. Éste
es el número de la pieza del Papa Francisco en la casa de Santa Marta. Quizá ya
nos acostumbramos a su opción por un estilo de vida austero, en una casa de
huéspedes. Pero sus ocurrencias, salidas de protocolo, frases afiladas como
cuchillos, nos sorprenden y desconciertan positivamente día a día. Con el Papa Francisco
se inició, qué duda cabe, una senda eclesial que no tiene vuelta atrás. Desde
su elección como Sucesor de Pedro, la Iglesia y ella en su relación con el
mundo, no serán lo mismo.
Sigue
figurando con altas cuotas de popularidad y simpatía, cosa difícil de mantener en
el complejo mundo de las comunicaciones. Está lejos de buscarlo o de medirse
por encuestas. Ello es signo de que su estilo suple una carencia; llena un
vacío que alejaba a los fieles de la Iglesia a pasos agigantados. El Papa Francisco
no ha hecho más que lo que le gusta y debe hacer: servir a las Iglesia, ser ese
"pastor con olor a oveja" del que ha hablado en repetidas ocasiones; hacer
carne lo que se predica a la gente. El Papa se sirve de la luz de Cristo, y de
paso coloca la vara alta a quienes pretendan prestar un servicio público, no
solo dentro de los círculos eclesiales.
El
Papa sembró el año de acontecimientos notables, de honda significación humana. Comenzando
con la peregrinación a tierra santa y su encuentro con el Patriarca Bartolomeo
I, donde firmaron una declaración
conjunta por la unidad de las dos Iglesias casi 10 siglos después del cisma
entre Oriente y Occidente. O su entrañable abrazo con un rabino y un líder
musulmán al finalizar su oración en el muro de los lamentos en Jerusalén, sentando
con ello un nuevo hito en el trato entre las tres religiones monoteístas. Su
viaje a Turquía, donde invitó a acercarnos con el mundo musulmán al mismo Dios
de Abraham, Isaac y Jacob, con la conciencia de que, quienes hacen de Dios el
centro de sus vidas, no pueden pelear entre sí ni usarlo a Él como excusa para
matar. "Las religiones deben ser fuente de paz y no de discordia"
dijo.
El
Sínodo de la familia marcó otro gran hito, abriendo a una reflexión compartida en
el desafío que significa incluir a tantos que se sienten alejados de la Iglesia
y heridos en ella. Una reflexión guiada "por el Espíritu Santo y la mano
firme del sucesor de Pedro", como dijo el mismo Santo Padre, para evitar
así suspicacias y recelos mal intencionados.
El
Papa Francisco ha hecho realidad su llamado a ir a las "periferias
existenciales" de la vida; salir al encuentro de los abandonados, los
heridos, los desanimados y marginados.
Sus
buenos oficios en la búsqueda del restablecimiento de las relaciones
diplomáticas entre EEUU y Cuba hacia el final del año son un nuevo botón de
muestra de su prudencia, sabiduría, valentía y notable don de mando. Francisco se
ha dedicado a lo suyo: ser el pastor de la Iglesia, que acoge, comprende, anima
y cura. Su palabra ha desbordado con creces las fronteras eclesiales para ser
asumido y apreciado por sectores secularmente distantes y escépticos ante ella.
El Papa Francisco ha sido el hombre preciso, en el momento y lugar precisos.
Su
discurso, acompañado con elocuentes signos de cercanía y calidez, confirman una
gran verdad: "La rigidez es signo de debilidad" como él mismo dijo.
No es desde el enclaustramiento en una torre de cristal, juzgando al mundo, desde
la unilateralidad en la defensa de solo algunos aspectos de la moral, como se
sirve al hombre. Todo ello revela finalmente falta de fe, simple vanidad,
táctica malévola que levanta cortinas de humo y omite o silencia otros grandes
temas que claman al cielo como son la pobreza extrema, la desigualdad,
atropellos a los derechos humanos, la corrupción, los abusos laborales, el
abuso de menores y de la mujer, los daños al medio ambiente, las situaciones de
injusticia que sufren tantos hombres, mujeres y niños en el mundo.
Como lo señalara un cronista de un periódico europeo hace
unas semanas atrás, un buen ejemplo de su arte para captar la atención de la
opinión pública se dio en su reciente visita al parlamento europeo en Estrasburgo:
"El intenso discurso fue interrumpido constantemente por los aplausos de
los europarlamentarios. Pero no de todos al mismo tiempo. Cuando arremetía
contra el sistema económico mundial, los privilegios y las castas de poder, un
sector aplaudía a rabiar y el otro callaba o lo hacía con timidez. Pero cuando
hablaba a favor del “respeto a la vida desde el momento de la concepción”, los
aplausos se invertían".
El peligro no se encuentra en el Papa. Se encuentra en una
audiencia que pareciera querer escuchar solo lo que les conviene y no lo que
les resulte incómodo.
En el Papa Bergoglio no caben dos lecturas. Se ha mostrado de
una sola pieza, consecuente y congruente. Ha citado el amplio y rico abanico de
temas eclesiales en su genuina extensión, recordando así que a la Iglesia
"nada humano le es ajeno" (GS 1); que el mensaje cristiano abarca al
hombre integral, todo el hombre y a todos los hombres.link: http://www.elmercurio.com/blogs/2014/12/25/27999/Habitacion-201.aspx
Hugo
Tagle M.
Capellán
UCtwitter: @hugotagle