“Agradezco a cualquier dios que pudiera existir por mi alma invencible. Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma”. Así dice el poema que acompañó a Nelson Mandela en sus 27 años de prisión en la Sudáfrica del apartheid, de la segregación racial, de la irracionalidad hecha gobierno y cultura. Hoy, ese texto simple recuerda la lucha de un hombre por lo más elemental y sagrado: la libertad y, de paso, nos enrostra los errores y horrores en que puede caer la frágil conciencia humana; capaz de lo más sublime, pero también de lo peor ¿Cómo se puedo tolerar algo así a fines del siglo XX? Hoy nos resulta absurdo, primitivo, salvaje. Fueron necesarios esos 27 años de cárcel para que cayéramos en la cuenta que, así, nunca más.