Clara aparece cosida a puñaladas a las puertas de la ermita de la pequeña localidad toledana de San Esteban. El nuevo párroco Alberto descubre su cuerpo roto aunque la joven ya había sido despedazada por las lenguas de la gente del lugar. Tiraba demasiado a roja y a la “vida alegre” en una España donde planea el fantasma de un Franco agonizante.