El pasado 23 de diciembre de 2013, el diario
La Tercera publicó en sus Cartas al Director, una misiva del presbítero
Francisco Javier Astaburuaga Ossa, haciendo alcances confusos sobre el laicismo
y la laicidad. Ello generó dos respuestas en la misma sección, una de ellas de
este columnista (los días 24 y 27 de diciembre). El diario dio derecho a
contrarréplica a Astaburuaga, el 28 de diciembre, pero no publicó una
refutación a la contrarréplica, enviada por el suscrito.
Esa refutación expresaba lo siguiente:
“Las precisiones realizadas por el Sr.
Astaburuaga respecto de los conceptos laicidad y laicismo siguen induciendo a
la babelización, y no a la clarificación de las acepciones que permiten hablar
un mismo idioma para el diálogo en la diversidad.
Dicen que el papel cambió la
civilización humana, como lo ha cambiado el ciber espacio. Podemos concluir que ambos pueden ser
positivos o negativos, sobre la base de los distintos intereses de grupos o
personas. Pero ambos han aportado a la gran realización humana.
La religión ha resultado tremendamente
positiva cuando ha aportado a la esencia de las cualidades humanas fundadas en
el amor y la misericordia. Pero, ha resultado tremendamente negativa en una
infinidad de episodios a través de los siglos, que, por respeto a los creyentes
y a quienes trabajan por divulgar la fe valorando la condición humana, no viene
al caso abordar.
No hay en la historia del laicismo, en
su divulgación y adopción por los Estados Modernos, algún episodio que señale
hechos contrarios a la naturaleza del hombre. Sus grandes episodios han estado
marcados por la defensa de las libertades fundamentales del hombre y en la
superación de hegemonías y privilegios confesionales asociados al poder terrenal.
En todos los países donde el laicismo ha incursionado con éxito, sus resultados
han sido positivos para las libertades de conciencia y para los derechos de las
minorías.
Estaremos probablemente contestes con el
Sr. Astaburuaga, que la historia del confesionalismo, a pesar de que la RAE no
la reconoce como acepción por alguna falta de voluntad sospechosa, está marcada
por infinitos episodios negativos.
Una sana religiosidad siempre ha
terminado aliada al laicismo, cuando se trata del bien superior del hombre, que
es quien debe unirnos en lo citerior, como fin y propósito, sin lo cual no hay
un hecho religioso positivo”.
Ese fue el contenido no publicado.
Creo muy necesario, en los tiempos
actuales, donde se requiere diálogo efectivo para avanzar en la solución de
muchos problemas de la sociedad chilena, que los conceptos sean entendidos de
manera clara. Yo creo efectivamente en el diálogo, como una herramienta de bien
social, de bien humano.
De allí que, inducir a comprensiones
descalificatorias de las doctrinas que favorecen el respeto a los derechos de
conciencia, es atacar el sentido mismo de los derechos de conciencia. Sin la
doctrina laicista, habría muchas opciones de conciencia que no tendrían derecho
a existir en lugares donde las pretensiones de hegemonía y las conductas
excluyentes son la práctica de cada día.
Hay muchos episodios de la historia
reciente, que nos señalan que hay eventos que podrían inducir a la creencia de
que hay una religiosidad positiva y una religiosidad negativa. Pero, a pesar de
los religiosos que inducen a esa percepción, para el laicismo la religiosidad
es un hecho irrefutable dentro de las opciones de conciencia. Sería un acto
contra la naturaleza humana y las libertades de conciencia proscribir o
descalificar la práctica religiosa.
El laicismo, doctrina que promueva la
laicidad - la cualidad que emana del
carácter laico de un proceso, de una institucionalidad, de un ambiente o de una
sociedad – es absolutamente compatible con la existencia de la religiosidad y la
práctica religiosa.
En Chile, cuando el laicismo se ha
expresado con más fuerza e influencia en las políticas de Estado, jamás el
hecho y la diversidad religiosa han estado en riesgo.
Y
si debe haber un laicismo, que promueva ciertos aspectos esenciales en el
ordenamiento social, es precisamente porque existe un confesionalismo, conducta
que busca la hegemonía sobre la sociedad, a partir de una opción religiosa que
se considera detentora exclusiva de la verdad y la revelación divina. Una
hegemonía que pretende subordinar la política, el hecho moral y las conductas
civiles, a intereses personales o temporales de cierta comprensión religiosa,
sin reconocer de modo activo la diversidad de todo ordenamiento social.
Es en este tipo de intereses, fuera del
ámbito específico de una sana religiosidad, donde radica la esencia de todo
confesionalismo. Frente a ello, lo que el laicismo ha hecho, a través de los
últimos siglos, es propender a que el Estado no sea compelido a la subyugación
de una fe, y cuando ha sido subyugado, el esfuerzo ha sido bregar en el ámbito
de las ideas para liberarlo de tales tutelajes.
Hernán Riadi Abusleme,
Sin duda el cuidado de la semántica es la mejor forma de evitar la creciente confusión que sufre la sociedad con el abuso del lenguaje -babelización- promovido principalmente por su propia general y agresiva ignorancia y estimulado permanentemente, además, por quienes ambicionan el ejercicio del poder en diversos ámbitos.
Y a propósito de este interesante asunto, quisiera destacar la necesidad de distinguir muy claramente entre religiosidad y doctrinas religiosas.
No es muy difícil observar que se trata de entidades muy diferentes y hasta contradictorias, pues la religiosidad es una actitud propia del ser humano en general, cuando se formula las preguntas acerca de su origen y destino, por la trascendencia, por la existencia. Es una actitud que puede llegar a respuestas cuyo conjunto determinan una religión propia, individual, más o menos pobre, más o menos rica en conceptos e ideas.
Las doctrinas religiosas, en cambio, son una mercadería, un medio, cuyo comercio - recordemos que feligrés significa cliente - está a cargo de las llamadas Iglesias o Sectas, que tienen por finalidad competir entre sí por la adhesión de voluntades dispuestas a adoptar respuestas envasadas para satisfacer la natural necesidad religiosa de las personas que no están dispuestas a realizar el esfuerzo reflexivo necesario para darse sus propias respuestas. Estas, por las mismas razones tampoco tienen autonomía moral, cuya soberanía rinden políticamente en favor de esas Iglesias o Sectas.
Camilo Villavicencio, Otra
Me parece doblemente lamentable lo ocurrido, primero porque el silenciamiento de una respuesta (seguramente con la excusa de "¿para qué seguir con el tema? si la semántica es irrelevante") es algo que provoca vergûenza ajena y, segundo, porque tal conducta de la poderosísima y siempre confusora Iglesia Católica nada tiene de sorprendente.
Por otro lado, discrepo un poco de la línea conciliadora de lo expresado pues, teniendo a la vista la historia y los conceptos en que se afirma el poder de la Iglesia me parece inadecuado aspirar a una religiosidad que conviva sanamente con el laicisismo, pues esa religiosidad se sostiene, sustenta y justifica manifestando que es su única y hegemónica forma de entender la vida (y la muerte) la adecuada.
Me es inevitable traer a colación algo que comentaba Voltaire en sus "Cartas Filosóficas" (nombre con que se editaron las cartas que escribió desde Inglaterra) en las que con gran gracia detallaba lo poco líosa que era la relación entre las creencias en la isla debido a que eran más de treinta, mientras que en la Europa continental, al no haber tantos sabores de cristianismo, vivían agarrados del moño.
Saludos.