces de venderte un sillón de masajes o un tresillo, en floristerías que ya no respetan domingos ni fiestas de guardar, que montan guardia junto a los tanatorios y reparten dividendos tras la semana santa, y se propuso rediseñar su vida.

Como persona honrada no quiso despreciar un trabajo, mirándose en aquellos que no saben aun lo que es tenerlo, pero comenzó a estudiar mientras aún vendía muebles, de tapadillo, con muchas ganas de alcanzar todos los horizontes que le aguardaban. Aprendió, poco a poco, márketing, recursos humanos, informática, técnicas de comunicación y redes sociales, oratoria, etcétera. Con el tiempo que otros consideran residual, delineó para sí una nueva trayectoria de vida, hecha de enseñanzas no regladas y cursillos dispersos.

Compaginó su tarea como pudo, con esfuerzo y dedicación, alternando sus noches de vigilia con su capacidad de soñar despierto. Estudió con ahínco, con sueño o sin él, siempre decidido a aprender. Pero finalmente lo echaron de la empresa, cuando comprendieron que su mundo era algo más amplio. Tal vez, en el último examen médico de empresa, le practicaron un escáner o una lobotomía y comprobaron que, en aquel cerebro de persona íntegra y cabeza bien amueblada, había un sofisticado mecanismo propio de la más perfecta relojería suiza.

A partir de entonces renunció, incluso, a todo aquello que ya casi había proscrito de su vida para poder realizar sus sueños, administrando celosamente su tiempo y energía. Destinó el dinero de las cervezas a comprar libros; las escasas conversaciones con los amigos, a avanzar como ser humano; y esas vacaciones que no disfruta hace siete años, a estudiar.

Pinturas Rupestres más antiguas_00Fue salvando exámenes en silencio, sin darse importancia, hasta que un buen día nos comunicó, sin apurones ni altibajos, que había terminado sus estudios: ¡por fin era psicólogo! A partir de ahí lo vi más firme; comenzó a hablar con una mayor convicción; aconsejaba a otros, al principio con recelos, y poco a poco con una asentada convicción. Su solidez fue creciendo, pues un psicólogo no podía tener dudas ni temores, debía pensar con claridad y ser ejemplo, tal como él comenzó a serlo en su entorno.

No obstante, debo decir en su favor que jamás se le subió su título a la cabeza; no se creyó alguien con el derecho a aleccionar a otros hasta el cansancio; no levantó la cabeza con un orgullo insano, ni habló escuchándose. Tampoco empleó palabras rebuscadas ni altisonantes; para nada quiso maquillar su genuina forma de ser, pues siempre se aferró a su verdad atemporal, despreciando las modas y los cambios superficiales. Se mantuvo siempre en su esencia, buscando aquella estrella que le había guiado desde la infancia.

Medico-hospitalPronto le permitieron hacer prácticas en un hospital y sus ilusiones se vieron cumplidas… Porque aquello que a él le motiva de verdad es cuidar a enfermos terminales, dándoles un soporte real en los momentos del trance final. Desde hace algunos años, M. Antonio quiere encontrar la razón de la muerte para ofrecerles una explicación profunda, cuidados paliativos y un apoyo sincero a los familiares cuando sobreviene el desenlace sin previo aviso. Se ha especializado en la fase del duelo, intentando que la persona reconozca la pérdida del ser querido, que asuma lo ocurrido y recomponga su vida, encarando adecuadamente su futuro.

Tal vez aquella semilla de amor y bondad, se incrustó en su alma cuando veinticinco años atrás comenzó a estudiar filosofía, cuando comenzó a preguntarse ¿quién soy yo?, ¿de dónde vengo?, y ¿adónde voy?, como siempre,  después de su trabajo y  renunciando a tantas cosas.

Faro al atardecerNadie podía suponer que este tipo de trabajo ilusionara, rebasados los cuarenta y cinco años, a un vendedor de muebles, reflexivo, educado y vivaz. Pero no hay límites para un idealista, enamorado de la vida y de los seres humanos… Desde que lo conozco sé que el mundo puede ser siempre mejor, porque él cuida el umbral por donde pasan las personas hacia ese incierto destino que llamamos muerte.

Tales personas, de esta manera justifican su vida; otros, nos engrandecemos con su ejemplo.

Ramón Sanchis Ferrándiz © 

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