Nunca es tarde si la dicha es buena. Blue Valentine (Derek Cianfrance, 2010) tardó tres años en llegar a nuestro país pero, a juzgar por el resultado final, la espera mereció la pena. Aunque algunos la vendieron como una historia de amor, la película es justo lo contrario: es la crónica del desamor, una perfecta y nada complaciente disección de la degradación de una relación. Blue Valentine se aleja de todos los tópicos del drama romántico convencional y funciona por su marcada personalidad, no ya tanto por alejarse de la típica estructura de presentación, nudo y desenlace -la historia aparece contada en dos tiempos diferentes, revelando además un extraordinario trabajo de montaje-, sino por radiografiar como pocas las vicisitudes del amor, qué es lo que ocurre cuando este sentimiento se encarrila por las vías de la desestabilización. En su segundo largometraje, Cianfrance se pregunta cosas como hasta qué punto el paso del tiempo puede erosionar la pasión o si realmente existe el amor a primera vista; el también guionista -junto a Joey Curtis y Cami Delavigne-, nos ofrece una desgarradora fábula acerca de lo significa amar y dejar de hacerlo, algo que la hace situarse cerca de otra de las grandes joyas indies contemporáneas: Antes del anochecer (Richard Linklater, 2013).