. No por lo que ha dicho, que eso no tiene ya ningún interés
para gran parte de la sociedad, sino por cómo lo ha dicho. Hemos podido ver la
imagen de un monarca torpe, envejecido, vacilante y, lo que es peor, caduco,
transmitiendo que estamos en un fin de ciclo, que se inició con la Transición
Democrática, de la que él era el símbolo que servía de referente para una
sociedad anhelante de libertades y progresos sociales y económicos. Un rey,
representante de una monarquía, que está siendo incapaz de dar respuesta a las
preocupaciones de los ciudadanos, más allá de los tópicos y lugares comunes a
los que estamos acostumbrados, de la que no podemos quitarnos la sospecha de
que una férrea censura rodea todo lo referente a sus actividades, a pesar de
que, cada vez, aparece más claramente vinculada a la ola de corrupción que ha
esquilmado este país, sostenida por un sistema basado en el pelotazo, el
amiguismo y la inseguridad jurídica, que ha convertido a España en el campeón
mundial de “digo Diego”, el “me lo llevo crudo”.
¿Alguien puede pensar que el
rey, blindado jurídicamente contra todo delito, ha vivido al margen del globo
de corrupción que está asolando el país? ¿Vive la monarquía en los mundos de
yuppy, revoloteando de flor en flor, como la abeja Maya, sin enterarse de lo
que pasa a su alrededor? Si es así, maldita falta la que nos hace, y ya están
tardando en retirarse a Mónaco o algún otro paraíso fiscal de esos que tanto
les gustan. Pero si, por el contrario, sabían lo que se estaba urdiendo en
despachos oficiales, por acción u omisión, y han consentido, sin levantar la
voz, son cómplices, y quién sabe si no actores, de todos los males que aquejan
a los españoles en su conjunto, salvo aquellos que gracias a la crisis y a unas
leyes que se lo permiten, están amasando fortunas desmedidas. Tanto en este
caso como en el otro, sin menoscabo de las responsabilidades judiciales que
pudieran existir, nos vamos dando cuenta que la monarquía es una institución
inútil, inservible, y moralmente insostenible, desde la ética política. Hemos
tardado treinta años en ver lo que los medios y el poder emanado de la
Transición nos han ocultado, pero ya es hora de que nos planteemos el derecho a
decidir, que se nos negó en su momento, sobre qué tipo de régimen político
queremos: monarquía o república.
Sin menoscabo de reconocer que después
de la Dictadura el planteamiento de la transición a la democracia fue acertado,
a pesar de muchos olvidos y errores, hoy ese binomio denominado monarquía
parlamentaria, ya no sirve. Porque a lo largo de los años ha ido generando un
monstruo, que para sobrevivir tiene que fagocitar a la sociedad. Un ogro que se
alimenta de nuestro bienestar, pero que no duda en movilizarse cuando alguno de
sus miembros está en apuros, incluso cuando este es un farsante. A modo de
ejemplo podemos ver estos días la polémica entre Sacyr y el gobierno de Panamá,
a cuenta de la ampliación de las obras del Canal, que está poniendo en
evidencia la falta de seriedad con la que en España se maneja el mundo de los
negocios de las grandes empresas, cuando de dinero público se trata. El modus operandi de Sacyr es el habitual:
oferta a la baja, bajísima (ignoramos si con algún sobre por medio) para luego,
una vez obtenido el contrato, llegar al capítulo de los sobrecostes, que es
como meter la mano en la caja del erario público sin control. Qué les voy a
contar, esto ha sido, durante años, habitual en España, de ahí la fortuna de
unos pocos y la penuria de las instituciones. Pero lo increíble de todo es que
cuando el gobierno de Panamá se planta, para que no le roben, el poder político
de España se moviliza con una rapidez que ya quisiéramos tuvieran ante el
aumento de la pobreza que estamos sufriendo. Incluso envían a la ministra de Fomento
para mediar en los intereses de una empresa privada (intuimos que el coste del
viaje lo hemos pagado entre todos).
Esta es la España que tenemos en
este año que empieza. La España de la brecha social cada vez más ancha. Pero
también de la brecha política, representada por una monarquía caduca, que se
apoya sobre un sistema de oligarquías: financiera, política, jurídica,
religiosa, económica y social. Por eso, a pesar de lo que muchos mantenedores
mediáticos del régimen actual sostienen, es justo ahora cuando hay que empezar
a debatir si queremos monarquía o república. Ya no sirven los argumentos de que
no es el momento o de que este no es el problema que tienen la sociedad.
Argumentos que sólo tratan de encubrir la continuidad de lo existente. Incluso,
los más atrevidos proponen cambios, para que todo siga igual. Es posible que se
hayan leído la novela de Lampedusa “El Gatopardo”.
No es un atrevimiento que se
introduzca en la sociedad ese debate, que tienen que ver con el derecho a
decidir nuestro futuro, con la jefatura del Estado, y con la calidad de la
democracia que queremos. Porque es inevitable pensar que la monarquía y el
sistema construido en la Transición empiezan a ser parte del problema y no la
solución. Cuando una sociedad necesita regenerarse de arriba abajo, para
alcanzar una mayor democracia y un mejor bienestar, es necesario que los
ciudadanos nos impliquemos en política y construyamos las alternativas
adecuadas a lo existente. Y en España va a hacer falta mucha política para
salir del atolladero en que nos han metido la monarquía y las oligarquías que
la sostienen, de baja calidad democrática, pobreza, pérdida de derechos y brecha
social.