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Está claro que no siento ninguna impaciencia porque se publique el
segundo o los que pudieran venir.
Es una
autora desconocida para mí y por lo visto, toda una institución de la
literatura rusa que recoge cinco relatos en este libro. Todos protagonizados por mujeres que buscan, luchan y a veces destrozan su vida persiguiendo sus sueños. La mayor parte de ellas en el mundo del cine y otra, en concreto, en el patinaje artístico.
Tienen el nexo común del ritmo rápido, vertiginoso, a veces delirante,
como si alguien estuviera pinchando a cada minuto a la autora para que
fuera rellenando líneas, escribiendo a golpe de ideas sin revisar. Eso
sí, de manera deliberada. Por ello, la narración roza en algunos momentos lo absurdo, aderezándola además con una ironía extraña que descoloca.
Las
mujeres de sus historias viven tortuosos amores, enamoramientos,
desamores, sensaciones y sentimientos amorosos como en una montaña rusa
que las lleva y las trae, mientras ellas parecen ser ajenas a sus
consecuencias. Y si no lo son, aparecen como auténticas camicaces del amor, o lo que quiera que sea que estén viviendo, llegando a transmitir al lector un desagradable sabor a tristeza y sordidez.
El relato
titulado “El sistema de los perros”, arranca con el recuerdo de la
primera cita -supuestamente laboral- de la protagonista con el guionista
Valka Schwartz, del que ya nos deja claro que no le gusta nada de nada,
destacando además su diferencia de edad: ella veintiséis años, él
cuarenta. Escribe la autora: “Pero, a pesar de todo, fui con él con
la esperanza de que alguien reparase en mí y me aceptase como actriz. O
simplemente, para enamorarme y, así, encontrar la felicidad. Y, aún
mejor, tanto lo uno como lo otro: enamorarme y trabajar en el cine”.
Tras leer esta frase, sinceramente, una interrogación imaginaria se
situó sobre mi cabeza: ¿Qué iba a ver si encontraba un papel y si no,
pues a ver si se enamoraba y encontraba así la felicidad? En fin. Esta
peculiar forma de pensar no es patrimonio único de una de las
protagonistas, sino que todas las mujeres que reúne el libro parecen
vivir en una especie de disloque mental que les acompaña en su
día a día, mientras se trabajan su meta en la vida. Demasiadas veces
pierden el rumbo y caen en el abismo pero saben resurgir de sus propias
cenizas, aunque al final, vuelven a recorrer caminos inciertos en los
que muchas veces tropiezan en la misma piedra.
Bien es
cierto que el disloque no es para la autora cuestión de género en
“Pánico escénico”, porque el material masculino que conocemos en sus
páginas también deja mucho que desear. Encontramos a tantos enamorados
repentinos y cultos como canallas -por separado y a la vez- en los que
es difícil saber muy bien qué clase de personas, y en concreto de
hombres, son.
En definitiva, si queréis leer “algo distinto”, es una manera de pasar el rato.