. Hasta el punto que el 6 de diciembre, tal como hoy, que celebramos el
aniversario de la Constitución, muchos balcones se engalanaban con la bandera
de España. Demasiados para el sentimiento que provocaba esa bandera “roja y
gualda”, que muchos españoles no podían desligar de la dictadura franquista, y
pocos para lo que podía llegar a ser la fiesta nacional en algunos países de
nuestro entorno, como Francia o Portugal. Pero lo cierto es que, por primera
vez en cuarenta años, teníamos una Constitución democrática (hay que tener en
cuenta que la gran mayoría de los españoles en ese momento sólo había vivido
bajo el yugo de los Principios Generales del Movimiento), por lo que tener una
Carta Magna democrática era una novedad que insuflaba un nuevo impulso de
regeneración política al país. Una Constitución que no fue regalada, puesto que
nada más lejos para la derecha postfranquista que instaurar en España en
régimen de derechos y libertades democráticas, por lo que hubo que arrancarla
del inmovilismo de los dirigentes que pilotaban en aquellos años lo que se ha
denominado por la historia “Transición democrática”, a fuerza de muchas movilizaciones
populares, que exigían un verdadero cambio político en España, y no una
operación de maquillaje del franquismo, para que fuese aceptada en el concierto
internacional. Pero que también supuso en gran esfuerzo de generosidad de la
izquierda, renunciando a principios que van en su ADN como el republicanismo,
le federalismo o el laicismo.
La Constitución del 78 fue una
gran Carta Magna, todo hay que decirlo, que en un momento de gran dificultad
política (recordemos el pretendido golpe de estado de Tejero) supo dar a la
sociedad española un marco de convivencia, muy importante en aquel momento de
resabios, todavía, de la Guerra Civil, y la fuerza para que España iniciara un
proceso de transformación en todos los ámbitos, que hoy nos puede parecer
insuficiente, pero que trazó una hoja de ruta, con una motivación social potente,
y nos acercó a las democracias de nuestro entorno. Tampoco olvidemos que fue en
1986 cuando España firmó su tratado de adhesión a la Comunidad Económica
Europea, gracias al cual hemos podido empezar a disfrutar el incipiente estado
de bienestar, que hasta hace un par de años teníamos. No caben reproches, por
tanto, al papel que la Constitución Española, que hoy celebramos, ha jugado en
estos años, ni a los negociadores, que hicieron un esfuerzo magno de
negociación, para dar con un texto que satisficiese a la mayoría de la sociedad
española, como así se aprobó en referéndum una amplia mayoría de españoles.
Sin embargo, hoy podemos decir
que el tiempo ha ido desgastando la Carta Magna, abriendo heridas que sólo se
mal cerraron por cuestiones de oportunidad política, que exigían caminar hacia
una democracia. Los tiempos han cambiado y sobre todo el relato de los
acontecimientos. Hemos pasado de un relato que se construyó en la necesidad y
reclamación de la sociedad española por vivir en democracia, al relato que
ahora se está empezando a construir de avanzar en esa democracia, acabando con
los privilegios que al amparo de la Constitución vigente se ha ido creando
entre determinados sectores y grupos de poder, como el económico, el
financiero, la Iglesia, los Partidos Políticos, la judicatura, la monarquía
etc. Privilegios que están asfixiando las ansias de cambio de una sociedad, que
ya no tiene ninguna vinculación con el franquismo (desgraciadamente este no se
estudia en las escuelas), ni tan siquiera con la Transición que nos dotó de la
Constitución actual. En una sociedad cambiante y en busca del camino que les
haga transitar por el siglo XXI, se digiere muy mal que la Casa Real sea
intocable; que la Iglesia tenga privilegios del siglo XIX; que el estado de
bienestar no sea un derecho constitucional; que la corrupción impere sin que
las castas del poder hagan nada por eliminarla; que los Partidos se hayan
convertido en estructuras burocratizadas controladas por unas élites que bien
al margen de sus militantes y los problemas de la sociedad; que la judicatura
siga siendo benévola con el poder y justiciera con los pobres; que los bancos
sean instituciones intocables aun a costa de empobrecer y arruinar a la
sociedad; que los canales de participación política sean cada vez más estrechos
(lo cierto es que nunca han sido muy amplios), cuando la sociedad exige mayor
participación y dispone de instrumentos que pueden facilitar esta. Todo esto y
otros muchos problemas, que se me pueden escapar, hacen que la Constitución
actual se tenga que reformar de arriba a abajo o, por qué no decirlo, se
negocie una Carta nueva que recoja las aspiraciones que la sociedad y la
ciudadanía tienen hoy.
En este aniversario, esta sería
la gran contribución que la clase política española podía hacer a la sociedad,
convocando unas elecciones constituyentes, dejándose de actos vacuos que nadie
tiene ya interés por ellos, y ponerse a trabajar en un nuevo texto. No se trata
de reformas puntuales, que limpien la cara a la actual. Se trata de adecuar las
Leyes, a través de la Ley superior que es una Constitución, a los nuevos
tiempos y las nuevas exigencias de los ciudadanos. Una negociación que no es
fácil, y que va a exigir una nueva Transición democrática, con la misma presión
movilizadora popular que hubo en la anterior, pues los estamentos que están
instalados en el poder, ahítos de privilegios, no van a ceder tan fácilmente. Y
porque, además, lo que está en juego es un modelo ideológico en el que la
participación ciudadana y el reparto de la riqueza, se enfrentan a la
desigualdad que genera la acumulación de la riqueza en pocas manos y el control
de la sociedad por un poder oligárquico y mentiroso, que tiene en la
inculcación del miedo su arma para subyugar a la ciudadanía. Como verán, nada
nuevo bajo el Sol. La historia se sigue escribiendo con las mismas tintas que
se ha hecho siempre.
Rindamos hoy homenaje a una
Constitución que nos ha posibilitado llegar a esta situación de libertad, que
hoy el gobierno quiere cercenar con leyes represoras, pero que nos tiene que permitir
exigir otra Constitución más democrática y justa.