Sindicatos necesarios

En la segunda mitad del Siglo XIX, la Revolución Industrial empieza a ser un hecho que cambiará la manera de mirar el mundo, y las relaciones entre las diferentes clases sociales se verán marcadas por unos nuevos sistemas de producción que abrirán un enorme abismo entre la burguesía, que acumula cantidades ingentes de capital, y un proletariado en formación, que todavía no encuentra su posición en la nueva sociedad. La fractura social emergida del capitalismo, que sólo tiene como objetivo aumentar beneficios, sin más consideraciones, hace que la gran mayoría de la población descienda a unos niveles de miseria tan bajos, que la vida de un obrero o de su familia tendrá un valor que no irá más allá del beneficio que el capital obtenía de su explotación. Esto, que a muchos les sonara como a viejo discurso marxista, quedó reflejado en numerosas novelas de la época, como “Los Miserables” de Víctor Hugo, o “Germinal” de Èmile Zola, o “Misericordia” de Pérez Galdós, o “Las aventuras de Oliver Twist” de Charles Dickens, en las que se narran con maestría el sufrimiento de una clase que había pasado del feudalismo absolutista y la servidumbre anterior a la Revolución Francesa, a la explotación sin reparos de millones de personas por el nuevo capitalismo que gobernaba las relaciones económicas.  Es en este contexto donde surgen las primeras organizaciones obreras, que más tarde, a raíz de la Primera y Segunda Internacional, se constituirían en sindicatos de clase, para la defensa de los intereses de los trabajadores, frente a un capitalismo de marcado carácter depredador. A partir de aquí, y durante todo el siglo XX, los Sindicatos han sostenido una lucha permanente con el capital, que ha dado como resultado sacar de la miseria a las clase trabajadora, mejorando sus condiciones de trabajo y de vida, desarrollando los sistemas de previsión social y haciéndose valedores del estado de bienestar, que hasta hace pocos años disfrutábamos.

 

. La fractura social emergida del capitalismo, que sólo tiene como objetivo aumentar beneficios, sin más consideraciones, hace que la gran mayoría de la población descienda a unos niveles de miseria tan bajos, que la vida de un obrero o de su familia tendrá un valor que no irá más allá del beneficio que el capital obtenía de su explotación. Esto, que a muchos les sonara como a viejo discurso marxista, quedó reflejado en numerosas novelas de la época, como “Los Miserables” de Víctor Hugo, o “Germinal” de Èmile Zola, o “Misericordia” de Pérez Galdós, o “Las aventuras de Oliver Twist” de Charles Dickens, en las que se narran con maestría el sufrimiento de una clase que había pasado del feudalismo absolutista y la servidumbre anterior a la Revolución Francesa, a la explotación sin reparos de millones de personas por el nuevo capitalismo que gobernaba las relaciones económicas.  Es en este contexto donde surgen las primeras organizaciones obreras, que más tarde, a raíz de la Primera y Segunda Internacional, se constituirían en sindicatos de clase, para la defensa de los intereses de los trabajadores, frente a un capitalismo de marcado carácter depredador. A partir de aquí, y durante todo el siglo XX, los Sindicatos han sostenido una lucha permanente con el capital, que ha dado como resultado sacar de la miseria a las clase trabajadora, mejorando sus condiciones de trabajo y de vida, desarrollando los sistemas de previsión social y haciéndose valedores del estado de bienestar, que hasta hace pocos años disfrutábamos.
                No es de extrañar, entonces, que las grandes bestias negras del neoliberalismo imperante en el mundo sean los Sindicatos y que por ello, desde hace más de tres décadas, haya una campaña, que no está escatimando medios, de desprestigio de las organizaciones sindicales, con el único fin de derrotarlas definitivamente, para que el gran capital tenga abierta la puerta hacia la explotación, sin impedimento, de los trabajadores, con unas relaciones laborales más propias del siglo XIX que del XXI. Un objetivo que viene materializado en dos frentes: la asfixia económica mediante la retirada de subvenciones o la derogación o inexistencia (como el caso de España) de una Ley de Financiación de las Organizaciones Sindicales, que garantice sus sostenimiento económico, como instituciones del Estado que son, tal como recoge la Constitución en su artículo 28.1 y la posterior Ley Orgánica de Libertad Sindical de 1985. El otro gran ataque hacia los Sindicatos, como ya he expuesto, tiene que ver con el fomento de su desprestigio en la sociedad, mediante una campaña continuada en el tiempo, y un mensaje claro que está calando en la conciencia de la sociedad, de que los Sindicatos son una casta de caraduras que sólo miran por su interés, inútiles en la defensa de los trabajadores y costosos para el sistema. Ante esto habría que preguntarse por qué sin son tan malos e incapaces, pierde el neoliberalismo tanto tiempo y dinero en desprestigiarlos y destruirlos.

                Esta es una buena pregunta que tiene una fácil respuesta si miramos a nuestro alrededor. La derrota de los Sindicatos, hoy más evidente que nunca, nos ha conducido a la desregulación del mercado de trabajo, con leyes que han ido convirtiendo poco apoco a los trabajadores en mano de obra barata y peones al único servicio de los intereses empresariales. Para ello nada mejor que provocar y mantener un paro desorbitado, del que poder tirar cuando se necesita en condiciones de explotación decimonónica, con el argumento falaz de la creación de empleo. Nunca en las últimas décadas, la clase trabajadora se ha vista tan desprotegida como ahora, y esto tienen que ver con la pérdida de fuerza de los Sindicatos, en un mundo de ambiciones neocapitalistas.

                Pero dicho lo anterior, habría que formularse otra pregunta ¿Tienen sentido los Sindicatos en la sociedad actual? Mi respuesta es indudablemente sí. Vivimos tiempos, en esencia, similares a los del siglo XIX, con una sociedad en transición hacia nuevos sistemas de producción y relaciones sociales, que tiene que encontrar el equilibrio entre los intereses de las diferentes clases sociales. Y en este ámbito los Sindicatos tienen que ser actores principales en la defensa de los intereses de los trabajadores, que son, en definitiva, la mayoría de la población. Aclarada la necesidad de los Sindicatos, afinemos más la pregunta. ¿Están a la altura del reto de una sociedad cambiante los Sindicatos de clase actuales? Aquí la respuesta evidentemente es no. El sindicalismo de clase actual sigue viviendo en el siglo XX, con maneras de actuación viejas, más propias de una sociedad industrial que de una sociedad de servicios altamente tecnificada que, en muchos casos, generan rechazo social. Además han demostrado una incapacidad genética para representar a todos los grupos sociales que no son trabajadores en activo: desempleados, jubilados, jóvenes, amas de casa, etc.

                Es necesario, por tanto, que los Sindicatos se reinvente en la nueva sociedad del siglo XXI, hacia fórmulas de encuentro con todos los sectores sociales, quizá con un punto menos de politización y un punto más de socialización, para que la sociedad vuelva a confiar en ellos, y recuperen el prestigio que el neoliberalismo imperante viene manchando para no tener enfrente nadie que les impida seguir acumulando capital a costa del bienestar de la población. Porque si no, los trabajadores, sean empleados o desempleados, empezarán a agruparse en nuevas organizaciones que sí les representen y entiendan el mundo en el que vivimos. Fue así hace ciento cincuenta años y volverá a serlo si es necesario.  

UNETE



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