. El grito desesperado de una mujer contra el sistema en un determinado momento de Relatos salvajes (Damián Szifrón, 2014) resume a la perfección el espíritu de la que tiene el mérito de ser la película de habla no inglesa más taquillera de la historia de Argentina
La última criatura del creador del fenómeno catódico Los simuladores (2002-2003) o Tiempo de valientes
(2005) funciona como catalizador de emociones para todos aquellos que
se han sentido en alguna ocasión títeres o seres insignificantes por
parte de un sistema cada vez más caduco y obsoleto, pero también para
los que cuestionan cada vez más la independencia judicial, la honradez
de las autoridades o se averguenzan de unas celebraciones matrimoniales
más próximas al circo que a una fiesta más o menos seria. El retrato
social que dibuja Relatos salvajes, en efecto, es francamente
demoledor. Tan demoledor como la vida misma. Porque si de algo puede
presumir la cinta es la de someter a sátira los principales males de la
sociedad contemporánea. Szifrón condensa en 6 historias
independientes -tan sólo ligadas por el afán de venganza- temas como la
corrupción, la falsedad o la hipocresía con resultados extraordinarios.
Lo
más prodigioso de este mosaico de historias es, a diferencia de lo que
suele suceder con películas de estructura similar, que todas mantienen
el listón en lo más alto. Resulta difícil, así, quedarse con tan solo una de ellas, pues todas encierran su propia lectura, su moraleja particular.
Tan potentes y con tal proverbial capacidad de imprevisibilidad que
podrían funcionar como películas independientes, estas seis fábulas de Relatos salvajes-una casualidad en un avión, una venganza en un bar de carretera, una fatal persecución por carretera inspirada en El diablo sobre ruedas
(Steven Spielberg, 1971), una rebelión contra la Administración, un
fatal atropello o una boda esperpéntica- nos recuerdan, a través de un
sentido del humor negrísimo y con grandes dosis de mordacidad, el mundo
en el que vivimos. Lo milagroso de la película es que consigue que te
rías a carcajada limpia cuando, en el fondo, lo que te están contando no
tiene ni chispa de gracia. Gran parte del mérito lo tienen los
selectos actores con los que cuenta la película, como Ricardo Darín,
Darío Grandinetti o Leonardo Sbaraglia, bazas firmes que consiguen que
olvidemos por completo que están actuando y las veamos como personas de
carne y hueso; desde al más principal hasta al actor más secundario, todos brillan en sus respectivos papeles.Recorrida
de punta a punta por una inquietante pregunta -¿qué es peor, la persona
que lleva a cabo una venganza o las circunstancias que han provocado
que ésta se produzca?- Relatos Salvajes disecciona los lados más oscuros del ser humano con una autenticidad pasmosa.
La codicina, la ambición, la traición... todo queda expuesto a través
de un lenguaje llano, accesible a todo tipo de público y contado de una
forma tan comercial como sumamente efectiva. La obra engancha
la mires por donde la mires. No es fácil conectar con el gran número de
segmentos de público con el que conecta la película hablando de temas
tan peliagudos, algo que se consigue dominando las técnicas del lenguaje
narrativo y a través de un chorreo de diálogos brillantes e incisivos.
Estrenada en Cannes, esta coproducción entre Argentina y España
-respaldada por Agustín y Pedro Almodóvar- basada en la serie de
televisión creada y producida por Steven Spielberg Cuentos asombrosos se
pone como máxima no escatimar en crudeza, tanto a nivel visual como
argumental, sabiendo siempre que la propia realidad es infinitamente más
cruda. A todo aquel que le parezca que Relatos salvajes
exagera o se pasa de la raya no tiene más que coger un periódico
cotidiano y leerlo de principio a fin: comprobará que la realidad
siempre supera la ficción. Aunque Relatos salvajes de esto segundo tenga poco.Otra
de las grandezas del film es que, en contra de lo que algunos creen, no
es una película localista ni centrada únicamente en la forma de ser y
comportarse de los argentinos o españoles; lo que aquí se expone es
claramente universal, tiene que ver con un conjunto de sentimientos que
no entienden de fronteras. Los dilemas morales de toda índole
que aquí van desfilando atañen a todos los humanos, que se verán
reconocidos en una u otra de las situaciones más o menos cotidianas que
se plantean. Y es que, siendo francos, ¿quién no ha tenido que
calmar sus instintos más salvajes cuando es víctima de una injusticia?
¿quién no ha sentido ganas de hacerlo saltar todo por los aires en
situaciones límite? Un último apunte: mucho se ha dicho que la historia
protagonizada por Sbaraglia, la más complicada en cuanto a logística y
producción, es la más violenta de la película, olvidando que
detrás de una inofensiva ventanilla de la Admistración, detrás de un
simple cristal, puede diagnosticarse más violencia que en ningún otro
sitio. Y sin una gota de sangre.