. Una vez más lo acabamos de ver y oír
en la sentencia condenatoria a Carlos Fabra y en las declaraciones posteriores
de aquellos que lo ensalzaron y encumbraron al Olimpo de cacique provincial.
Realmente resulta bochornoso escuchar a M.D. de Cospedal decir que todavía el
proceso no está terminado, sólo para justificar que el Partido del que ella es
Secretaria General ha estado protegiendo durante años a Carlos Fabra, sin que
sepamos (no lo sabremos nunca) por qué tanto interés en defender a alguien que
se ha convertido en el paradigma de la corrupción en toda España. Interés que
llevó a Mariano Rajoy a presentarle como “un político ejemplar” que “siempre ha
contado con el apoyo de su Partido”; o a Alberto Fabra, cuando todavía era
alcalde de Castellón, calificarle como Ricardo Corazón de León, “un rey muy querido y muy temido por
sus adversarios”. No se quedó atrás el florentino Francisco Camps cuando dijo
que “en 200 años de historia, nunca un líder político ha hecho tanto por la
provincia de Castellón”, dejándose “la vida por su tierra” a pesar de que
sufría “ataques absurdos y bárbaros” y “seis años de linchamiento mediático”.
Podíamos seguir con un sinfín de frases aduladoras de todo tipo de líderes
populares hacia el hombre que gobernaba con mano de hierro la provincia
mientras acumulaba riquezas, pero que tenía el don de hacerse imprescindible a
los intereses de gran cantidad de dirigentes del Partido Popular. Todos los que
le abandonaron en su calvario durante el juicio y ahora tratan de justificar su
comportamiento ante una sentencia condenatoria que le puede enviar a la cárcel.
Pero lo más patético han sido las declaraciones del
propio Carlos Fabra, mostrando su alegría y desprecio por la condena que le ha
caído. Lo que nos hace creer, a lo mal pensados, que él se habría juzgado de
forma mucho más severa por los delitos que se le acusaba. Claro, esto en su
fuero interno. No pensemos que estamos ante superhombre. Quizá él, en algún
momento, lo haya pensado, cuando su poder en Castellón rebasaba todas la
fronteras de un poder democrático, y le convertía en el todopoderoso político
capaz de quitar y poner, comprar voluntades de directores de periódicos ávidos
de beneficios, destruir enemigos y construir una política de vasallaje
ciudadano a base de favores personales que se traducían en peajes electorales y
sometimiento a la voluntad del jefe; golpear a la prensa no afín a su universo
político hasta el ridículo, y un largo etcétera que ha hecho de Carlos Fabra un
político irrepetible, al modo que lo fue Fernando VII, pero prescindible en un
sistema democrático sin tutelas caciquiles. Incluso capaz de imponer un
aeropuerto a la sociedad castellonense con el único fin de enaltecer su ego, a
pesar de ser un proyecto ruinoso para la provincia y sus ciudadanos.
Sin
embargo, más allá del ridículo que uno y otros están haciendo, cabría
preguntarse qué esconde la sentencia ante cualquier ciudadano honesto.
Sospecha, una gran sospecha. Un recelo de que algo se está cocinando entre bastidores.
Al igual que se pudo cocer para hacer que Francisco Camps saliera inocente de
haber recibido trajes regalados por la mayor trama corrupta de este país.
Acatar las decisiones de los tribunales no significa compartir, ni siquiera
olvidarse del derecho a la crítica que todo ciudadano en democracia tiene la potestad
de hacer. Y esta sentencia, sin menoscabo de la buena voluntad de los
juzgadores, produce un poco de bochorno. Que después de diez años de
instrucción, cierto que de una instrucción zancadilleada por el imputado, y torpedeada
por el poder político conservador que gobierna la Comunidad Valenciana, la
conclusión del Tribunal es que no han quedado demostrados suficientemente los
delitos de cohecho y tráfico de influencias, nos tienen que perdonar, puede
producir un poco de risa nerviosa, al pensar que estamos ante otra sentencia
tan absurda como la del Prestige. ¿Dónde han quedado los paseos por los
pasillos de Moncloa y Ministerios de Carlos Fabra y su ahora arrepentido amigo
Vicente Vilar? ¿Nos tenemos que creer que eran visitas turísticas? ¿Dónde han
quedado las falsificaciones de documentos y sellos, para que se autorizaran fitosanitarios
de dudosa seguridad para la salud pública? ¿Si no hay cohecho por haber cobrado
Carlos Fabra comisiones por sus gestiones de cicerone ministerial, de dónde
procede su incremento patrimonial desmedido? ¿Quizá de la lotería, como se
interroga absurdamente el Tribunal? Demasiadas preguntas quedan en el aire,
para una sentencia que suena a broma, y que levanta muchas dudas. No siendo la
menor, a tenor de la sentencia exculpatoria de los delitos de cohecho y tráfico
de influencias, el interés que tenía la audiencia Provincial de Castellón para
que los delitos de fraude fiscal se consideraran prescritos. No podemos dejar
de pensar que si hubiera sido así, hoy el ciudadano Fabra habría quedado
absuelto.
Como
última reflexión cabe preguntarse sobre el papel que está jugando la judicatura
contra esta lacra de corrupción y mal gobierno que estamos sufriendo en España.
No es sólo la sentencia contra Carlos Fabra dejando vacíos diez años de
instrucción, está también la sentencia vergonzosa del Prestige, la permisividad
de jueces y fiscales ante los “supuestos” delitos de corrupción de importantes
dirigentes conservadores del país, la lentitud de los procesos que tienen que
ver con banqueros y políticos de la derecha, el impedimento para que miembros
de la Casa Real respondan de su faltas y delitos, la rapidez con se saca de la
cárcel a determinados banqueros, y el enmarañamiento de los procesos de
corrupción que están afectando al Partido Popular. Todo esto contrasta con la
velocidad que se desahucia, se usa la prisión preventiva contra los más débiles
o se manda a la cárcel a personas reinsertadas, años después de haber cometido
delitos tan graves como haber robado un móvil.
El
ciudadano Fabra estará contento, pero no así el resto de la ciudadanía al ver
cómo una vez más la derecha sociológica, entre la que se encuentra la
judicatura, se confabula para que las élites conservadores del país no paguen
por sus delitos con la misma moneda que el resto de los ciudadanos. Porque al
final, nos queda la sensación de que todos los corruptos de este país iban en
el Prestige, y así serán juzgados.