A propósito de Dios. Una reflexión sobre la creencia e increencia

El tema de Dios no pasa de moda. Siempre salta de nuevo a la mesa de discusión. La pregunta por su existencia o inexistencia de Dios, la fe o ateísmo, abren varias aristas. Por de pronto, nos llevan a constatar que el camino de encuentro con Dios no es una meta alcanzada, sino más bien un peregrinaje complejo, no exento de dificultades, en el claroscuro de la fe. Los legítimos cuestionamientos mueven a los creyentes a reconocer humildemente que esa experiencia de encuentro con Dios - revelado en Cristo, para los cristianos – es una tarea siempre “por hacerse”, un punto de partida y no estación terminal y cómoda de un viaje. El no creyente podrá bien ver en el creyente una luz de atención ante el peligro latente – de unos y otros – de soberbia y cerrazón. Ambos compartimos el apetito por la verdad (o Verdad) que debería llevar a un encuentro genuino con el otro para que ello no devenga un intercambio estéril y ácido.

 

. Siempre salta de nuevo a la mesa de discusión. La pregunta por su existencia o inexistencia de Dios, la fe o ateísmo, abren varias aristas. Por de pronto, nos llevan a constatar que el camino de encuentro con Dios no es una meta alcanzada, sino más bien un peregrinaje complejo, no exento de dificultades, en el claroscuro de la fe. Los legítimos cuestionamientos mueven a los creyentes a reconocer humildemente que esa experiencia de encuentro con Dios - revelado en Cristo, para los cristianos – es una tarea siempre “por hacerse”, un punto de partida y no estación terminal y cómoda de un viaje. El no creyente podrá bien ver en el creyente una luz de atención ante el peligro latente – de unos y otros – de soberbia y cerrazón. Ambos compartimos el apetito por la verdad (o Verdad) que debería llevar a un encuentro genuino con el otro para que ello no devenga un intercambio estéril y ácido.
Si bien la luz cristiana, para quienes somos creyentes, ilumina y clarifica definitivamente su imagen, como dice San Juan “a Dios nadie le ha visto nunca” (1Jn 4,12). Por ello, el creyente no está exento de hacer el camino arriesgado de la fe. La opción libre es requisito esencial para una fe genuina, presupuesto esencial de su autenticidad. Si no existe libertad, será imposición, fuerza, miedo, ficción. Pero no fe.

Los argumentos a favor de Su existencia y que brotan de la razón no lograrán nunca salvar del todo el abismo de distancia que separa al Creador de la creatura. Y es en esa humilde sapiencia y conciencia en la cual transitamos.

Por ello la creencia libre en Dios trae aparejado consigo la posibilidad de negarlo. Paradojalmente, la negación de la idea de Dios ilumina mejor el aporte cristiano a la realidad: obliga a un continuo discernimiento, a plantearse libremente frente a quien nos creó, a la búsqueda consciente y madura de Su realidad en la propia vida y a despejar toda sombra de imposición externa. La no creencia – y no es ninguna ironía (nada peor que las ironías en estos discursos) - presta un gran servicio a los creyentes: recordarnos que “el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza” (Dignitatis humanae, 10); que se trata siempre de una decisión libre, madurada, soberana, que es regalo y no una adquisición merecida, y que desde ella se plasma la vida de manera que ésta se vuelva más auténticamente humana.

Ahora bien, entrando en los derroteros cristianos, bueno es recordar que su aporte a la plenificación de lo humano, a su desarrollo, es no solo indudable sino invaluable. No es casualidad que las ciencias naturales, la técnica, el progreso en último término, nacieran en la parte del mundo penetrada por la fe cristiana. Valores que nos resultan tan obvios como igualdad entre hombre y mujer, democracia, tolerancia, la misma declaración de los derechos del hombre, pudieron solo nacer en una cosmovisión marcada por la revelación regalada en Cristo Jesús y se expanden por su incuestionable ajuste a lo humano. Ellos no nacieron ni hubiesen podido nacer en culturas ajenas al cristianismo.

La lucha contra la miseria, por justicia, el respeto a la vida, la solidaridad, la tolerancia religiosa, se han desarrollado justamente en aquella parte del mundo en que el mensaje cristiano ha penetrado las conciencias, empapado el oxígeno que respiramos e impreso su sello. Desde este rincón, se expanden por la fuerza de su convicción, sirviendo a esclarecer lo humano y, de paso, ofreciendo la imagen de Dios, revelada en Cristo. A pesar de las debilidades de los instrumentos, de las miserias humanas de quienes somos creyentes, e incluso del anti-testimonio en acciones y, peor, omisiones, el mensaje de Cristo plenifica y hace brillar lo humano en todo su esplendor.

Por lo mismo, esta discusión se transforma en tarea. La defensa irrestricta de la libertad religiosa, en la cual el occidente cristiano tiene la gran responsabilidad de recordársela al resto del mundo.

La fe es una opción libre – “Para ser libres nos libertó Cristo” (Gal 5,1) Esta convicción debería ayudar a los “ateos” (que es una forma de creencia) a respetarla y custodiar con ello el sagrado ámbito de libertad en que se deben desenvolver todos, creyentes y no creyentes, presupuesto fundamental para el desarrollo humano.

Igualmente el aporte cristiano será aquí el de salvaguardar las posibilidades de expresar las convicciones de cada cual en libertad, con la conciencia y paz de quien sabe que, quien se encuentra en la otra vereda, no es enemigo sino hermano, acicate para construir una mejor sociedad, más fraterna, justa y humana.

P.Hugo Tagle M.

twitter: @hugotagle 

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