. Y no bastaría con
serlo: hay que separarse de los "impuros", requisito "sine qua
non" para alcanzar la beatitud. Es una tentación constante en la vida
religiosa: el escondido deseo e ilusión de sentirse de los buenos, de los inmaculados,
de los sin mancha. Y desde ahí, juzgar al resto.
Al cierre del sínodo de la familia, el Papa
Francisco recordó que, en Jesús, se acabó con esa lógica perversa y comenzó una
nueva, revolucionaria: la gracia de Dios sale al encuentro del otro, del extraño,
del distante, de quien pensamos enemigo. "¿Por qué come y bebe con publicanos y pecadores?" le reprochan a
Jesús. A lo que responde: "No son los sanos los que necesitan al médico,
sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores"
(Lc 5,29).
Una nueva y desconcertante lógica, divina, se extiende
a partir de Cristo. "Ésta es la Iglesia, la Madre fértil y la Maestra
premurosa, que no tiene miedo de arremangarse la camisa para derramar el aceite
y vino sobre las heridas de los hombres (Cf. Lc 10,25-37)" resalta el
Papa. La misma que "no mira a la humanidad desde un castillo de vidrio
para juzgar y clasificar a las personas".
La Iglesia se vuelve a entender como servidora
de los hombres, aquella que sale al encuentro de quien se encuentra caído a la
orilla del camino; que va a las "periferias existenciales", sin miedo
a herirse o golpearse. Es una Iglesia "semper reformanda", compuesta
de pecadores, necesitados de Su misericordia. La misma que busca ser fiel a su
Esposo y a su doctrina. Es la Iglesia que no teme comer y beber con prostitutas
y publicanos (Cf. Lc 15).
La Iglesia de Francisco, la única y misma de
Cristo, es la que "abre las puertas para recibir a los necesitados, los
arrepentidos y ¡no sólo a los justos o aquellos que creen ser perfectos!"
subraya el Santo Padre. Es la Iglesia que "no se avergüenza del hermano
caído y no finge de no verlo, al contrario, se siente comprometida y obligada a
levantarlo y a animarlo a retomar el camino y lo acompaña hacia el encuentro
definitivo con Él".
El Papa Francisco nos remite a los orígenes, a
Cristo mismo, al que escandalizó a los doctores de la ley, los que se sentían
perfectos, y que lo llevaron a la muerte ignominiosa de la cruz.
El mensaje cristiano incomoda y desconcierta.
Como el Papa. Él nos recuerda el dicho atribuido a Cervantes en El Quijote: "Deja
que los perros ladren, Sancho, es señal de que avanzamos". Con Francisco,
avanzamos. Tener Papas como él es un riesgo, es cierto; pero no tenerlos, es
camino seguro al despeñadero.
Padre Hugo TagleCapellán UC
twitter: @hugotagle