Reseña literaria "Los hechos de la vida" de Graham Joyce

Cuando en la contraportada leí “una historia evocadora y terrorífica, de experiencias vividas al límite…” y términos como “premoniciones, fantasmas”, pensé que acabaría aterrorizada. Nada de eso. “Los hechos de la vida” es en realidad una historia familiar donde Graham Joyce ha intercalado personajes con dones sobrenaturales, que el autor necesita para formar una de las bases de su historia. Menos mal, porque a mí el terror me hace dar la vuelta y huyo de él como de la peste.

 

. Nada de eso. “Los hechos de la vida” es en realidad una historia familiar donde Graham Joyce ha intercalado personajes con dones sobrenaturales, que el autor necesita para formar una de las bases de su historia. Menos mal, porque a mí el terror me hace dar la vuelta y huyo de él como de la peste.
Joyce nos lleva a los años cincuenta de Conventry, Inglaterra -devastada en un bombardeo nazi en la II Guerra Mundial- con una familia encabezada por Martha, madre de, nada más y nada menos, que de siete hijas. Con tantas posibilidades de historias por cada una de ellas, el autor -y es todo un mérito con tanto personal- consigue que no nos liemos y contarnos diferentes tipos de personas con sus respectivas psicologías.

Martha es una matriarca en toda regla, velando, sufriendo, amando a cada una de sus hijas y en especial a Cassie. Nació la última y es todo un quebradero de cabeza porque, aunque el autor no concreta cuál es su “problema”, cuenta con los poderes e intuiciones de su madre, quien ve fantasmas y los escucha tras la puerta de vez en cuando. Pero en el caso de esta hija la situación se agrava porque sufre de etapas en las que literalmente no sabe lo que hace y pierde la cabeza y se la hace perder a todos. En esas rachas de amnesia, concibe dos hijos. La primera es entregada a una familia y con el segundo, Frank, no se ve capaz de repetir. Y Frank es por supuesto, el gran protagonista, tiene esa extraña y especial sensibilidad de su madre y abuela. Por eso Martha, la matriarca, se ve obligada a organizar la vida del niño -no ve capacitada a Cassie para desarrollar con normalidad su papel de madre- y el pobre, va pasando -el pobre- de casa en casa de sus tías, por ambientes tan dispares como disparatados. Uno de ellos es una comuna, en la que vive una de esas tías, Beatie y de donde finalmente “salen por patas” porque el romanticismo que la envuelve es tan falso como inadecuado para educar a un menor.

Esta historia, la de la comuna, como algunas otras, chirrían en este paisaje familiar donde el terror no lo es tanto, donde lo sobrenatural no es tanto y donde la unión entre los miembros familiares esconde drásticos conflictos y detalles de máxima gravedad que no llego a entender.

Eso sí, con semejante puzzle de hermanas y sus respectivos, el autor nos deja claro -por si no lo sabíamos- que “en todas las casas cuecen habas”. Pero claro… creo que hay algunas habas en esta casa que huelen tan mal que apestan. Es el caso del padre, que ya no está y aparece como un fantasma y ¡que no habla!, porque su mujer ¿dejó de hablarle?

En fin, la novela es entretenida sin duda. La escritura es sencilla, ligera, gracias a su importante porcentaje de diálogos, aunque algunos no aportan demasiado -sobre todo los de Frank, el niño protagonista. El libro tiene momentos estupendos. Es una mezcla difícil de historias, pero conseguida. Aún así, tanto como “deslumbrante joya” -como leo en la contraportada- no lo veo y menos si se la pretende enmarcar en el “realismo mágico” o como “fantástica” y menos de “terror”. Es ante todo un viaje con una familia complicada -como todas- con notas de realismo mágico. Y como siempre los cebos para engancharte a un libro funcionan. Lo digo por la contraportada y los comentarios de críticos y escritores que aparecen en algunas obras y por las que, a veces, caigo en la red de cabeza. En este caso, me la hizo perder el comentario de Isabel Allende que dice: “no había quedado tan hechizada por una novela en mucho tiempo”. En fin. Allende sí sabe de realismo mágico y sabe hacerlo muy bien. Una fórmula que me atrae profundamente cuando su lectura entra como el aire que respiras, sin dificultad, por inercia, sin saber siquiera que estás respirando. En el caso de “Los hechos de la vida”, sólo respiraremos algunos de esos toques, meras pinceladas necesarias para vivir con esta familia que da tantas alegrías como disgustos. Tendría posibilidades, por cierto, para una serie de televisión. 

Reseña realizada por la autora Begoña Curiel

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