El efecto Gamonal

Gamonal ha inundado nuestras conciencias de una manera tan abrupta, como ha sido la lucha que han llevado sus vecinos contra el Ayuntamiento de Burgos y, en concreto, contra su alcalde, y el empresario en la sombra que, empieza a descubrirse, ha controlado durante años la política presupuestaria de la ciudad. Pero una vez que hemos digerido todas las imágenes que querían presentarnos esa reivindicación vecinal como un acto vandálico de jóvenes antisistema, ajenos a Burgos, con las noticias tergiversadas que surgían de la propia alcaldía y el ministerio del interior, y la confusión de tanto tertuliano no acostumbrado a debatir sobre reivindicaciones que tienen su modo de expresarse en la firmeza de los ciudadanos, deberíamos reflexionar sobre qué significa la lucha que se ha llevado en Gamonal, más allá de la negativa a que se construya un parking y un bulevar innecesario para los vecinos.

 

. Pero una vez que hemos digerido todas las imágenes que querían presentarnos esa reivindicación vecinal como un acto vandálico de jóvenes antisistema, ajenos a Burgos, con las noticias tergiversadas que surgían de la propia alcaldía y el ministerio del interior, y la confusión de tanto tertuliano no acostumbrado a debatir sobre reivindicaciones que tienen su modo de expresarse en la firmeza de los ciudadanos, deberíamos reflexionar sobre qué significa la lucha que se ha llevado en Gamonal, más allá de la negativa a que se construya un parking y un bulevar innecesario para los vecinos.
                Gamonal, desde mi punto de vista, ajeno a la problemática del barrio, supone la vuelta a las luchas vecinales de los años 70 y 80 del siglo pasado, cuando las Asociaciones de Vecinos eran el centro de todas las reivindicaciones de los diferentes barrios que articulaban las ciudades. Asociaciones que tuvieron mucho que ver, gracias a su trabajo y presión en la calle, con el desarrollo urbanístico que hizo de las ciudades la piedra angular de la democracia y el bienestar en España. Después vinieron los tiempos del pesebrismo ante el poder municipal, que convirtieron a las AA.VV. en academias de macramé y guitarra, por poner un ejemplo -pesar de que siempre hay honrosas excepciones en todo- y el languidecimiento del movimiento vecinal, que ha convertido nuestras ciudades en espacios puramente económicos, en vez de lugares para la convivencia, el bienestar y la igualdad.

                No puedo evitar que Gamonal me recuerde lo que viví hace más de treinta años en mi barrio madrileño, el Poblado Dirigido de Orcasitas. Un barrio de aluvión, construido de prisa y mal, para albergar a los inmigrantes nacionales, que en aquel tiempo, a principios de los años 60, llegaban por miles a Madrid, como mano de obra de la política desarrollista que en aquella década impulsó el franquismo, con los nuevos fondos financieros que llegaban de Estados Unidos. Era un barrio obrero, término que hoy está en desuso, desde hace bastantes años, porque al poder no le gusta la terminología obrerista que recuerde a marxismo (los obreros han pasado a ser empleados y consumidores), que vio cómo sus casas, diez años después de estar construidas, empezaron a caerse por deficiencias constructivas. Fue una lucha sin cuartel durante una década, contra las ansias especulativas del último franquismo, que coincidió con la Transición Democrática. Una lucha que modeló la conciencia política de los más jóvenes, que imprimió dignidad y carácter a los vecinos del barrio, y que se nutrió de una firmeza inquebrantable en la convicción de que el Estado, como responsable civil subsidiario de lo que estaba sucediendo, debía construir un barrio nuevo en el mismo sitio, para los mismos vecinos. El fin de todo aquello fue, la extensión de la lucha por los diferentes barrios de Madrid que tenían el mismo problema, creando la Coordinadora de los 28 Barrios en Remodelación; el asesinato, por apuñalamiento de un grupo de jóvenes fascistas, del líder vecinal Arturo Pajuelo, a quien rindo homenaje desde aquí, porque además era mi amigo; y la construcción de un nuevo barrio, en el que los vecinos participaron de manera directa. Pero hubo otra consecuencia, diluida en el tiempo, que ahora Gamonal nos ha despertado: la certeza de que la democracia es una lucha constante de reivindicaciones, y la fuerza de los vecinos, los ciudadanos o los trabajadores, es el motor que mueve nuestras aspiraciones de bienestar. Gamonal, igual que lo fue el Poblado Dirigido de Orcasitas, y otros muchos barrios de antes y de ahora, son la prueba de ello.

                Pero hay otra reflexión que debemos hacer sobre lo que significa Gamonal. Me refiero al enfrentamiento entre dos conceptos de entender la ciudad. Uno basado en el urbanismo especulativo, posiblemente no muy alejado de la corrupción, que genera desigualdades sociales y es desvertebrador de la ciudad. Y otro preocupado por las necesidades vecinales, que plantea un urbanismo integrador, capaz de construir una ciudad organizada en torno al bienestar de sus ciudadanos, tanto social, como económico, como cultural. Esta es la esencia de todo lo que ha sucedido en Gamonal, con un alcalde de Burgos muy desafiante y despreciativo de las reivindicaciones de los vecinos del barrio, porque realmente el modelo de ciudad que él y su Partido defienden es el especulativo, generador de desigualdad.

                Ahora toca mover ficha al resto de la sociedad. Una sociedad que está en un punto de inflexión en el que ya no caben las medias tintas. O se opta por el modelo especulativo, asentado en el aborregamiento de la sociedad, mientras vemos cómo crecen las desigualdades, esperando que nos caigan algunas migajas; u optamos por el modelo reivindicativo y participativo, que supone una ciudad al servicio de sus ciudadanos, en la que el movimiento vecinal y asociativo debe ser el hilio que cosa todo el tejido, provocando que los Partidos tengan que reaccionar y dejar de mirar para otro lado. Esa es la tarea que la sociedad española tiene para los próximos meses, antes de las elecciones municipales: plantear el debate sobre la democratización de la ciudad, mientras el tejido asociativo urbano se fortalece con acciones reivindicativas que le vuelvan a dar el poder ciudadano que tuvieron antaño, cuando las ciudades democráticas se convirtieron en España en la clave de bóveda del estado de bienestar y la democracia.

                No nos quepa la menor duda. Nuestro bienestar depende de cómo queramos que sean nuestras ciudades en el futuro. Y esa es una tarea de todos, empezando por la defensa de nuestros barrios. Como, muy bien, nos han enseñado los vecinos de Gamonal. 

UNETE



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