Debido
a una multiplicidad de razones, la familia actual, no quiere que se produzcan
conflictos en el proceso educativo. Siendo imposible esa pretensión, a no ser
que se enseñe y se exija muy poco. Ya que los conflictos aparecen con la
exigencia educativa que demanda estudio y dedicación hacia los contenidos más
significativos, por parte de los estudiantes. Contenidos que requieren del esfuerzo
y la dedicación extraescolar, además de una predisposición especial hacia el
trabajo que lleva implícito todo aprendizaje.
Es
decir que cuanto menos problemas y exigencias que demanden la atención de ellos
como padres, mejor. Fundamentalmente
porque ambos miembros de la familia trabajan fuera del hogar y necesitan de un
tiempo de descanso para poder recuperarse de las demandas laborales y de los
conflictos que los involucran en el escenario productivo.
Sobre
estas circunstancias se montan quienes promueven teorías y pedagogías livianas.
Esas que poco y nada preparan para el mundo de la exigencia y del trabajo. Sino
que lo hacen, para el juego y el divertimento. Las que no ponen el acento en
los conocimientos, que por su importancia requieren de tiempo y dedicación para
incorporarlos.
Es
decir, que en vez de que la escuela exija esfuerzos extras fuera de las aulas, hoy,
el afuera, exige tiempo extra dentro de la escuela. Pretendiéndose incorporar
conocimientos a través de videojuegos y
de situaciones divertidas y poco exigentes. O también, pretendiéndose
incorporar en las aulas a las redes sociales para sumarlas a los juegos
virtuales, que tanto los atrapan y los atornillan frente a las pantallas.
Mientras
se exija poco y se vuelva cada vez más fácil atravesar los trayectos educativos,
los conflictos se licuaran a la misma velocidad, al desaparecer las presiones
de la docencia sobre los estudiantes para que incorporen conocimientos. Y para
que incorporen junto con ellos, los hábitos de estudio y las actitudes valiosas
que son parte de la cultura del trabajo desde las aulas. Siendo la escuela,
cada vez más, una extensión del afuera, es decir, de la sociedad de consumo,
que los atrapa con sus ofertas cada vez más demandantes de atención y tiempo,
que los entretienen sin problematizarlos.
Por
lo que se puede afirmarse que hasta que la familia no cambie su actitud, hacia
los objetivos que pretende que sean alcanzados por sus hijos, será muy difícil
que el cambio aparezca. Fundamentalmente porque también han desaparecido las
demandas de las empresas necesitadas de personas para incorporarlas a sus
procesos productivos, que en gran parte son reemplazadas por las distintas
tecnologías.
De
seguirse por este camino seguirán apareciendo más diversiones para todos los
miembros de la familia, que cada vez demandan más distraerse de las cuestiones
importantes. Satisfaciendo la necesidad de relajarse y divertirse, mientras se
va aceptando mansamente un futuro lúdico de exclusión, alejado de la
participación en la sociedad productiva.
La
aceptación cada vez más generalizada de la marihuana para la recreación y el
divertimento, va direccionada en ese mismo sentido.