. Se trata de una técnica que prepara el terreno para la aniquilación del otro, del diferente, del que disiente de nuestras posiciones. En esencia, hay que conseguir destruir la imagen pública del enemigo, de modo que no nos parezca digno de respeto, o peor, digno de consideración humana. Esto se puede conseguir de dos modos que son complementarios. Uno, el modo fuerte, es la deshumanización del otro, como en la Alemania nazi y en tantos otros lugares del mundo. La imagen pública del judío fue ridiculizada y deshumanizada como paso previo a su posible y futura eliminación física. Se genera una especie de mezcla entre miedo y odio a partes iguales que llevan a la gente a desconfiar, temer y solicitar la protección frente al enemigo así creado. La técnica funcionó muy bien; Alemania exterminó tranquilamente a judíos, gitanos, homosexuales, deficientes y comunistas durante varios años con el consentimiento, tácito o no, de la población alemana, cómplice de estos crímenes.
Hoy asistimos a un procedimiento semejante. Los medios de comunicación afines a las políticas de destrucción de lo público se han coaligado para generar una imagen pública de las víctimas de los recortes sociales y de aquellos que luchan contra ellas que se asemejan bastante a las técnicas gobbelianas de la Alemania nazi. Medios como La Razón, El Mundo, El ABC, Periodista Digital y otros muchos, se han lanzado a la carrera por desacreditar primero, deshumanizar después, y criminalizar definitivamente a los distintos colectivos contra los recortes y sus representantes. Especialmente atacan a sus representantes, pues saben muy bien que al enemigo hay que ponerle cara, debe ser concreto. Así, vemos cómo se desacredita a gentes como Cañamero, Pablo Iglesias o Ada Colau. El primer paso es desacreditar a la persona, intentando destruir su imagen desde aquello que dicen defender, bajo la acusación de una supuesta hipocresía o desfachatez moral. Se acusa a los comunistas de darse la vida padre a costa de los erarios públicos, a los sindicalistas de no dar palo al agua, a los profesores de vivir del cuento y a cualquiera de no ser coherente con lo que defiende. Este es el primer paso. El segundo es el insulto y la calumnia, sea por medio de informaciones tergiversadas o directamente falsas o sea por medio de la descalificación directa.
En este segundo paso vemos que hay una variante en los últimos años. Al aparecer programas de televisión que dan pábulo a los defensores de las víctimas de este latrocinio incesante de lo público, los fieros mastines de “falsimedia” han dado con otra estrategia: el insulto directo y público. Lo hemos visto, especialmente, por medio de Alfonso Rojo en La Sexta Noche. Sus insultos directos contra quien debate con él, sin aportar más argumentos, tienen el objetivo de,primero desestabilizar al rival para que pierda los papeles, y segundo destruir su imagen pública ante el seguidor propio. Rojo se ha especializado en la búsqueda de la mueca fácil de su público, en la chanza y la carcajada ramplona. Llamar “mangante” y “chorizo” a Pablo Iglesias y “gordita” a Ada Colau busca que el rival no sepa cómo actuar, que se salga del debate y entre en el cara a cara personal. Allí es donde Rojo quiere llevar el dabate, no al terreno de las ideas y los hechos, sino al fango del insulto y la marrullería. Por cierto, en ese mismo programa, los ínclitos Inda y Marhuenda se han sumado a la causa de Rojo, especialmente contra Iglesias. Estamos ante una táctica que estos medios utilizan de forma sistemática para mantener prietas las filas. Entre los lectores de estos medios es más fácil encontrar gentes prestas a la brabuconería, machitos que no hacen ascos al encuentro verbal zafio y a la bronca.No nos dejemos engañar, esta gente busca eso, busca que no se hable de los problemas reales y todo quede reducido a batallas personales, insultos y descalificaciones, así se mantienen prietas las filas del voto borreguil y del servilismo más burdo. Estos profesionales del periodismo han dejado a un lado la deontología profesional y se han agarrado al más abyecto y lacayuno de los trabajos: el servicio heril por excelencia, la mamporrería.