. La protagonista nos cuenta ya nada más comenzar, que el shock sufrido ha sido tan potente que durante unos días ha estado ingresada intentado recuperar la cordura.
Mia le echa valor e intenta alejarse físicamente de su huracán. Ese verano decide ir al pueblo de su infancia, ver a su madre y allí, Hustvedt empieza a desplegar tramas: la de “Los Cisnes”, las estupendas ancianas con las que su madre comparte residencia, la del taller de poesía que impartirá a un grupo de adolescentes y la del matrimonio vecino del que sólo escucha gritos desde su casa.
Mia interactúa con todas estas historias, en las que intercala tantas alegrías e ironía como situaciones tristes y de una gravedad considerable. Es una coctelera de retales que presentan a priori, ingredientes de calidad, pero el desarrollo y el remate de todos ellos, no me acaban de convencer.Sí he disfrutado mucho con “Los Cisnes”: mujeres peculiares algunas, sabias excéntricas otras, que enamoran a ratos y tan tiernas como niñas grandes todas, cuando se acercan al final de sus vidas.Pero me entristece que haya desaprovechado a las alumnas de su taller: adolescentes en plena ebullición hormonal a las que Hustvedt sumerge en una historia de acoso a una de las niñas, que finalmente no es tan interesante como se presenta.En cuanto al matrimonio que no para de gritar delante de sus dos hijos, esbozando una situación cercana al maltrato, de nuevo se repite el “pluf”. No me explico por qué entra en una vereda tan seria, tan peliaguda, para dejarla a medias. O al menos, a mí no me ha quedado claro nada.Mientras -como Mia es poeta-, aprovecha para intercalar versos que sigue contando en primera persona (me han aburrido soberanamente algunos de estos tramos) para apoyar sentimientos y pensamientos que le llegan debido al desagradable momento personal que sufre la protagonista, así como disquisiciones filosóficas en las que divaga tanto, que suenan a auténtica perorata difusa (un blablabla). Tanto es así, que si desaparecieran, me habría quedado exactamente igual.En medio de estos saltos y trompicones, nos encontramos con un anónimo que le envía emails advirtiéndole que sabe que “estuvo loca”.Y lógicamente, de fondo, está la cuestión principal que preocupa a Mia: si Boris, el marido, seguirá con su aventura o regresará arrepentido a los brazos de su mujercita de toda la vida. Porque, oh, sorpresa, la sigue amando. Para saber el final, la tendrán que leer, pero si les soy sincera, he sufrido otra nueva decepción al llegar ahí.¡Ah! Por si no fuera ya peculiar esta novela -y no por eso, deja de ser entretenida- hay un recurso nada habitual que me hizo sonreír: Mia se dirige sin intermediarios a nosotros: a los lectores. Sí, es como si nos pillara, como si supiera lo que estamos pensando. Unas veces acierta, otras veces no, pero en todo caso, el detalle me hizo gracia.Por cierto, en varias sinopsis y comentarios sobre “El verano sin hombres”, se definía la obra como “feminista”. ¿Porque no hay hombres prácticamente? ¿Porque los que están no salen bien parados? ¿Porque se destacan los fallos a veces más comunes del sexo masculino? No lo sé. En ocasiones, me pregunto quién se encarga de escribir los resúmenes de las novelas o si los responsables de las mismas (supongo que en la mayoría de los casos serán los propios autores de las obras) han tenido poco tiempo o muy poquitas ganas de hacerla.