. Porque como muy bien definió
el escritor y político Edmund Burke (1729-1797) en el siglo XVIII, el papel de
la prensa es un cuarto poder en las sociedades democráticas, por su capacidad
de influir en la opinión pública y generar estados de opinión en paralelo a los
poderes clásicos de la democracia: ejecutivo, legislativo y judicial; eso sin
tener en cuenta que, en aquella época, todavía no habían aparecido los grandes
medios de comunicación de masas que surgieron en el siglo XX: radio, televisión
e internet, elevando exponencialmente su influencia en la sociedad, hasta el
punto de que hoy nada existe si no tiene su reflejo en los medios.
Por eso ha de entristecernos que
una emisora de radio, o un canal de televisión, o un periódico desaparezcan,
dejando tras de sí un torrente informativo, cultural y de distracción que se
perderá para siempre, en algunos casos de forma irremediable. Pero si la clausura
de un medio privado es motivo para entristecernos, el cierre de un medio
público debería provocar un fuerte rechazo social, pues no hay argumentos
posibles que justifiquen su desaparición, salvo los torticeros, demagógicos y
autoritarios. Es el caso del anunciado cierre de RTVV. Con algunos ingredientes
propios de un sainete amargo, que deja en evidencia la incapacidad de la
Generalitat Valenciana, en manos del Partido Popular, para gestionar lo público
en beneficio de la comunidad y no de los bolsillos de sus dirigentes. Empieza a
resultar aterrador que después de dieciocho años de gobierno del PP, la
Comunidad Valenciana esté quedando hecha un solar baldío, por haberla
esquilmado tanto unos dirigentes que, probablemente, pasen a la historia como
la peor plaga política que haya tenido esta tierra desde hace siglos.
El cierre de RTVV es un
despropósito absoluto que tiene que ver con una huida hacia adelante del actual
Consell, con el único fin de quitarse de encima una herencia hipotecada, que no
saben cómo gestionarla. Y todo sin señalar a un solo responsable, como si la
situación de abandono de espectadores y ruina económica haya sido consecuencia
de un rayo caído del cielo, y no de gestores y políticos nefastos, que han
llevado a Canal y Radio Nou a una situación imposible, pero no por ello
irremediable. Incluso para aliviar la falta de coraje del actual Consell, una
vez más tratan de desviar la atención, volviendo a intentar engañar a la
ciudadanía, señalando como culpables del cierre a los Sindicatos y trabajadores
que denunciaron el ERE. Si no lo hubieran denunciado ante los tribunales, no
estaríamos en esta situación, dicen, para esconder sus miserias, que tienen que
ver con salvaguardar a los Zaplana, Camps y todos aquellos que convirtieron
RTVV en un coto cerrado y autoritario al servicio de la mentira, siempre que
esta hiciera de ellos los grandes políticos que soñaban ser, y que sólo
pudieron serlo en el mundo catódico y virtual de las ondas de Canal y Radio
Nou.
El cierre huele un poco a venganza del actual Consell hacia
los trabajadores que han luchado por sus puestos de trabajo y que junto a la
oposición política han reclamado una radio-televisión pública honesta y de
calidad. Pero también huele a reproche hacia la sociedad valenciana, que había
dado la espalda a su televisión pública, con unos niveles de audiencia
ridículos, y por tanto a los delirios de grandeza de los dirigentes del Partido
popular valenciano. Y cuando alguien, sea una persona particular o pública, se
mueve al dictado de sus sentimientos, acaba tomando decisiones precipitadas y
ausentes de cualquier valoración sobre las consecuencias que puedan tener esas
decisiones. Y no sirve en este caso apelar a la inviabilidad económica. Una
mentira teñida de la más zafia demagogia, al amenazar a los valencianos con el
cierre de hospitales si no se liquida la radiotelevisión pública. Tanto que se
han quedado solos en su autoritaria decisión: expertos, sociedad valenciana,
trabajadores, oposición, miembros del Consejo no afines al PP, reniegan del
cierre. Incluso la propia directora general dimite al considerar que no se le
ha consultado, dándole al cierre un sesgo político, que es mucho más potente
que las consideraciones económicas de inviabilidad que esgrime el Consell. ¿No habría
sido mejor que todas las partes se hubieran sentado a negociar un plan de
viabilidad justo y medido, que diera un futuro a la RTVV, antes que una
decisión absolutamente autoritaria que liquida el ente público? El Partido
Popular debería explicar por qué no lo ha hecho y reconocer la culpa por haber
aprobado un ERE a espaldas de los trabajadores, en el que han priorizado que la
RTVV siguiera siendo la gran oficina de empleo del PP valenciano y sus amigos,
con tal descaro que ha tenido que ser declarado nulo por los tribunales.
Con la desaparición de la RTVV no se acaba el mundo, ni
siquiera, como algunos expertos en subirse a todos los trenes nos quieren hacer
ver, supone un peligro para la lengua valenciana. Si hemos sabido y sobrevivido
a vivir de espaldas a Canal y Radio Nou durante los últimos años, podríamos
hacerlo sin ellos. Pero sí supone la pérdida de un instrumento de cohesión de
la sociedad valenciana, de promoción y preservación de su cultura, de extensión
de la lengua, y de información, siempre que esta sea veraz y no manipulada,
sobre lo que sucede en la Comunidad y sus pueblos y ciudades. Perder el medio
de comunicación público valenciano es cerrar puertas a la pluralidad de las
ideas y las ideologías, cegando la capacidad de los valencianos para
informarse, desde diferentes puntos de vista, de lo que sucede en la región.
Porque en definitiva esta es la radiotelevisión de todos, y esta era la
intención de la Generalitat, recogida en la Ley de Creación de la Entidad
Pública RTVV en 1984: “…a promover las
condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en
que se integra sean reales y efectivas; remover los obstáculos que impidan o
dificulten su plenitud, fomentar el desarrollo de las peculiaridades del Pueblo
Valenciano y facilitar la participación de todos los ciudadanos en la vida
política, económica, cultural y social.” Quizá sea esto lo que el Partido
Popular no soporte.