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Un eufemismo es una palabra o una
expresión utilizada para sustituir una palabra que socialmente se considera
ofensiva o de mal gusto. Normalmente se utilizan eufemismos, entre otras razones,
para decir algo en forma “'políticamente correcta”, para expresar algo en
forma socialmente aceptable, que suene
bien.
Por eso, evitamos decir pobres y
decimos vulnerables; en vez de decir golpe de Estado, hay quienes se quedaron
con eso de pronunciamiento militar; en vez de decir mendigo o pordiosero, se
habla de gente en situación de calle; en vez de hablar de un mentiroso suena
mejor que falta a la verdad. En vez de hablar de tráfico de influencias se
prefiere decir lobby, conversaciones de pasillo o movidas; los viejos o
ancianos son personas de tercera edad; es vez de muerto, se habla de finado o
extinto. Cuando se anuncia que alguien ha muerto se habla de que nos ha dejado,
que partió. Si la causa fue un cáncer, no se lo menciona, se habla de
prolongada enfermedad. Si un bebé es feo, como muchos lo fuimos,
se dice “qué guagüita más simpática”. Las mujeres hoy no se embarazan, entran
en estado interesante. Parir es un verbo prohibido, hay que decir dar a luz. Estar sin pega, es decir cesante,
es hoy tener un empleo precario o estar desempleado. Hoy nadie es modista o sastre, ahora son diseñadores de vestuario. El "SAPO" que marca a las micros su frecuencia sería hoy un Supervisor Administrativo de Procesos Operativos. El mozo que nos atiende en un restaurante es un "garzón" o un "jefe", "oiga, pssshhh".
En política es donde más se usa
el eufemismo. En aras de la “no discriminación”
el sordo es alguien con pérdida de audición; el ciego, no vidente; el feo es
poco agraciado; así, parecemos “más acogedores”
e “inclusivos”. Los eufemismos distorsionan la realidad, crean realidades
virtuales. En los liceos ya no hay matonaje, a eso hoy le llaman mobbing; en el trabajo el asedio sexual a un
subordinado se llama acoso.
El eufemismo quiere suavizar el
lenguaje pero sin cambiar el fondo. El Presidente Mujica dijo, por ejemplo, “si
a un político le gusta la plata es peligroso, hay que echarlo fuera de la
política”. En Chile esa misma idea habría herido muchas epidermis delicadas y
se habría dicho como máximo “la relación de política y negocios no es aceptable”.
Para evitar llamar a alguien ladrón o corrupto con todas sus letras, se dice
que faltó a la probidad y lo sancionan a tomar clases de ética.
En las conversaciones cotidianas,
el grueso de la gente tiene convicciones de taxista o de peluquero, flotan en
las conversaciones evitando comprometer de manera asertiva alguna posición. Eso
permite marchas y contramarchas, con gran superficialidad. Ese trasfondo
cultural, es de gran relativismo moral, y frente a situaciones que debieran mover a la
indignación, lo echamos a la broma, corriéndonos por la tangente.
Criticamos la política, pero nada
hacemos por cambiar. Los días de elecciones nuestra protesta es quedarnos
arrellenados en la cama y no estar ni ahí, con el eufemismo de que al
abstenernos estamos ejerciendo la libertad y no siendo cívicamente
irresponsables y en vez de libres, esclavos resignados. El gran desafío es
hablar las cosas por su nombre, asumiendo lo políticamente incorrecto como
conducta ética ciudadana.
Periodismo Independiente, 7 de diciembre de 2014. @hnarbona en Twitter.