...”
Las fotografías
lo dicen todo. Los cadáveres de Mons. Alejandro Labaka y Hna. Inés Arango
aparecen horriblemente acribillados. Él, muestra una ligera sonrisa y ella un
toque de pánico en su rostro. Posiblemente murieron al primer lanzazo, pero
según el rito de los Tagaeri, les clavaban muchas lanzas más y por ello las
víctimas tenían múltiples de esas puntas mortales de tres metros y medio de
largo y casi cinco centímetros de grosor clavadas en sus cuerpos. Observamos
una lanza en el pequeño museo de las Madres Terciarias Capuchinas del Coca, es
de chonta y paradójicamente lleva adornos realizados por manos admirables.
Otras de estas armas llevaron a España, tierra de Alejandro. “Una vez que los
ven muertos, los Tagaeri huyen por la selva porque les tienen terror a los
espíritus”, explica la Hna. Gabriela Zapata, antioqueña como Inés y compañera
suya en el colegio, en el internado y en la misión.
Los Huaorani
tienen parentesco con los Tagaeri, pero son más “civilizados” que éstos. En su
lengua, “auca” significa “salvaje”, razón por la cual no les gusta ese nombre
sino “huaorani” o “wao”, que significa “hombres”.
Los trágicos
acontecimientos
De acuerdo al relato de la Han. Gabriela, el problema era con
las petroleras; los Tagaeri entraban a robar en los campamentos cosas que ni las usaban: azúcar, café, sal,
pantalonetas, libretas y hasta dólares. Los petroleros no podían pasar a territorio
indígena porque eran acribillados sin miramientos, pues los nativos eran muy
celosos y defendían sus dominios. Los petroleros le dijeron un día a Labaka que
“si no nos dejan pesar, los vamos a matar,
vamos a bombardear, les vamos a echar candela”. Monseñor les pidió que no lo
hicieran, pero viendo que insistían en explorar “porque el petróleo es la
riqueza y sustento del país”, la decisión del misionero fue tomando cuerpo.
Cuando llegó la Hna. Inés a Quito Monseñor le manifestó: “Vamos a tener que
entrar donde los Tagaeri, porque si nosotros no vamos, los van a matar”.
Labaka nació el 15 de abril de
1920 en Beizama, pequeña localidad de Guipúzcoa en el país vasco. Su vocación
religiosa fue temprana. Ya a los 11 años ingresó al colegio de Alsasua, de los
capuchinos. Participó en la guerra civil española combatiendo en Terruel y
luego como ayudante de sacerdote en el frente de guerra. Estuvo como misionero
en China, de donde fue expulsado por los comunistas, y casi enseguida vino al
Ecuador.
Hechos los contactos, los petroleros
informaron a los religiosos que todo estaba listo para el vuelo. Realizaron
varios sobrevuelos de reconocimiento para identificar las viviendas que los
nativos las fabrican con los mismos materiales de la selva, por lo cual no es
fácil localizarlas. Les arrojaban camisetas, palas, machetes y se preparaban
con frases en lengua huaorani: “Queremos ser sus amigos”, “no les haremos
daño”, etc. Los Tagaeri hablan su propia lengua pero incorrectamente y son
enemigos de los huao, sus parientes cercanos. Existen en un número aproximado
de 65, muy rara vez son vistos y están completamente aislados. Segundo Moreno,
director del Centro de Investigaciones Antropológicas de la Universidad
Católica de Quito, dice respecto a la incursión de extraños en territorio
nativo amazónico: “Se trata de un proceso conjunto en el que los colonos son
agresores de segunda instancia y las transnacionales petroleras, de primera”.
(Juan Muñoz. Vistazo. 7 de agosto de 1987).
Muchos entre los misioneros se opusieron a
este ingreso prohibido, pero Mons. Labaka insistía por el temor de que los
petroleros los eliminen: “Qué diremos después si los matan y nadie ha sacado la
cara por ellos ? Si me matan es porque Dios lo quiere...”, decía, y cuentan que
muchas veces había pedido el martirio.
Era 21 de julio de 1987
Eran las 05h30 cuando el helicóptero decoló
llevando a los misioneros designados con el piloto capitán Guido Tamayo y el
jefe del campamento de la petrolera CGC (Compañía General Geofísica). Primero
aterrizaron y bajaron obsequios, los indígenas se acercaron desarmados pero el
aparato ascendió con el fin de retornar luego con los capuchinos. Los
misioneros descendieron en una canastilla, instante en que los indígenas, todos
muy jóvenes, huyeron a esconderse, mientras la nave emprendía el vuelo para
volver en minutos, cuando vieron que Mons. Labaka y la Hna. Inés se llevaban
las manos a la boca lanzando gritos para anunciar su presencia, tal como hacen
los “huaoranis”. Los tripulantes al ver a muchos nativos desarmados y en
aparente calma, se marcharon. “Lo que sucedió luego fue una fiesta de horror y
sangre sin testigos. Al volver el helicóptero al día siguiente la tripulación
encontró el cuerpo de Labaka al pie de la puerta de una casa atravesado por
varias lanzas y a la izquierda de la choza el cadáver de la Hna. Inés en las
mismas condiciones. Tres helicópteros, un grupo comando de la brigada Napo,
personal de la CGC y dos sacerdotes, participaron en el rescate” (Vistazo.
Agosto 7 de 1987). Fueron ejecutados por los viejos de la tribu, dicen los entendidos.
El parte médico establece ciento treinta y cuatro perforaciones en el cuerpo de
Mons. Labaka y sesenta y cinco en la Hna. Inés.
Dicen que enseguida se quiso enviar tropas, pero por suerte no sucedió,
pues habría sido un desatino sin nombre. Otra versión recogida en el Coca
manifiesta que en tierra, tanto Monseñor como la Hna. Inés contactaron de cerca
con un grupo de mujeres, niños y varios jóvenes, los mayores habían ido de
cacería. Las mujeres les decían “vete a la selva te van a matar”, pero introducirse
en la montaña también significaba la muerte. De pronto llegaron los cazadores y
Monseñor fue el primero en sucumbir de inmediato, luego sería ella. Cuando el
aparato volvió al medio día no los pudieron localizar. A la mañana siguiente ya
se pudo observar los cuerpos sin vida y comenzó el rescate. Los soldados de la
Brigada bajaron para envolver los cadáveres en plásticos y el hecho quedó
consumado. Fue un 21 de julio de 1987.
Una tumba en el Coca
Los restos de Mons. Alejandro Labaka y
Hna. Inés Arango reposan hoy junto al altar mayor de la Iglesia Principal de
Orellana, con la siguiente inscripción: “Puerto Francisco de Orellana (Coca), a
24 de julio de 1988, los Muy Ilustres Municipios de los cantones Orellana,
Aguarico, Shushufindi y el Pueblo, a los Héroes y Mártires, Mons. Alejandro
Labaka Ugarte, primer Obispo del Vicariato Apostólico de Aguarico y Hna.
Misionera Terciaria Capuchina, Inés Arango, que ofrecieron sus vidas por la
liberación de los indígenas Tagaeri”.
En la Misión del Coca vemos una vitrina
que todavía guarda el hábito y las prendas que vestía Inés en el momento del
crimen. Un hábito destrozado con un enorme hoyo en la parte anterior derecha
(el primer lanzazo recibió por la espalda y le atravezó el cuerpo), además una
camiseta y un short. La víspera de su último viaje, Inés dejó una carta
destinando una pequeña suma de dinero y expresando: “Si muero me voy feliz y
ojalá nadie sepa nada de mí; no deseo nombre ni fama, Dios lo sabe. Siempre con
todos. Inés”.
Serán canonizados Para orgullo de la raza
humana, Alejandro e Inés podrían muy pronto ir a los altares. Los días 6 a 9 de
enero de 2003, los miembros del Tribunal Eclesiástico de la causa de
Canonización de Mons. Alejandro y Hna. Inés, fueron a Nuevo Rocafuerte, a 300
kilómetros del Coca por vía fluvial. Allí pudieron recoger los testimonios de
14 personas que conocieron a los Siervos de Dios. Así se va completando la
prueba testimonial que debe ser remitida a la Congregación de las causas de los
Santos de Roma, explica la Hna. Graciela.
Solo hay que
anotar al final, que como los misioneros mártires, otros capuchinos de igual
modo, hoy en día prosiguen en la lucha por evangelizar y ayudar a los
indígenas, por lograr el respeto de los petroleros y madereros a esos seres
humanos y sus dominios, tan sólo suyos. Es el caso del P. José Miguel Goldaraz,
quien vive con indígenas huaroni, trabaja con ellos en lo más recóndito y
profundo de la selva, conoce su lengua y costumbres desde hace años, y sobre
todo es uno más de ellos.César Pinos Espinozacesarpinose@hotmail.com