. Después de quedar deslumbrada con “Dientes Blancos”, regreso con esta autora, ahora con “Sobre la belleza”. Efectivamente, es un hacha con la escritura.
Vuelve con los conflictos raciales, con sus blancos, con sus negros, agitando los roces que les enfrentan como una batidora y ahora, en esta historia, inmersos en un ambiente académico, supuestamente exquisito, donde hay dos cabezas visibles: Howard Belsey y Monty Kipps. Se odian a muerte por sus diferencias y competencia en su forma de ver a Rembrandt. Es la excusa de Zadie Smith para plantear la percha de su historia, porque a partir de ella, nos describe la vida de la familia de Howard y su compleja interacción con la de Monty.
Howard, tiene cincuenta y siete años, treinta de ellos de matrimonio con Kiky. La infidelidad de su marido con una amiga en común provoca el crack de la pareja. Pero es que “lo peor” no es la canita al aire, sino esa incómoda manera de ser (para los demás) de Howard, centrado en su mundo donde nada es trivial, donde vuela por las nubes escudándose en su elevada mente. Confieso que Zadie Smith ha construido tan bien la hipocresía que define a su protagonista, que he llegado a aborrecerle, ya que desconoce su total cinismo porque “en el fondo” -como siempre en este asunto de los cuernos- no puede vivir sin su Kiki.Su personaje da para mucho, lo mismo que el de su mujer, quien acaba tomando un tremendo aprecio por la del adversario de Howard. Y qué vamos a decir de los hijos respectivos. Jerome, Levi y Zora son el trío de vástagos de Howard y Kiki y cada uno vive en su mundo particular. Hay para todos los gustos.Pero claro, no solo tenemos a sus hijos, están los de Monty Kipps y en especial, su hija Victoria que se mezcla y, ¡de qué manera!, con sus vecinos.A simple vista, la novela parece una comedia de enredo. Ya pude comprobar en “Dientes blancos”, que Zadie Smith tiene una capacidad inmensa para caricaturizar personas, momentos y situaciones. Y de “formar” enredos, otro tanto de lo mismo.Sí es cierto que, dada la extensión de la obra, hay algunas tramas secundarias, que -aunque adornan las historias principales-, alargan innecesariamente la marcha de la novela, haciendo desear, en momentos puntuales, “que pase algo ya”, demorándose en exceso a la hora de desarrollar los complejos mundos de todos y cada uno de los personajes, hasta el punto de estirarlos innecesariamente. Mientras tanto, disfrutamos de los “grises” que esta autora utiliza para sus personajes donde nada parece totalmente bueno o malo, exprimiendo los matices de las psicologías que nos presenta y convirtiéndolos en excelentes ingredientes para que haya un continuo bamboleo de sentimientos y sensaciones que brotan de cada uno de ellos, haciéndose casi imposible adivinar hacia dónde se decantará cada uno de ellos. En ese camino, casi todos los protagonistas intentan buscar esa belleza que da título al libro, esa belleza que no sabemos si existe de verdad, porque las personas con sus actitudes, su manera de ser, la manchan una y otra vez a diario.Pese a todos los peros que pudiera tener esta novela, Zadie Smith es sin duda, una excelente constructora de historias, no tanto de hechos como de personas, manejándolas como títeres a través de sus sabios hilos.