La mentira es, con toda probabilidad, el peor de los pecados que pueda cometer un político. Su credibilidad no se basa en lo que es capaz de hacer, o en los resultados de su gestión, sino en la honradez y coherencia. Cuando la ciudadanía da su confianza mediante el voto a un político espera de él solo una cosa: que haga lo que dice, es decir, que no mienta. Si luego es capaz o si los resultados acompañan es menos importante, lo importante es que haga lo que dijo que haría. Por tanto, que no mienta. Porque la mentira es un indicio de engaño, de falta de respeto y de cinismo. Quien miente sabe que lo hace y lo hace con un objetivo. Siendo esto así, solo podemos decir que el gobierno miente.