A excepción de Ghost (Jerry Zucker, 1990), película por la que se convirtió en una de las actrices más cotizadas del Hollywood de los 90, Demi Moore pocas veces ha vuelto a gozar del favor de la crítica, que nunca ha tenido piedad en atacar -en ocasiones de forma especialmente vil- todos y cada uno de sus trabajos. ¿Los motivos? Principalmente que la actriz, más que desarrollar sus dotes interpretativas, se dedicaba de alimentar su imagen de mito erótico -beneficiada por su espectacular físico- en películas de medio pelo. Títulos como Acoso (Barry Levinson, 1994), Una proposición indecente (Adrian Lyne, 1993) o la infumable Striptease (Andrew Bergman, 1996) dieron alas a sus detractores en condenar a una intérprete que, siendo justos, nunca ha sido tan mala como la pintan y que, en realidad, cuenta con varios buenos títulos en su haber. Es el caso de La letra escarlata (Roland Joffé, 1995), remake de la película que Win Wenders dirigió en 1973 y que adapta muy libremente la novela homónima de Nathaniel Hawthorne; una historia que, además, nos regala uno de los personajes femeninos más icónicos de la historia del cine: la aguerrida y transgresora Hester Prynn.