Hace una semana escribí la primera parte de este artículo y narré
algunas experiencias propias de la vida, desde donde uno puede proyectar
cosas y sacar conclusiones interesantes en términos sociales o
colectivos. Lo que pasa en el ámbito personal puede ser extrapolado a la
política o la economía o la cultura y casi siempre los patrones se
repiten.
En esta ocasión debo decir que el día ha llegado. Hoy
por la noche finalmente me caso y habrá sido una experiencia llena de
fascinantes ingredientes. Hace una semana decía que las personas ponen
el énfasis en aquella parte que consideran importante. Para unos es la
fiesta y para otros la misa. Unos gastan e invierten en alcohol y otros
en música, unos se procuran un templo grande y otros quieren un salón
inmenso. Lo que trato de decir es que las personas asignan sus
prioridades y gastos en función de su escala de valores interna. Eso,
decíamos, no es bueno ni malo, sino simplemente un ejercicio de
transparencia para saber cómo piensa la gente. Incluidos los políticos
cuando toman decisiones similares.
Pues bien, en esta ocasión se
me ocurre hablar de dos cosas que considero sumamente importantes. La
primera de ellas es ¿qué hacer cuando todo mundo te dice qué hacer? Es
algo terrible, porque las personas consideran tu boda como si fuera
propia y en ocasiones tienen exigencias que son francamente
intransitables, como si fueran ellos los que se van a casar y como si
alguna fuerza "superior" les hubiera dado la facultad de ordenarle a los
novios sus propias demandas (creo que se nota que esta situación me
entristece un poco y me enoja otro tanto); pero justamente cuando uno
logra moverse al siguiente nivel, se percata que muchas veces lo
anterior es producto de mecanismos inconscientes de las personas, no
necesariamente malos. En algunos de ellos es la manifestación de una
alegría intensa y en otro caso, es el resultado de sus propias
frustraciones. ¿Qué hace uno con eso? Nada absolutamente. Escucha
pacientemente y luego los manda "a volar". Pero para ello uno necesita
tener autosuficiencia (no necesariamente en recursos económicos, sino
emocionales) para plantarse frente a las exigencias de otros sin ceder
de manera razonable y llevar a cabo lo que uno considera mejor. Esta
enseñanza, más que de bodas, de política o de economía, es de vida.
Cuando uno logra hacerse del control y de las riendas de su propia vida,
entonces es mucho más fácil decidir, no en función de los demás (o de
las exigencias o de las frustraciones de los demás) sino de los valores y
principios personales y de las convicciones más profundas. Eso es
verdaderamente la libertad, entendida como la búsqueda propia de la
felicidad.
La segunda cosa de la que quiero hablar en este
"manual de sobrevivencia" es de los ritos y los símbolos. Anoche,
discutía con mi padre sobre si la boda es el resultado de un compromiso
personal frente a otra persona, o bien, es solamente el inicio y la
causa del mismo. Aunque no llegamos a un consenso en el tema, mi
convicción personal al respecto es que la boda no sirve de nada si atrás
de ella no hay un compromiso serio previo. En dicho caso, el enlace
matrimonial es solamente un "trámite" que la da formalidad a ello, pero
la boda por sí sola no genera el contenido que hace que un matrimonio
funcione. El error, desde mi punto de vista, es creer que cuando uno se
casa, la boda genera el compromiso hacia la otra persona y entonces, las
cosas funcionarían por ello. Respeto a quienes piensan así, pero yo
opino justamente lo contrario; y precisamente como la boda es
consecuencia de lo anterior, es que uno debe procurarse el trabajo
interior para darse las herramientas y los instrumentos adecuados para
que las cosas funcionen. De otra forma estaríamos confundiendo la forma
con el fondo, y en el nivel de compromiso personal, lo anterior puede
resultar perjudicial.
Hasta aquí llegaré el día de hoy. Sin embargo, prometo contar cómo resultó todo y rectificar en caso de que esté equivocado.
www.federicoling.com y @fedeling
*Maestro en Análisis Político y Medios de Información