Circular por la vida siendo
consistente con lo que uno piensa, tiene sus costos. Claro que uno los asume
sin cálculos previos, visceralmente, porque ser libres exige que todo tu
biorritmo sintonice con tu actuar. La doblez espiritual termina deformando la
mirada y la posición corporal. Permítaseme saludar tácitamente a un
contemporáneo que ha partido y que también caminó libre, con una voz
independiente.
En la universidad de la reforma
universitaria, fundé la revista de la Escuela de Aduanas. Se llamó “Mañaño Time”,
nombre que buscaba la pregunta ingenua que daba pie a una grosería muy chilena.
Claro que alguna vez quise explicar, especialmente para las lectoras femeninas,
el origen de la palabrita inventada, atribuyendo el sustantivo mañaño a un
fruto ancestral de la araucanía. Era la juvenil e irreverente forma de
plantearse ante la vida, con la sátira ladina en medio de posturas ideológicas
que posaban de serias, referían autores, pontificaban.
Adherí a una visión revolucionaria
por cuna familiar y por vocación jesuítica. En el Papa Bueno, a los 12 años
fundé convicción católica que me llevó por los caminos de la patria joven.
Luego vinieron los cristianos por el socialismo; las buenas migas con los
marxistas se quedaban siempre en los intentos de seducción de las compañeras de
la jota, a muchas de las cuales terminé convirtiendo al catecismo, en medio de
la ero-politik de los sesenta. Ser independiente de izquierda, pero al mismo
tiempo creyente, significaba caminar equilibradamente por una línea sinuosa
rodeada de acantilados. Participar en el Comité de Prensa de la Unidad Popular,
con una columna crítica, que no tenía pautas partidarias, me llenó de
esperanzas de que podríamos protagonizar nuestro futuro. Me había recibido muy
joven y crucé hasta el inicio de los setenta, medio periodista, recibido ya
como administrador, demasiado dinámico para la burocracia y con ganas de seguir
viviendo a concho la opción democrática al socialismo, que, insistía, no era
exclusividad de los marxistas, sino también de la doctrina de la Iglesia del
Pueblo. Entré en ese período al Mapu porque me gustó eso de ser un movimiento
de acción popular “unitaria”, adjetivo que capotó en pugnas de poder en 1971,
cuando se partía el partido verdirojo y cada cual agarraba para su lado. Yo, en
contra del cisma, quedé solo, como independiente. El sentido crítico recibido
en el colegio estaba dando frutos y había que asumir que ser consecuente
significaba muchas veces desmarcarse de aquello que se alejaba de tus
principios.
Cuando el 10 de septiembre de
1973, en la Aduana de Pudahuel, a través de un inspirado discurso que defendía
la institucionalidad democrática, evité que la Asociación de Empleados de
Aduana adhiriera al paro nacional, que habría significado cerrar los vuelos del
aeropuerto, dejé motivos suficientes para ser incorporado a la lista
negra, causal de exoneración política en
diciembre de 1973. El último semestre del gobierno de Allende fui crítico de la
desobediencia que provocaban al interior de la UP las fuerzas más ultristas que
apostaban a agudizar las contradicciones, supuestamente para ser vanguardias
revolucionarias que serían seguidas por la clase obrera. Tener una voz crítica
de los mil días de la UP y del complot que se fue ejecutando para poner fin a
esa experiencia, me valió no ser querido ni por momios ni por socialistas ni
miristas, para quienes una posición disciplinada frente a un gobierno
constitucional era ser amarillo. Por lo tanto, entre epítetos de upeliento y de
amarillo, fue manteniéndose mi posición independiente de izquierda, hocicón
pero veraz.
En los ochenta vivir la
transición en Chile, estando en las listas negras de la dictadura, exigió
ganarse el pan con creatividad e inteligencia, lo único inconfiscable por el
poder. Entre la poesía libertaria y los manuales técnicos fui abriéndome paso
sin deber favores políticos. Lo había aprendido cuando salí del país, con la
decisión de no asilarme sino quedarme en Sudamérica para poder seguir viniendo
a Chile. En ese período de 1974 vi a cientos de chilenos pasar por Buenos Aires
rumbo a Europa, también vi que el sectarismo seguía vivo y que los
aprovechadores cundían, inventándose epopeyas para ser admitidos como
refugiados. Fui tomando distancia y me concentré en el trabajo, obtenido por
avisos de diario Clarín, lo que fortaleció este derrotero de independencia y
validación personal en mi residencia fuera de Chile.
Por eso, en los ochenta ya venía
de vuelta, con habilidades para sobrevivir y superar las vallas más pesadas.
Sin miedo, fui abriendo espacios, apliqué lo que había aprendido y lo plasmé en
libros, de esos libros a la docencia técnica y de allí reclutado por la
universidad que me ofreció un alero para desarrollar esta independencia que
defendía a capa y espada. Disfrutaba la libertad de cátedra como un oasis de
pensamiento y debate. Para actuar en política desde 1982 en adelante me integré
al referente que más se acercaba a mi ideario y cuando hubo que inscribir los
partidos firmé los registros electorales como demócrata cristiano, espacio
desde donde provenía en los años adolescentes. Ser crítico y osado en los
espacios de opinión, abriendo tribunas, me permitió llegar a los noventa con
una suerte de hiperkinesia política, haciendo muchas cosas a la vez, caminando
a una mayor independencia profesional al entrar como consultor en organismos
regionales de cooperación, en mérito de la trayectoria.
Esta pertenencia combinada en lo
nacional e internacional, en la cátedra y la consultoría, me permitió tener una
voz independiente, rechazando etiquetas o que algún político, incluso quizás
con buena intención dentro de su lógica, quisiera considerarme hombre de su
línea. Eso tuvo sus costos, no integré equipos de gobierno pese a haber
colaborado en la redacción de los programas y aportar en muchos aspectos de las
políticas públicas del gobierno democrático.
Ser independiente en tu actuar te
hace estar muy solo, con la energía centrada en tus propios proyectos, como
forma de optimizar los tiempos, pues sólo dependes de ti mismo. Con una
vorágine de viajes, consultorías constantes por América Latina, con clases en
las universidades y proyectos de educación continua en países vecinos, fui
bancando la educación de mis hijos, aun a costa de pasar poco y muy rápido por
su infancia y pubertad. Acompañado, por supuesto, por una mujer de oro, que
entendió la opción y los costos que significaba no ser operador político y
tomar las banderas anticorrupción, con compromisos éticos para caminar,
saltando las piedras del camino.
Cuando llevaba 20 años en Chile,
una traición artera me tuvo por las cuerdas, pero fue esa capacidad de
recuperación, ese temple de familia, lo que me permitió multiplicar energías
para remontar, para poder salvar la integridad personal, la honra, que es la
mayor credencial que una persona puede ostentar. El tiempo pasó rápido, pese a
que por períodos parecía eterno. Sacamos las tareas y esa independencia se
tradujo en adherir a proyectos en función de la calidad de las personas, que lo
ideológico a veces disfraza y se cometen errores. Ya no tenía 21 años cuando
pensaba que pensar iguales garantizaba tener conductas correctas y era
requisito para la amistad. Ahora, con más realismo y canas, tal vez más
republicano, propiciando un Estado responsable y de viejo cuño, la lección es
que la amistad es un valor escaso y no es requisito pensar del mismo modo para
ser amigos. Que enriquece más tener amigos críticos que te entreguen visiones
diferentes. Que, por último, uno no anda por el mundo coleccionando amigos,
pero sí construyendo relaciones transparentes, en reciprocidad y respeto mutuo.
Cosas que uno ya viene a asumir de viejo, cuando en ocasiones como ésta, desde
lejos se despide un compañero de ruta más, que integraba las cofradías de
sueños de los setenta, y descubres una necesidad de dejar testimonio de esta
forma de vivir, sin comprar buzones, leyendo entre líneas, desenmascarando
chantas, prefiriendo seguir solos que mal acompañados.