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Emergen como una erupción los casos de
asociación ilícita, tráfico de influencias, cohecho, nepotismo, colusión, lavado
de activos, enriquecimiento ilícito, tratos con redes de narcotráfico, clientelismo
político, búsqueda ilícita de lucro o prebendas, todo siempre afectando el interés general.
El Estado Nación en el marco de
la globalización ha resignado ámbitos de soberanía, aceptando reglas internacionales
que limitan su actuación como entidad máxima y rectora de la vida en sociedad.
Ese Estado, que en Chile está amarrado al concepto neoliberal de Estado Subsidiario
de la Constitución de 1980, es una institución que actúa “en la medida de lo
posible”, que ha ido perdiendo sus
principios republicanos. Como evidencia, el tema de los trabajadores del sector
público, se observa que los funcionarios públicos antes eran de carrera,
servidores del Estado, en cambio, ahora, la mayoría es a contrata y depende de
lo que decida el gobierno de turno. Las plantas a contrata en toda la
Administración, generan una situación precaria para el funcionario y con ello
se ha ido perdiendo esa actitud legalista y crítica de la función pública, con
empleados que eran capaces de representar las órdenes que no crean procedentes y
tener en esa acción el respaldo de una Contraloría General de la República que
debe velar por ese derecho. La situación precaria del empleo ha ido minando esa
actitud crítica de la Administración frente a los niveles políticos del
gobierno.
Si admitimos que la gran mayoría
de las personas actúa en la sociedad respetando normas, con honestidad y
esfuerzo, comprometida en sus proyectos de vida, buscando construir espacios
seguros para sus familias, buena educación
para los hijos, alimentación sana y libre de transgénicos, transporte digno,
actividades de cultura y recreación diversas, estamos diciendo que esas personas han pecado de omisión, al
abstenerse de cumplir una gran responsabilidad, la vida cívica, la elección de
sus representantes. Esa mayoría, que se confiesa lejana a la política, está
regalando ese espacio de toma de decisiones a las minorías que controlan la
institucionalidad. Esa mayoría se queja, se lamenta, a veces marcha, pero, al
poco andar, vuelve a su ostracismo y su pasividad, con escasa vocación
asociativa.
¿Cómo lograr que frente a esta
corrupción que se extiende como manga de termitas, esa mayoría de personas de
trabajo, reaccione cívicamente? ¿Cómo motivar en ellas una responsabilidad con
su país y las futuras generaciones? ¿Cómo sumar voluntades para comprometernos
en función del bien común y el interés general, cambiando las reglas de
convivencia, caminando hacia una nueva Constitución? ¿Cómo lograr esa
convergencia? Por ahora, hay un grito convocante en las redes sociales, voceado
por miles de jóvenes y no tan jóvenes, y llama a ¡la Decencia al Poder¡