Artículo opinión: Personas humanas por Ramón Sanchis

Le contaba a un buen amigo la necesidad que me acuciaba de entender el panorama social y humano que nos rodea, de aportar mi modesto granito de arena para mejorar un mundo que se nos va de las manos.

 

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A lo largo de la conversación expresé mi intención de profundizar en la notable ausencia de valores que nos circunda, en la falsedad y la manipulación de quienes nos gobiernan, la crítica despiadada y la maledicencia, el exceso de información que encubre la carencia de formación real, el culto al cuerpo que atrapa tanto a los más jóvenes como a quienes temen dejar de serlo, y un largo etcétera que aqueja a la sociedad.

Pero él, siempre calculador y pausado, escondido tras sus gafas de intelectual, me aconsejó escribir de las personas; esos seres desconocidos que pueblan el universo de nuestra existencia. Es una tendencia que se impone, me dijo, que como tantas otras pasará pronto a engrosar el baúl del olvido. Hablar de lo que le ocurre al mundo, en la actualidad, deja un tanto indiferentes a quienes —tal vez por sufrirlo— ya no esperan que nada cambie. En suma, insistió, hay que hablar de personas concretas, de sus problemas, sus miedos y calladas virtudes.

Lo que hacen otras personas siempre atrae a quienes anhelan ver la vida escondidos tras los cristales de su anonimato. A diferencia de quienes airean sus vidas públicas en los medios de comunicación, las personas humanas siempre creen que su vida no tiene valor alguno. Mientras el famoseo mantiene su autoestima bien alta, quienes se arrellanan a contemplar la vida de otros en el silencio de su nadeidad, la diluyen en sus complejos.

Sí, como siempre, mi amigo Marco Antonio tenía razón. Las personas son el crisol en que se gestan los verdaderos cambios de una sociedad, porque los sistemas, siempre fallan cuando no les asiste la fuerza y la convicción de las personas humanas. Pueden mantenerse a flote, por un tiempo, con el concurso de las personas número, de aquellas que conforman la argamasa de la sociedad y son arbitrariamente zarandeadas por el viento de corrientes intencionadas. Estas son las personas cosa que no cuentan, que viven en colmenas tristes, hacinadas en cajitas de cartón con derecho a una visión rectangular del cielo, en nichos blanqueados a los que llaman hogares y que no conforman sino un cementerio de sueños y aspiraciones. Porque un mundo que carece de sonrisas, de horizontes claros y esperanzas definidas, de la posibilidad de un trabajo digno y creativo, es un mundo quebrado, desecho, un mundo con las alas rotas que intenta batir sus muñones desesperadamente, soñando con la capacidad de volar que ya no tiene.

Un mundo así, carente de profundos ideales, del sentido de la palabra empeñada y la rectitud, de honestidad y franqueza, es un mundo frío. Sin embargo, este es el mundo en que vivimos: una charca verdosa en la que nos hemos acostumbrado a respirar a pesar de la escasez de oxígeno que nos mantiene con la respiración asistida. Pero… ¿a quiénes les interesa mantenernos en este trance de respiración asistida? ¿Quiénes mueven los hilos tras el escenario?

Sin duda, nos hemos acostumbrado a ver el mundo a través de una ventana minúscula, rectangular, en la que algunas flores adornan nuestro limitado paisaje. Tal vez por ello, malgastamos nuestra vida trabajando día y noche por conquistar una minúscula parcela con derecho a vistas, un palmo de césped al que llamamos eufemísticamente naturaleza. Cedemos nuestro tiempo en varios trabajos que no nos sacan de pobres, olvidando nuestra verdadera formación, aquella que nos permitirá educar a nuestros hijos en verdaderos valores humanos.

Pero sin embargo nos conformamos con poder opinar sobre nuestra sociedad, tímidamente, en el anonimato de una papeleta blanca que se deposita detrás de una cortina. En verdad, siempre que subo al metro me dejan votar a qué parada deseo ir; puedo elegir el tatuaje que adornará de por vida mi cuerpo; la canción que me representará en un certamen, etcétera.  Ellos, los que mueven los hilos, en cambio, saben dónde estoy en cada momento, a qué lugar me dirijo, qué compro, las opiniones que expresé anoche en el chat y el jersey que prefiero. Guardan mis selfies en la galería de sus ocultos ordenadores, para ver la evolución de mi rostro con los años, y me proponen páginas que me gustará ver, a fin de que me comporte como un consumidor activo; de este modo la sociedad seguirá funcionando, la economía —ese ídolo al que todo se sacrifica—, me lo agradecerá… Y ese mundo triste e indiferente, seguirá rodando, ladera abajo, hacia un fin incierto que sus confiadas gentes aún no adivinan.

Sí, ciertamente no hay nada más importante en este mundo que las personas, esos seres a menudo adormecidos y ausentes que tan solo viven aquello que les permiten las circunstancias. Y a ellos me quiero dirigir en esta sección, cada semana, a partir de ahora.

Ramón Sanchis Ferrándiz, abril de 2015. ©

UNETE



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