No parece fruto de la casualidad que la realizadora Belén Macías haya convertido a las mujeres en protagonistas absolutas de sus trabajos. Y es que, siendo francos, pocas directoras españolas saben capturar el fascinante y, a la vez, complejo universo femenino cuando éste se sitúa en el ámbito de la exclusión social. Así sucedía en su opera prima El patio de mi cárcel (2008) y vuelve a ocurrir en Marsella (2014), aunque el ambiente enrarecido y gris de la primera de paso a la vitalidad y luminosidad de la segunda, sin que el drama principal expuesto sea por ello más liviano. El segundo largometraje de la directora catalana tiene como tema central la maternidad, que se aborda desde diversos puntos de vista. A la pregunta promocional del film -¿hasta dónde serías capaz de llegar por el amor de una hija?- se suman otras como: ¿quién es la verdadera madre: la que da a luz o a la que cría y educa? O, rizando más el rizo: ¿por el hecho de haber parido a un hijo se está en pleno derecho de su crianza? Preguntas, todas, que obtienen su respuesta en un film arriesgado, en las antípodas de lo políticamente correcto y alérgico al sentimentalismo en el que fácilmente podría haber caído, teniendo en cuenta que las emociones son su principal materia prima.