Sarah Lark nos envuelve en otro de sus viajes en forma de libro. “Las olas del destino” nos lleva a las colonias europeas en el Caribe del siglo XVIII, a los estilos de vida de aquella época, recreados en paisajes idílicos que no pueden ocultar las penurias de los indígenas, quienes se reparten entre los que aceptan en distintos grados su condición de esclavos y los que se niegan a serlo. Lark describe el paraíso inglés y francés que sus habitantes trasladan con todo su boato al otro lado del charco, a miles de kilómetros, entre la isla de Jamaica y La Española utilizando como hilo conductor a la protagonista: Dreide. Hija de inglesa y de un esclavo que a duras penas puede ocultar la sangre que le corre por las venas. Su madre y padre adoptivo consiguen acallar los “feos” que le brindan los dueños de otras plantaciones con un buen partido llamado Víctor, médico de buena familia y costumbres encorsetadas a las que su propio hijo se enfrenta como puede. Pero es una lucha donde las medias tintas son difíciles. Mientras tanto Jefe, hijo de esclavo, surca mares de piratas como calentamiento para pasar directamente a la acción aliado con Macandal, el “Mesías Negro”, que con el tiempo, caerá en la trampa que esconde el liderazgo que abandera en la liberación de los esclavos. Su batalla contra los blancos será también la de Jefe, en la que Dreide se verá mezclada, porque viven una de esas historias rosas de amor y pasión a las que nos tiene acostumbrados esta autora. Tanto arrebato cansa por empalagoso. Las cotas de idealización sensual y sexual son tan insuperables que agotan al más fervoroso creyente del amor. El entretenimiento que la novela ofrece al lector no logra aplacar ese cansino exceso de amores desbocados, inigualables y al límite del “subidón” de azúcar. No obstante, lo mismo que cuando leí “La isla de las fuentes”, Sara Lark nos ayuda a viajar sin coste a lugares de ensueño y épocas que abren el apetito y la curiosidad por momentos históricos que realmente se produjeron. Es una manera de vivir vidas y conocer lugares que no tendremos la suerte de probar.