. Sin embargo, los argumentos aportados por Estados Unidos eran un elemento clásico para justificar las guerras: el casus belli, el motivo de la guerra. Casus belli vigente ya desde la Guerra de Troya, cuando el rapto de Helena ponía en cuestión la estructura social vigente en la Grecia arcaica.
Siempre existen motivos para iniciar una guerra, que pueden ser de lo más diversos: la necesidad de recursos para mantener el actual sistema de sociedades capitalistas desarrolladas (sin los cuales ni siquiera podríamos ver la televisión ni disfrutar del ocio ni del consumo) también fue esgrimida, aunque fuera por vía negativa, por quienes se oponían a esa guerra desde su pacifismo fundamentalista: todo era por el petróleo, decían, como si no fuera bastante razón que puedan seguir hablando y disfrutando de la sociedad del bienestar gracias al petróleo conquistado. La Guerra de Iraq disponía, por lo tanto, de al menos dos casus belli. Pero los casus belli, como decimos, pueden ser de diversos tipos: recordemos que la Revolución de Octubre de 1934 durante la Segunda República Española, aplaudida por la memoria histórica del régimen democrático de 1978, se justificó como medida para evitar la llegada al poder del fascismo, que no existía. Del mismo modo, el casus belli para el alzamiento del 18 de Julio de 1936 que inició la Guerra Civil Española fue que los mismos partidos políticos que habían atacado la república en Octubre de 1934, ahora bajo la forma de Frente Popular, podían intentar un golpe de estado desde el poder. El 11 de septiembre de 1973, el gobierno de Salvador Allende fue derrocado porque el presidente socialdemócrata había anunciado, con la cobertura de una coalición con los comunistas, que iniciaría la transición al socialismo, toda una amenaza para el bloque capitalista frente al comunista en el contexto de la Guerra Fría. Como vemos, los casus belli siempre han existido, aunque las anteojeras ideológicas distorsionan su significado y conducen a que ciertos grupos aplaudan algunos y desprecien otros. Volviendo a Estados Unidos, esta nación tanto desde sus primeros pasos hasta su consolidación como Imperio realmente existente, se ha visto habitualmente obligada a usar de distintos casus belli para justificar su entrada en distintas guerras: así, la Guerra Civil Norteamericana comenzó con el ataque al Fuerte Sumter por parte de los sudistas, que no sólo se secesionaron formalmente, sino que atacaron a uno de los símbolos del poder federal en plena bahía de Carolina del Sur; el extraño hundimiento del acorazado Maine en La Habana provocó la entrada de Estados Unidos en la Guerra de Cuba; en 1941, hace ya 70 años, el coloso norteamericano entró en la Segunda Guerra Mundial a causa del ataque japonés a un —dicen algunos— desprotegido Pearl Harbour. Sin embargo, el casus belli más curioso fue el que se produjo como justificación de la entrada en la Primera Guerra Mundial, a la que tanto se resistía el pacifista Wodrow Wilson. Al parecer, no fue el hundimiento del buque Lusitania en 1915 el que provocaría su entrada en el conflicto, sino el intento alemán de vulnerar la Doctrina Monroe, aquella que uno de los primeros presidentes de Estados Unidos enunció como horizonte de la nación que hacía nacido recientemente: América es para los americanos, y los europeos no deben intervenir en ella para alterar sus fronteras.