Esta obra ve la luz en 1992, pero
por su prosa parece tener algo más de medio milenio. Quignard escribe con la
delicadeza de las epopeyas y cantares, pero también con la fluidez de los
buenos romances. Aunque novelada, los episodios de la vida de doña Luisa de
Alcobaça que se cuentan aquí tienen la esencia del Medioevo, de luchas, odios,
venganzas, amor y traición. Truculencia, al fin y al cabo, tan común en
aquellos tiempos, y también en el Portugal que arrancaba en su periplo
histórico.
La historia relatada parte de los
azulejos del castillo de Frontera, mandados dibujar por el conde de
Mascarenhas, amigo del señor de Jaume, un caballero de los de fortuna,
intrépido y ambicioso, un tanto vulgar, o quizá el menos vulgar de todos los
personajes, pues es el protagonista, sin duda alguna, de esta historia que,
ante todo, lo es de amor.
Su vanidad se torna perverso
deseo carnal, lo que le lleva a lo atroz: el asesinato del señor de Oeiras.
Pero también lo hace protagonizar este relato de realidad que supera a la
ficción histórica, a modo de leyenda escrita en los azulejos de unas paredes,
para disfrute de algunos y vergüenza de otros.
La emasculación es el preludio a
la muerte del señor de Jaume, privado de lo que sentía, de su vulgaridad
masculina. Sin ello no puede seguir viviendo, destruido todo lo importante, la
vida de su amada, sus enemigos, también su masculinidad. Luisa de Alcobaça, así,
afectada por el recuerdo de su amigo de la infancia, Afonso, aquel al que un
toro había aplastado sus gónadas, llevó a cabo el ritual con su postrer amado.
Es un relato hermoso y ágil, en
el que aguardan sorpresas. Quignard cuenta la historia como si la hubiera
conocido de cerca, de ahí lo interesante de esta pequeña obra literaria, que definitivamente
hace del autor uno de los importantes de la literatura moderna. El estilo
escrito está implantado con virtuosismo y medida, lo que hace de él una obra
verosímil en todos los sentidos.