La convocatoria de una Universidad de Verano a la discusión sobre los
grandes temas que hacen al país es una muestra clara que de los paraguayos
tenemos mucho por estudiar, analizar, debatir y proponer. Luego de los largos
silencios a los que nos obligó la dictadura, y de los gritos y el ruido
posterior, estamos en un momento en donde nos urge construir consensos y
participar en forma activa en las grandes decisiones que debe tomar el país. Y
esta urgencia debe llamarnos a recuperar las voces críticas, las ideas y el
pensamiento vivo de toda una sociedad que ya no puede seguir tolerando que la
excluyan a la hora de administrar el destino de una nación.
Uno de los grandes logros de los últimos tiempos fue la fiebre de
transparencia impulsada por una ciudadanía cansada de tanto secreto, y que
derivó en que se hagan públicos muchos de los manejos corruptos que se hacen
con los fondos del Estado. Mientras tenemos una situación de pobreza que afecta
a más de la mitad de la población, los corruptos ostentan con desvergüenza sus
niñeras de oro, sus viáticos millonarios, su nepotismo y una interminable lista
de robos de todo tipo. Es bueno que los hayan exhibido y señalado, aunque
todavía falta que no sólo acaben con sus privilegios sino que los hagan pagar
con creces por la insolencia de robar y burlarse de la gente.
Estamos en un momento de la transición democrática en donde debemos
consolidar la transparencia como la base fundamental del manejo de los recursos
públicos, así como ejercer nuestra responsabilidad de ser contralores de los
procesos que involucran nuestras vidas. Y esto implica estar atentos a lo que
hacen con los presupuestos, con los recursos, con las inversiones y los gastos,
con la obra pública, con las contrataciones y con el manejo de la cosa pública.
Como nunca antes la ciudadanía tiene herramientas para exigir, controlar y
repudiar incluso las decisiones que los gobernantes toman en nombre de
todos.
Mediante la transparencia podemos saber qué hacen con los recursos y a
dónde se destinan, pero todavía nos falta mayor presencia en un estadio
posterior: en la construcción del país que queremos. Y en este caso hay que
tener una mirada atenta sobre el Presupuesto General de la Nación: desde su
planificación hasta la ejecución y sus resultados. Es ahí donde podemos
vislumbrar qué tipo de país quieren: si el mismo Estado corrupto que
despilfarra sus recursos en inutilidades, o uno que apunte a atender las
necesidades reales de la gente: salud y educación.
Es hora de pasar a la discusión activa del país que queremos. Y esto
implica proponer, idear e innovar. Hay que exigir que los recursos dejen de ser
despilfarrados, que se acaben los privilegios groseros que sólo benefician a
unos pocos, y que se prioricen las inversiones que realmente necesita Paraguay:
en educación, ciencia y tecnología.
No sólo es bueno sino que es urgente trabajar con las voces académicas,
con los estudiantes y con la gente preparada que nos ayude a interpretar la
situación del país y a proponer caminos que nos lleven a un mejor destino
colectivo. Hay que pasar de la transparencia y el control, a las ideas y la
innovación, a las decisiones estratégicas que contribuyan a minimizar la
pobreza, a acabar con los privilegios y a darle a la gente la oportunidad de
mejorar su calidad de vida. La tarea es enorme y el desafío extraordinario,
pero de ello depende tener un futuro como nación.