Una de las ejecutorias
más gravosas de la “revolución bolivarista” es la multiplicación de la deuda
del Estado venezolano. Tanto la externa como la doméstica. Según el economista
Miguel Ángel Santos, ya “la deuda total en moneda extranjera suma 88.210 millones
de dólares”. De acuerdo a las estimaciones de otros profesionales de la ciencia
económica, ésta supera la redonda cifra de US$ 100 mil millones.
Y la tendencia, desde
luego, es hacia el aumento, y no moderado sino acelerado. Para muestra el
“botón” de la “Ley de Endeudamiento Complementario”, recién sancionada por la
Asamblea Nacional, que autoriza emisiones de deuda por un monto equivalente a
10 mil millones de dólares.
Los “argumentos” de la
bancada peseuvista para defender la iniciativa e imponerla por la vía de la
aplanadora, confirmaron, por enésima ocasión, el más absoluto desprecio por los
hechos tercos de la economía y las finanzas. Actitud que no sólo ellos
ostentan, sino que se deriva del devastador proceder de los mentores económicos
del régimen, comenzando por el proclamado “arañeo” del señor Chávez al frente
de la Hacienda Pública Nacional.
Ahora bien, para entender
mejor la gravedad del asunto, se hace necesario colocarlo en perspectiva. A
comienzos de 1999, el saldo de la deuda pública externa de la República se
situaba en no más de 24 mil millones de dólares, lo que, por cierto,
representaba una disminución con respecto al monto de US$ 26.981 millones para
1994.
Es decir, que el Estado
venezolano no acrecentó sino redujo la deuda externa de la República a finales
del siglo XX, a pesar de los bajos precios del petróleo en el mercado
internacional. Si a ésta se le suman otras obligaciones públicas, la deuda
externa estatal para los inicios de 1999, no llegaba a los 29 mil millones de
dólares. Una magnitud manejable por cuanto representaba el 29% del PIB o el
tamaño de la economía.
Doce años y seis meses
más tarde, tenemos que esa misma deuda externa se ha multiplicado por tres y
hasta por casi cuatro veces, dependiendo de los cálculos respectivos, desde
luego que la opacidad en la información oficial hace difícil la documentación
precisa de los gravámenes. Ello significaría, por otra parte, que la deuda
externa equivaldría a una proporción situada entre el 50 y el 65% del PIB, y
con pulsión hacia el alza del porcentaje.
Pulsión o tendencia que
de seguir el curso vertiginoso que lleva desde el 2008, podría colocar a la
deuda externa venezolana en magnitudes parejas con la dimensión general de la
economía nacional. Días atrás, Gustavo Linares Benzo advertía al respecto, y
las evidencias le confieren la razón.
En pocas palabras, el
“gobierno revolucionario” no sólo no se ha satisfecho con despachar los
caudalosos ingresos de la bonanza petrolera más prolongada de la historia, sino
que además ha incurrido en el abultamiento más peligroso de la deuda nacional,
también en términos históricos.
Ahora bien, cómo
justificar que el Estado venezolano haya podido reducir, siquiera modestamente,
su deuda externa, en una época de vacas flacas de precios petroleros, cuando el
promedio de éstos rondaba los 14 dólares por barril, a finales del siglo
pasado; y ahora, en el 2012, con la cesta petrolera venezolana superando los
100 dólares por barril, la deuda externa se haya multiplicado y continúe
creciendo de manera atropellada…
Y sobre todo, cómo
justificar esta realidad en un contexto de pronunciado deterioro del Estado
para atender las funciones básicas de seguridad, servicios públicos, salud o
educación, para no entrar en el dramático tema del colapso de las actividades
productivas o la regresión del impulso regional o municipal alcanzado con la
descentralización.
La única explicación
posible se encuentra en el terreno del craso hiper-populismo, en virtud del
cual el gasto burocrático parece no tener límites, amén de la provisión de las
taquillas internacionales que, sin duda, contribuyen a financiar alianzas
gubernativas y engranajes político-empresariales en otros países.
El mantenimiento de la
satrapía a los realazos, importando todo lo que se pueda, montando un aparato
estatal que día a día se asimila más a los vetustos regímenes colectivistas, y
subsidiando el proselitismo clientelar con miras comiciales, no sólo nos está
sumiendo en la bancarrota del presente, sino que exige se continúe hipotecando
todo aquello que sea hipotecable, comenzando por los yacimientos petroleros.
Con la deuda al cuello, y
apretando, está Venezuela y su pueblo, gracias a la irresponsabilidad delirante
de la revolución bolivarista.