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La opinión pública mundial había comprado a Chile
como un país ordenado. En los indicadores de riesgo país se le consideraba un
país confiable, con reglas del juego que se respetaban. Sin embargo, cuando se
ha conocido de los delitos tributarios de evasión de impuestos investigados por
el SII, de la colocación de capitales en paraísos fiscales o en la banca suiza,
de la concentración económica y de la colusión de empresas para abusar de los
consumidores, hemos ido cayendo a lo que en verdad somos: una democracia
imperfecta, una economía manejada por un puñado de familias y una clase
política funcional a tales intereses.
Alguna vez dije que si estábamos
en la región como el país menos corrupto en el índice de transparencia, era
porque nos habíamos comprado al que hacía la encuesta. Y parece que era
efectivo. Porque hoy, escándalos mediante, nuestro país ha estado en la mira y
nuestra república a nivel de republiqueta.
Y lo más patético es que la clase
política responsable de los recientes escándalos, de estas malas prácticas,
delitos tributarios, tráfico de influencias, nepotismo, faltas a la probidad,
está más preocupada del impacto mediático que puedan tener esas situaciones
repudiables en la imagen del gobierno y los partidos, que de tomar medidas de
fondo para que nunca más vuelvan a ocurrir. Tenemos operadores políticos de los
dos lados, tratando de hacer de esto un empate y quizá aspiren a resolverlo de
nuevo como lo hicieran Longueira y Lagos, frente a los casos de corrupción de
MOP-Gate y MOP-CIADE. Allí funcionó el secretismo de la cocina, ambos master
chef generaron una receta mágica que fue rasgar vestiduras por la transparencia,
reeditar el estatuto administrativo que habían transgredido a más no poder y
llamarlo distinto como normas para la Probidad, remozar la Constitución del 80,
asegurando que el sistema neoliberal siguiera impoluto y que ambas coaliciones
tomaran aire y se dieran tiempo para que todo siguiera igual. Si eso es lo que
quieren ahora las dos coaliciones, o lo que queda de ellas, es algo muy difícil
de lograr ahora, pues la ciudadanía está profundamente indignada por el descaro
que se ha observado, por la profunda falta de ética y la desfachatez de pretender
seguir como si todo fueran meros “errores”.
La clase política, claramente
depreciada y despreciada en la percepción ciudadana, apuesta es su cálculo
matemático a la falta de educación cívica en la gran mayoría de la población. Ellos
piensan que los que vociferan por las redes sociales son una élite culta
políticamente, progresista y republicana, pero que representan eso, una
minoría. Que, por otro lado, están los que eligen, que son esa mayoría
manipulable, que poco lee y menos entiende, con la que se puede apostar a una
amnesia pronta, con bonos y farándula mediante.
Es el drama la democracia a
medias que tenemos. Con una evidencia innegable de colusión entre los poderes
económicos que financian campañas y se compran políticos para defender sus
intereses, Chile enfrenta el escarnio internacional que ha sincerado los
ranking de Transparencia, estar catalogado como un país estructuralmente
corrupto, donde las malas prácticas se visten de legalidad y la ética brilla
por su ausencia y es sacada del cajón sólo para lavar imágenes.
Periodismo Independiente, 16 de febrero de 2015 @hnarbona en
Twitter.