Abandono.
Mi desanimo surge porque no quiero pensar cuánto tiempo llevo en
paro. Llegó un punto en que dejé de contar, y creo que por el bien
de mi cordura no debo hacerlo.
A
todo esto, ¿por qué todo lo definimos con arriba y abajo?
No sé
cuántos cursos he hecho desde entonces, ni por qué algunos han
durado hasta medio año, realizando dos de ellos que han significado
un año completo donde aprendí otra vez a madrugar y organizarme,
cosa que agradecí. Al mes de acabar, vuelta a empezar con la más
absoluta nada.
Nada.
Mi
desolación no la quiero exagerar, es demasiado real y ya me canso.
Recuerdo el tiempo cuando me apunté absolutamente a todas las webs
de búsqueda de empleo posible. No olvido la ilusión con que rellené
todos los mismos datos de ingreso una y otra, una y otra vez... hasta
que llegó un punto semanas después que me sentí tan agobiado por
la monotonía que me detuve. Juro que creía que iba a explotar del
agobio de repetir mis datos en cada esquina. Ésto conllevó a que
hoy día mi correo siga lleno de ofertas donde nunca me llaman.
Organizo la bandeja para que muestre sólo las confirmaciones donde
me he inscrito en una oferta y me abruma saber que de entre todas
esas páginas (sí, páginas), sólo me llegaron a llamar de un par
de sitios donde ni pasé la entrevista.
El
tema físico es similar, y juro que no miento que habré dado en mano
cientos de currículums. En un época llegué incluso a adelgazar de
la cantidad que di de estos papeles que hablan de uno con tanta
precisión. Apenas otro par de lugares se acordaron de mí, donde
tampoco llegué a conocer a fondo sus instalaciones. La ironía
surgió cuando encontré un trabajillo temporal a partir de una amiga
a la que sí llamaron de uno de estos sitios de Internet. ¿Tanto
insisten las leyes de la naturaleza que la única forma de curro es
con contactos? ¿Para qué entonces tanta parida de rellenar datos y
apuntarte a sitios de los que sólo sacas spam para tu buzón?
Si
yo, que con un Grado Medio me es difícil, ¿qué sucede entonces con
quienes tienen menos titulación? Dicen que la “titulitis” no
aporta tanto como parece, pero peor es no tener; o algo de eso me han
dicho.
Me
dan ganas de quemar la toalla cuando analizo el caso de un amigo
cercano que, aun teniendo una titulación envidiable y ser todo un
ejemplo como persona, ha acabado en un trabajo que no le hace
justicia. Ahí tiene el puesto y le ayudará a sobrevivir, claro que
sí, pero qué injusto me parece ver tantos talentos malgastados en
el lugar equivocado. Los años de estudio se resumen con un punto del
que se desea que sea "y aparte" y no "final".
Recuerdo
cuando niño que veía el futuro de otra manera; iluso, pero de otra
forma. Conforme crecí las visiones se volvieron más maduras y
lógicas, acordes a imitar a nuestros padres que no conocen otra cosa
aparte del trabajo (y eso ha arraigado su forma de pensar, costando
más que comprendan que si no trabajo no es porque no quiera).
Te
sacabas los estudios y de repente encontrabas curro. Terminabas y
enseguida encontrabas otro; así me sucedió. Ahora me
resulta una época tan extraña que aún no asimilo cómo, de un año
a otro, ya no era tan fácil buscarse la vida. Fue abrupto como un
puñetazo, restregada una nueva realidad con la que no contabas aun
teniendo planes B en la recámara. Y de igual forma repentina el
futuro se tornó negro. Juro que he estado un tiempo sin poder
imaginar mi propio futuro, tan fácil que me resultaba. Veía negro,
literal, la verdadera negrura cada vez que pensaba que sería de mí
mañana.
Hoy
en día he llenado ese hueco, pero con pensamientos como cuando niño,
tan ilusos pero de los que no te puedes reír porque nadie tiene
derecho a reírse de un sueño. Asumo que me va a ir bien escribiendo
o siendo músico y acróbata –que sé yo– aun consciente de que
eso sí es más difícil que encontrar un trabajo básico.
Y
aquí sigo soñando como un idiota y como único apoyo; me parece
increíble la de transformaciones que puede sufrir una persona en
según qué circunstancias.
Y me
he sentido culpable, vaya que sí, y me he hundido cada vez que los
demás pensaban que no me movía lo suficiente. Me daba (y me da) la
risa cuando alguien dice que le parece increíble que aun echando
diez o veinte currículums no lo hayan llamado (¡Diez o veinte! ¡Y
le parece mucho!). Me sigue doliendo que aun sufriendo se me añada
más peso por culpa del ambiente de pesimismo que se ha generado en
la gente de a pie. No sé si alguien recuerda cómo estaban los
ánimos antes de toda esta movida, pero recuerdo que habían más
risas y menos discusiones con gente que ni te esperabas. Descubres
que si tienes trabajo o no influye la forma en que se te dirigen los
demás –quien sea–, queriendo romper crismas cuando alguien
cercano te trata como alguien con dignidad durante los meses que dura
un contrato, como si también hubieses firmado con él algún
acuerdo.
Y no
puedo evitar sentirme culpable, ¿por qué? ¿Qué he hecho mal? Hice
lo que me pidieron: estudié y encontré trabajo hasta que no hubo.
Pero si un día ya no hay nada de eso, ¿qué hago?
Sigo
buscando, pero hay una losa en mí que ya ni me hace pensar con
claridad. Si antes recorría un polígono industrial
entero, ahora me hago medio y gracias. Incluso a veces hablaba
animado con quienes me recibían, ahora sólo soy un número más de
ese archivador lleno de currículums, una cara triste que ahuyenta
sus ganas de llamarme.
Me he
rendido y me jode mucho que nadie haya presenciado toda la lucha que
he tenido. Quedo como un parásito de mis padres y la sociedad; como
un vago culpable de no levantar un país que no contó conmigo; como
alguien sin voluntad a pesar que una vez tuve la reserva llena y que
ya no sé cómo llenar… a veces pienso que el enemigo también está
entre la gente llana y no sólo entre los gobernantes. La última vez
que me elogiaron fue por interés; entonces supe que me habían
robaron la dignidad sin darme cuenta.
La
situación de la que dicen que está éste país me recuerda a los
inicios de la revolución francesa, donde la reina Maria Antonieta
fue informada de que sus súbditos no tenían qué comer, a lo que
ella respondió: Que coman tarta.
“Que
coman tarta”, me repetí con indignación la primera vez que lo
escuché o leí. Eso nos habla de la ignorancia general de los de
arriba porque quieren. No son tontos, pero sí ignorantes para lo que
nunca han conocido con esa mala suerte de nacer entre almohadas de
seda. Pero en su defensa diré que imagino el peso y responsabilidad
de ir día a día siendo consciente de la cantidad de gente que
debería comer tarta y que no puede; o eso quiero creer.
Los
de arriba no pueden ni imaginar qué es vivir día a día dentro de
alguien hueco que se vació sin saber cómo; y no les culpo. Hay
impotencia por ambas partes, tanto ricos como pobres, pero los de
arriba sí tienen una suerte que nosotros, siendo realistas, no vamos
a tener jamás. Ni Podemos, ni Queremos, ni Cristo: jamás.
En
fin, de mientras seguiremos a ver si superamos el récord de
suicidios en comparación a otros países con el mismo problema.
Insisto, ¿por qué todo lo definimos con arriba y abajo?