. TRAM es un acróstico, o algo parecido, de Transporte Metropolitano
de La Plana. La Plana es un territorio situado en el centro del litoral de
Castellón, que barca dos comarcas: La Alta y La Baja, con una extensión, entre
las dos, de 1.560 km2, y una población aproximada de 460.000 habitantes. Es
decir, en la dos Planas vive más del 75% de la población de Castellón, en un
territorio que apenas llega al 23% de la superficie total de la provincia. Ahí
están los datos para propios y extraños. Ahora cabría preguntarse a qué vienen
tantos números simplones y de fácil consulta por internet. Pues amigos, aunque
parezca mentira, una geografía que condensa casi toda la población de la
provincia, en la que las distancias son cortas, si tenemos en cuenta, además,
que la mayoría de la población viven en una decena de localidades, que no
distan entre sí más de cincuenta kilómetros, y tienen como centro la capital de
la provincia, (voy a decir algo tonto, por sabido), no tiene un transporte
público integrado que conecte el territorio, haciendo que cada localidad casi
viva de espaldas a los otras. Es decir, en el año 2014, las comunicaciones con
transporte público en La Plana son peores que en la primera mitad del siglo
pasado, cuando existía La Panderola, ese tren que hoy se mira con nostalgia,
que unía la localidad de Onda con el Grao de Castellón, pasando por algunas de
las poblaciones más habitadas de la zona, y que el desarrollismo especulativo
de los años sesenta y la necesidad de vender coches como churros, para que
creciera la industria automovilística por la que había apostado el régimen,
acabó con este tren, que podía haber sido el germen de un trasporte público que
cubriera las necesidades futuras de la población.
Volvamos al TRAM. El trolebús
que está durando más que la obra de El Escorial. Primero alguien debería explicar,
quizá su valedor, el actual presidente de la Generalitat, por qué, en aquel
momento, concejal de urbanismo de la ciudad de Castellón, optó por ese
trolebús, que iba a ser guiado automáticamente, y no por el tranvía, como
reclamaba una gran parte de la sociedad y tenían la mayoría de las ciudades
europeas, incluidas las valencianas Alicante y Valencia. El TRAM iba a ser,
hace más de una década, cuando se presentó el proyecto, la gran alternativa de
transporte urbano y metropolitano de La Plana. Conectando, como una Panderola
moderna y sin vías, sus principales localidades. Era el colmo de la modernidad,
y encima con un solo ojo, como cíclope contemporáneo que guiaría los sueños de
comunicación de los sufridos habitantes de la comarca.
Sin embargo, como ya nos tienen
acostumbrados estos dirigentes de la derecha más rancia que gobiernan desde
tiempos ya inmemoriales la provincia y la Comunidad, todo aquel proyecto, hoy, casi
tantos años después cono ellos gobiernan, se reduce a un trozo de línea que une
la universidad con El Corte Inglés, un conflicto entorno a su paso futuro por
el Parque Ribalta y unas obras interminables (lo acabado ya se ha convertido en
el carril bici más ancho y espacioso del mundo) que, algún día unirán la UJI
con el Grao, que tanta falta hace. Un desastre, vamos, que al final está
recogiendo el rechazo de la población y dejando en ridículo a quienes
gobiernan. En el olvido han quedado la Línea 2 y las conexiones con Benicasim,
Villarreal, Burriana, etc. prometidas, y la ciudad de Castellón vive en un caos
permanente de tráfico, debido a que, con la plataforma del TRAM prácticamente
acabada, no se ha reorganizado el tránsito, a la espere, o eso dicen, de terminar
la obra.
No obstante, a pesar de que no
es la mejor opción, ni la deseada por quien escribe esto, me gustaría hacer
algunas observaciones de comportamientos, quizá motivados por empecinamientos
políticos, que también están retrasando la puesta en funcionamiento del TRAM. Quizá
hubiese sido mucho más efectivo que los titubeos y las declaraciones populistas
al run-run del enfado de la gente por las molestas obras, que se hubiera dado
el apoyo a este medio de transporte, una vez visto que la opción del tranvía
quedaba descartada en las urnas. Si se hubiera producido esta entente por un
transporte público eficaz, cómodo, rápido y asequible a los bolsillos, es
posible, digo, es posible, que todo se hubiera acelerado un poquito más. Porque
el resultado de todos estos años de desencuentros, soberbia gubernamental,
testosterona y poca habilidad política, es que Castellón sigue teniendo uno de
los transportes públicos más ineficientes de España, y que el coche privado,
con sus consecuencias medioambientales y económicas, sigue siendo el medio utilizado
por la mayoría de los castellonenses, a falta de otras alternativas.
Mención aparte, me gustaría
hacer, aunque fuera breve, al conflicto del paso del TRAM por el Parque
Ribalta. De todos es sabido la poca consideración que han tenido los sucesivos gobiernos
municipales de Castellón, en los veinte últimos años, hacia la cultura y el
patrimonio cultural. Lo hemos podido ver en muchas ocasiones, la última en el
enterramiento de la puerta y muralla medieval, que ha aflorado con las obras
del trolebús. Las autoridades no han encontrado una mejor solución que taparla
para la historia. Ya se ocuparán otros de ese problema. Esta actitud es la que
ha llevado al conflicto que actualmente puede retrasar, una vez más, la puesta
en funcionamiento de toda la línea 1 del TRAM. Es cierto que el Parque Ribalta
es un BIC (Bien de Interés Cultural) y que el TRAM nunca debería haber pasado
por su interior. Eso quedará en la herencia que el PP va a dejar a esta ciudad:
su falta de cintura para la negociación y solución del problema, con el mayor
consenso posible. A pesar de que muchas veces el consenso no es fácil. Pero
también hay que reconocer que la intervención hecha sobre el Parque, para el
paso del trolebús, ha sido respetuosa con el entorno y ha puesto en valor un área
del mismo degradada, convertida en aparcamiento sobre polvo y barro. Esa sí que
era una imagen que deterioraba el Parque Ribalta.
Sería bueno que, por una vez en
Castellón, dejáramos de pensar que las soluciones tienen que venir de fuera y
nos pusiéramos el traje de faena para arreglar nuestros problemas. Quizá, si
hubiera sido así, hoy podríamos ir de Benicasim a Burriana, sin mayor
preocupación que la de leer un buen libro.