El séptimo hijo (2014), dirigida por el ruso Sergey Bodrov -dos veces nominado al Oscar en la categoría de Mejor Película de Habla No Inglesa por El prisionero de las montañas (1995) y Mongol (2007)-, supone la resurreción de las películas de aventuras medievales. Brujas, hechizos, amuletos, dragones, espadas, monstruos... no falta de nada en la adaptación de la novela fantástica "El aprendiz del espectro", del novelista británico Joseph Delaney, uno de los tres libros que integran la colección Crónicas de la Piedra de Ward. A decir verdad, bien sea por las bajas expectativas a las que me enfrenté al film o bien por las tibias críticas que estaba cosechando, he de reconocer que El séptimo hijo me sorprendió. Para bien. Aunque muchos se cebaron con eñ él por su aroma a serie B, un diseño de producción anticuado y su más que evidente falta de medios, todo esto es, en mi mi opinión, el principal punto fuerte de la película: lo bien que vuelve a poner en primera fila las películas de aventuras de corte familiar de la década de los 80, al estilo Willow (Ron Howard, 1988). Es en ese aroma nostálgico que encierran cada una de sus imágenes donde reside el principal atractivo de una cinta que entretiene y que engancha se mire por donde se mire.